-Mátalo. -Levanto la cabeza lentamente hacia Arthur, esperando no haberle entendido bien.
- ¿Qué?
-Ya me has oído, mátalo. -miro de nuevo al animal. Es un ratoncillo gris demasiado pequeño para ser adulto, acurrucado en una esquina de su pequeña jaula y mirándome con unos ojos enormes y aterrados. Es como si entendiera lo que acaba de decir Arthur.
Cuando dijo que hoy entrenaría a parte no pensé que me fuera a obligar a matar algo. Pensaba que me iba a explicar algo que requiriera más concentración, no que fuera a estar a parte para no traumar a los demás. Miro otra vez a Arthur, suplicando por dentro que cambie de opinión, pero él solo me mira fríamente y esperando. Este hombre es como una barrera inquebrantable, si tiene que hacernos algo horrible para que aprendamos nos lo hará, por eso durante los últimos meses no me he atrevido a llevarle la contraria en nada. Si me mandaba lanzar algo con tanta fuerza que se rompiera, lo hacía; si me mandaba volcar un coche, lo hacía; si me mandaba pasar el filo de un puñal por el cuello de uno de mis amigos con la fuerza justa para no hacerles un corte, lo hacía. Pero esto, no solo amenazar sino acabar con la vida de este ratoncito... no puedo hacerlo.
"Si que puedes" me digo "o el ratón o tú". Así que levanto la mano hacia él. He descubierto que cuando uno un pensamiento a un movimiento es más preciso y eficaz porque lo visualizo mejor, según Arthur. Jessica también piensa eso, y si Arthur y Jessica están de acuerdo en algo, entonces es verdad. Intento imaginarme al ratoncillo muerto, pero cada vez que creo que podría funcionar, freno. Al cuarto intento auto frustrado me rindo.
-No puedo. – el hombre se me queda mirando sin cambiar la expresión.
- ¿No puedes? -pregunta al fin. Niego tímidamente con la cabeza, temiendo lo que vaya ha hacer ahora. Cada vez nos da bofetadas más a menudo, a veces incluso nos golpea con algo, y Jessica dice que está preparando algo horrible en el sótano, pero que lo mantiene a oscuras casi siempre para que ni siquiera ella pueda verlo. -Está bien. Ven.
Sale del cuarto y, aunque me tiemplan un poco las piernas al echar a andar, yo le sigo. Al final solo salimos al jardín y él se enciende un cigarrillo.
- ¿Por qué no puedes? -pregunta mirando las ramas del árbol, con la voz casi amable. Se parece al Arthur que conocí en el orfanato, el que se interesó por James y por mí de camino a nuestra nueva casa. Esa sensación hace que me confíe.
-Es que... matar a un animal es...
- ¿Qué? ¿Muy difícil? -asiento, aunque no es así como yo lo habría expresado. Él da otra calada al cigarro. - ¿Es que no se te ocurren formas de hacerlo? Podrías hacer que estallase ahora que lo controlas. -aprendí a controlar los estallidos hace unas semanas, pero solo he practicado con las canicas y con objetos pequeños. No pienso usarlos con el ratón. -o podrías aplastarlo y punto, sin dolor. – otra calada, y al bajar la mano, sonríe perversamente. -podrías aplastarle solo la tráquea y que muera asfixiado. Hay muchas formas, Panterita, solo usa la imaginación.
-Pero es que no quiero usar la imaginación -digo en voz baja. Él se gira hacia mí, claramente cabreado.
- ¿Qué has dicho? -su tono es una advertencia en sí, pero si hay alguna posibilidad de que me escuche es ahora.
-Que yo...no quiero matar al ratón. – aprieta la mandíbula mientras me mira y de repente, tan rápido que casi no lo veo, me agarra del cuello y me gira la cabeza. La sorpresa me impide forcejear y noto como apoya el cigarro el mi cuello, dejándome un circulito en carne viva. Grito de dolor.
-Eso te pasa por ser débil. -me empuja al suelo y no me doy con la cabeza en él de puro milagro. -ya tienes el don débil, si tu voluntad también lo es serás una inútil, y no pienso mantener a una inútil, ¿entendido? – es decir, que si no hago lo que dice o me mata o me echa de la casa. Asiento mientras intento no llorar; llorar es como disculparse, no sirve para nada.
Antes de cenar me ordena otra vez que mate al animalillo, pero no puedo hacerlo. Me castiga echando tierra del jardín en mi plato y obligándome a terminármelo. Me como la cena con tierra y consigo no vomitar, pero cuando después de cenar me vuelve a mandar matar el ratón, vuelvo a negarme. Me agarra del brazo con tanta fuerza que sé que después tendré un moratón y me lleva al sótano.
Jessy tenía razón, está completamente a oscuras. Arthur no necesita encender la luz para guiarse, como si se lo supiera de memoria, y de repente veo un punto brillante en medio de la habitación. Un brazo de Arthur me empuja por detrás y acabo chocándome con el punto brillante, que resulta ser un hierro candente que hace chisporrotear la piel de mi estómago. Grito todo lo que puedo y me echo a llorar instantáneamente, pero nada de lo que haga servirá con Arthur. Me empuja hasta otro lugar que no puedo ver y me pone una especie de grillete en la muñeca. Después de eso se va, dejándome encadenada, en medio de la oscuridad, y con una quemadura sin lavar ni desinfectar en el estómago que aún humea.
Paso la peor noche de mi vida y, cuando al día siguiente Arthur viene a buscarme y me saca de ahí, me veo reflejada en el espejo de la entrada y, si no estuviera tan cansada, me habría asustado. De hecho, los demás están agolpados en la escalera y ellos sí se asustan. Mi camiseta tiene una mancha de sangre que se me ha pegado a la quemadura, estoy sucísima y tengo unas grandes ojeras. Aún estoy en la entrada cuando, a la vista de todos, Arthur trae el ratón en su jaula.
-Mátalo. -ordena.
Esta vez no le miro dos veces, no pregunto nada. Ya lo he entendido, es una elección muy simple: matar o morir. Así que hago estallar la cabeza del animal. Su sangre se extiende por el suelo de la jaula y las gotas más pequeñas llegan al suelo. "Por lo menos lo he hecho de forma que no sufriera" pienso, pero en realidad no tengo remordimientos. Tenía que elegir entre su vida y la mía, simplemente he usado el instinto de supervivencia. Arthur se me acerca y me da una palmada en el hombro.
-Muy bien. -me felicita. Yo soy incapaz de sentir nada, solo quiero dejar de ver el diminuto cadáver, limpiarme la quemadura de la tripa e irme a dormir. – Muy, muy bien. -repite, más para sí mismo que para mí.
Desde ese día, las palabras "bien" y "mal" se cambiaron los significados, y cada vez que Arthur me felicitaba yo me sentía más miserable.
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El don débil
Science FictionMuy pocos niños nacen con un don, y de estos casi ninguno posee el don débil, por lo que la probabilidad de tenerlo es casi imposible. Bien, pues Alexia es un caso casi imposible. Desarrolló su don a los diez años, cuando fue adoptada junto a su her...