Capítulo Décimo octavo; Bellas calamidades.

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Me encuentro en mi oscura recámara, el silencio abrumador carcome mi consumido cuerpo; puedo sentir las mustiosas pulsaciones de mi corazón que  el cual desde ayer ha comenzado latir un poco más débil, haciendo que mi cuerpo se impaciente de una manera exorbitante.

Mi respiración se encuentra fatigosa, ocasionándome una ligera crisis ansiosa; mi cuerpo se encuentra inmóvil, es incapaz de realizar un mínimo gesto, ya sea por los fuertes dolores, o por el miedo a que se fracture otro hueso.

Desde antier no he logrado pegar un ojo, no porque no quiera, sino porque los lacerantes e intensos dolores me obligan a permanecer en vela.

Ya he perdido la noción del tiempo, desasociándome por completo de la realidad; cada segundo que transcurre para mi es una eternidad y sinceramente les confieso que preferiría mil veces la muerte que permanecer éstas alargadas horas de calvario.

Mi aspecto ya se encuentra deplorable, lo sé porque puedo sentir el hedor inundable que despide mi piel, provocándome ligeras náuseas cuando esa fetidez se intensifica.

No obstante a esos repentinos percances, he notado la ausencia de mi esposa - ¿Qué será de la vida de ella? - caviloso suspiré.

No podía seguir en esa fastidiosa cama, por primera vez sentía una gran repugnancia hacia mi recámara; mi cuerpo despedía una gran aura de desesperación con sólo sentir la humedad de aquel sitio, notaba que si continuaba un minuto más en ese encierro iba a colapsar.

Necesitaba del aire frío, mi cuerpo exigía a gritos sentir aunque sea por unos minutos los débiles rayos del Sol en mi piel, a caminar y poder acariciar el suelo en mis pies.

Entonces en un arranque de adrenalina sucedió lo que temía.

Entre intensas lamentaciones logré colocarme a un costado de la cama y con el mismo impulso de la adrenalina pude sentarme en el  costado de ella; mi cabeza pudo sentir unas leves sensaciones de mareos, pero mis ansias por volver a caminar tan sólo por unos instantes estimularon mi cerebro a eliminar esos síntomas de inmediato.

No podía continuar en esa circunstancias deplorables en las que me encontraba, si iba a morir, moriría en el terreno de lucha como lo hacen los héroes o combatientes.

● Vamos Isaac tu puedes - suspiré y por increíble que fuese logré sostenerme en mis torcidos pies.

Sólo lograba pensar en dos cosas, la primera, el dolor insoportable que estaba aguantando, y lo segundo, que debía caminar recto y apresurado hasta llegar a la ventana de mi cuarto y poder lograr mi último deseo.

Un pasito, dos pasitos, tres pasitos, y así sucesivamente logré llegar hasta la condenada ventana, por primera vez la pude sentir un poco distante de mi cama.

Al abrirla y sentir la tenue luz que el Sol brindaba fue extasiante, pude percibir como mi piel crujía al sentir los rayos del Sol penetrar en mis poros.

● Esto sí que es vida - inhalé profundamente y pude sentir el aroma al césped recién cortado de los vecinos del frente, sonreí con los ojos cerrado mientras continuaba inhalando el agradable aroma. Pero como todo no es para siempre, de mi ensimismamiento desperté al sentir nuevamente esos fastidiosos dolores.

● No me importa cuán doloroso pueda ser lo que sienta, caminaré hasta que ya mi cuerpo no lo permita, andaré hasta que mis pies ya no puedan sostenerse por sí mismo, cuando eso ocurra me daré por satisfecho.

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