11. ESTARÉ AQUÍ PARA TI

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Esa noche, mientras el reloj marca altas horas de la madrugada, Tony Stark no puede dejar de dar vueltas en la cama.
Cada vez que cierra los ojos, su mente imagina a aquella amiguita de Peter, la joven y hermosa Gwen, desnuda bajo las sábanas junto al muchacho, que deja los ojos en blanco mientras la posee una y otra vez, perdiéndose en su interior.
Ella grita su nombre entre gemidos, le araña la espalda y él le va dejando besos por todo el cuello.

La besa con aquellos labios tan dulces que Tony probó en la fiesta de su cumpleaños y que, a pesar de haber estado ebrio, recuerda con todo lujo de detalles.

Y envidia a Gwen por lo que aún no ha pasado, pero sabe que pasará. Porque nadie se resistiría a un chico tan encantador y bello como Peter. Él ya lo está intentando y le cuesta la vida, y la única vez que el muchacho propició un acercamiento fue incapaz de rechazarle.

No fue por el alcohol, sin duda.

Malditos cincuenta años. Ni todo el dinero del mundo puede ayudarle a rejuvenecerse.
Podría operarse, sí, y Tony continúa tiñéndose las canas, pero eso no le resta el tiempo vivido.

Juventud, divino tesoro.

El veinteañero y alocado Tony Stark no estaría dando vueltas, intranquilo, metido en su cama sabiendo que alguien como Peter Parker se encuentra en la habitación de invitados. El joven Tony estaría ya metido entre las sábanas del otro, haciéndole disfrutar como nunca y sometiendo a aquel cuerpo del pecado a los caprichos de su ser. Caprichos que, sin duda, Peter jamás podría olvidar.

Hay cosas que el dinero no puede comprar.

Tiene que contentarse, simplemente, con imaginarlo. Con pensar en cómo le llena a Peter la espalda de besos mientras nota su piel erizándose.

Se acaricia por encima del pijama. Ahí vamos otra vez. Se endurece a pasos agigantados mientras imagina su lengua enredada contra la del chico, que se coloca encima del mayor a la par que se castigan los labios y frota sus nalgas contra el miembro de Tony.

Las caricias se vuelven más intensas. El roce, más pronunciado.

Volviendo a sentir que aquello no está bien, pero sin poder remediarlo, Tony se saca la polla del pantalón a la par que abre el cajón de la mesilla de noche y saca unas toallitas que siempre tiene por motivos de higiene sexual, y se masturba hasta correrse contra esta, recogiendo hasta la última gota de su semen.

La está envolviendo en sus manos cuando tocan a la puerta.

¡Menudo susto! Tony siente que el corazón se le va a salir por la boca y, como acto reflejo, lanza la toallita envuelta y húmeda bajo la cama.

—¿Peter?

Más vale que sea él, porque no es que se encuentre en esos momentos muy descansado como para tener que pelear contra quien sea que se haya colado en la casa.

—Señor Stark... ¿Puedo entrar?

Tony enciende la luz de la mesilla de noche. Normalmente bastaría un "Luz", dicho por él, para que F.R.I.D.A.Y. active el sistema de iluminación, pero hay costumbres que nunca se pierden.

—Claro, Peter. Entra—le dice, subiéndose rápidamente los pantalones y apoyándose sobre los codos para incorporarse en el colchón.

El chico abre lentamente la puerta. La luz de la habitación le ilumina al dejarse ver al completo.

Está descalzo, y lleva únicamente los pantalones cortos de su pijama azul marino, dejando ver su pecho trabajado y terso.

Pero Tony no está para excitarse ahora mismo con la imagen que tiene delante, que en cualquier otro momento se le antojaría deliciosamente apetecible.
No sólo porque acabe de tener un orgasmo y sus hormonas estén apagadas o fuera de cobertura sino porque, desde su cama, atisba un par de lágrimas rodando por las mejillas de Peter. Sus ojos están enrojecidos. Su rostro, entumecido a causa de ello, y lo más notable es que le nota temblar y respirar de una forma más acelerada de lo normal.

Peter ya no es un niño (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora