Capítulo Decimosegundo; Todo pasa.

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Habían pasado cinco años después de ese mágico día en el que me entregué a Elisa por completo.

Las personas de la ciudad envidiaban nuestra relación, éramos la pareja del momento,  no se podían creer que el magnate de la ciudad pudiera volver a rehacer su vida casándose nuevamente, éramos una pareja joven, dotada de belleza y felicidad.

A ojos de la sociedad nuestra familia joven era un ejemplo a seguir, pero lo que no sabían era que todo había cambiado. Al cabo de tres años la relación se fue enfriando, Elisa con frecuencia era distante y no demostraba afecto hacia mí. Yo por mi parte traté de ocultar y engañarme a mí mismo lo que sucedía, todavía amaba a mi esposa y mi interior decía  que ella también me amaba, no podía explicarme el cambio radical que tuvo Elisa en estos años, en nada se parecía a la Elisa de años atrás, la cama era totalmente fría, no parecía que dormía con nadie, recuerdo que al principio Elisa era alegre, juguetona, ella era única. Pero todo cambió y debía acostumbrarme a esas circunstancias ya que no estaba dispuesto a separarme de ella.

En cuanto a mi hijita, había crecido un montón, ya no era la pequeña a la que podía cargar o darle besitos hasta cansarme ya tenía quince añitos y pues quería que la trataran como una "persona mayor". Clara no asimiló muy bien la noticia de mi casamiento pero después con el tiempo se fue acostumbrando a la idea que su padre era joven y todavía tenía la oportunidad de ser feliz.

En cuanto Rosa mi fiel compañera,  murió a los pocos años de mi casamiento, no podía creerme lo que había pasado, Rosa era fuerte y con mucha salud, pero la afectó una enfermedad que la dejó siega por completo que después la atacó el corazón y pues murió, mi hija y yo sufrimos mucho su pérdida, ella era de nuestra familia y la queríamos como tal.

Nuestra casa volvió a tornarse de un color oscuro, frío hasta podía describirse como escalofriante. Clara no salía de su cuarto ese era un hábito que nunca perdió, y Elisa, no notaba su presencia, aunque estuviera a mi lado pareciera que estuviera kilómetros de distancia, casi ni intercambiábamos palabras, sólo lo esencial.

Bueno pero he hablado de todo el mundo menos de mi, les cuento que no me encontraba muy bien de salud, me dolían muchos lo huesos, me cansaba con facilidad, al cuarto año del casamiento debuté con el asma, enfermedad que enfado mucho a mi compañera ya que en las noche no la dejaba dormir por mis estúpidos estornudos.

Me sentía acabado, con frecuencia caminaba a un viejo muelle en el cual meditada sobre la vida, en ese sitio repasaba por todo lo que había afrontado y pues me daba cuenta que no todo el mundo habría podido hacer lo que yo hice y por alguna razón eso me reconfortaba.

Creo que los años de felicidad que viví fueron hermosos y pues ya iba siendo hora de cumplir con mí condena.

(...)

Era un jueves en la tarde, el día se encontraba frío y húmedo típico de la ciudad en la que vivía, me encontraba en mi recámara recostado, mi dolor ese día era insoportable y pues lo mejor que hacía era acostarme y así no molestar a nadie.

En mi descanso siento un barullo en la planta baja, era como una discusión, no podía escuchar muy bien la plática y pues me levanté a percatarme de lo que sucedía.

Sutilmente abrí la puerta de mi recámara y me dirigí a la escalera, mis oídos no me engañaron, era una discusión entre Elisa y un hombre el cual en mi vida había conocido.

● ¿Todo bien? - expresé con autoridad

En cuanto los dos escucharon mis vos reinó un breve silencio que el cual Elisa decidió romper de una manera decente.

○ Éste es mi primo Juan, el cual vino de muy lejos y decidió hacerme una pequeña visita.

Su argumento no parecía totalmente convincente, en primera porque Elisa me comentó una vez que no tenía familiares y en segunda porque la conversación parecía del todo menos familiar, poco faltaba para que se agredieran.

Noté que el joven se encontraba nervioso y miraba para todos lados y pregunté curioso

● ¿Se le ha perdido algo?

El joven me miró de arriba abajo y simuló una sonrisa.

● ¿Le parece graciosa mi pregunta? -  Espeté ya malhumorado

Sin dejar que el joven articulara una respuesta Elisa respondió

● Discúlpalo, es que el está cansado y pues no genera bien, herencia familiar - las últimas palabra las pronunció mirándolo con las cejas alzada y sus manos detrás de la espalda.

○ El viajó kilómetros a la ciudad por tal de visitar a su familia y... pues ahora no tiene en donde quedarse - esto último lo tomé como una petición de alojarlo por unos días.

No presté la mayor atención a la indirecta de Elisa y expresé con indiferencia encogiendo mis hombros

● Pues ya se está haciendo tarde, si siguen alargando su plática no podrá alquilarse en ningún sitio ya que en las noche los hoteles están llenos, creo que ya va siendo hora que se despidan - me retiré de la sala y cuando iba a medio camino expresé - ah, y para la próxima no es necesario que se ofendan, es que molestan la tranquilidad de los demás.

Me retiré y al abrir la puerta de mi recámara sentí un fuerte dolor en el pecho, tan así que me arrodillé apoyando mi cabeza en la pared.

Dios Santo, necesito descansar un poco, éste dolor me está matando.

Sin hacer el mayor movimiento comencé a derramar sangre por mi boca que lo cual me dejó atónito y con temblores en la piel.

Con la mano en mi boca crucé la puerta de mi recámara y me adentré apresuradamente al baño.

○ Dios ¿Qué me está pasando? - comencé a derramar lágrimas y por consiguiente me invadió una ola de ira que no pude soportar.

Estaba hecho una mierda, no servía para nada y no quería darle una carga a mi familia, eso nunca.

Miré al espejo del baño y se reflejaba una cara escuálida y ensangrentada, mis ojos estaban llorosos y mis manos temblaban, entré en un estado de pánico, caminé hacia atrás hasta llegar a la pared en la cual pegue mi cuerpo a ella y me desplomé al suelo, en cuestiones de segundo mi mente dejó de funcionar quedándome en blanco.

Continuará.....

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