Un animal negro, parecido a una serpiente, de unos veintiún metros y robusto, salió de entre las plantas. Una línea de luz naranja le brillaba en todo lo largo del lomo. Rugió amenazante y Micaela gritó asustada.
—¡Ya deja de gritar, loca! —se exasperó María.
El animal lanzó una especie de esfera de viento que botó a María lejos, y cayó sobre unas flores que soltaron un extraño polvo. Eliot corrió a sacarla.
—¡Detenlo! —le pidió a su amigo.
—¡Estoy en eso!
Ditmar puso su mano frente al animal y empezó a hacerlo retroceder, el animal rugía muy angustiado.
—¿Que tú no controlabas el agua? —preguntó Micaela, confundida.
—La sangre tiene agua, mi estimada chica —explicó. Micaela se asombró y se asustó al mismo tiempo—. Créeme, no me gusta hacerlo, además es muy doloroso, pero a ver si entendió.
Bajó el brazo y animal cayó agotado y adolorido, pronto se reincorporó y huyó con prisa. Eliot se acercó con María en brazos.
—¿Qué le pasó? —le urgió saber.
—Tranquilo, sólo está dormida —lo calmó.
—¿Saben?... Siento que no le agrado —dijo Micaela, acercándose.
—¿Tú? Nah… —ella lo miró con incredulidad— Bueno ya, sí, sólo un poco, es que ella es así, está estresada simplemente.
Le pidió a Eliot que se la diera. Micaela no quedó contenta con esa respuesta, Eliot lo notó, le sonrió y le despeinó un poco el cabello con la mano.
—¡Hey! —le reclamó mientras él reía.
Salieron de ahí y fueron a casa de María. La recostaron en su sofá.
—Estará bien, si gustas quédate a cuidarla.
—Sí, creo que lo haré —afirmó Ditmar.
Al rato María despertó y vio a Ditmar a su lado viendo algo de televisión. Éste volteó.
—¿Estás bien?
—Vaya… creí que ya había muerto.
—¿Cómo crees?
—Bueno, esas flores pudieron haber sido venenosas ¿no?
—Sí, pero Eliot podría haberte curado también.
—Ah… Ya lo había olvidado —suspiró—. ¿Todos están bien?
—Sí.
—Metiste la pata hoy ¿no?
—Sí —suspiró—, pero con eso te das cuenta lo mucho que la ama aún, ¿ahora ya estás satisfecha?
—Bueno sí… De todos modos me daba miedo que pudiera acostarse con ella.
—Y dale con lo mismo —rengó el chico.
—Vamos, eso se puede hacer hasta por diversión.
—Ahora recuerdo por qué terminé contigo…
María lo miró ofendida.
—¡No me culpes por pensar como lo hacen los hombres!
—¡Si no mal recuerdo, yo no pienso así!
Ella se sorprendió un poco y desvió la vista, frustrada.
—Bueno… Sí pues, ni Eliot. Perdón, creo que me preocupé de más.
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Dos historias
FantasíaMicaela, una estudiante de Universidad, está muy entusiasmada, ya que esta vez llevará curso con aquel apuesto muchacho, objeto de su amor platónico. Pero no sabe que él guarda luminoso un secreto.