Una brisa recorrió el cuarto de Alfred, las grandes puertas francesas que iban al balcón estaban abiertas aunque el rubio recordaba haberlas cerrado antes de acostarse.
A pesar del aire invernal Alfred se levanto sudoroso, de su garganta salió un gruñido y fijo su vista en el balcón quedándose congelado al instante y no fue exactamente por el frío .
Urimare...
Ella permanecía parada, mirándolo con sus brillantes ojos. Alfred no supo que pensar.
¿Como podía ser ella?.
La morena debía de estar en Venezuela perdida en la extensa selva no en Estados Unidos parada en el balcón de su casa.
¡Carecía de sentido alguno!
El joven decidió ignorar a su sentido común... ¿que importaba si esto era un sueño? Lo iba disfrutar.
-Alfred... - susurro ella un escalofrío recorrió la espalda de él ¡la había extrañado tanto!.
La miro con detalle, su pelo castaño estaba suelto y se movía con rebeldía por la brisa de la noche, sus ojos azules y verdes lo miraba chispeantes de alegría, sus labios se curvaban en un sonrisa cariñosa y dulce, estaba utilizando un vestido blanco escandalosamente corto y sus pies permanecían descalzos. ¿Descalzos? Alfred noto que Urimare temblaba por el frío y sin pensarlo mucho camino hacia ella para tomarla de los brazos y meterla al cuarto.
La morena se lanzó a él y se abrazo a su cuello uniendo sus labios con desespero. Alfred correspondió con emoción y la abrazo con fuerza. El frío desapareció, el calor de su amor se esparcía por el cuerpo de ambos jóvenes despertando el deseo de entregarse a las crecientes llamas.
-Te amo Alfred- no pudo evitar sentir la emoción al oír esas palabras, la había buscado apenas Arthur lo dejó salir del fuerte pero jamás pudo encontrarla por más que camino la zonas cercanas.
-Te amo, Urimare te amo- sabía que era un sueño, estaba consciente de que ella solo era un cruel producto de su mente burlándose de él. Sólo quería disfrutarla.
Te amo... Nunca podría escucharla decirlo realmente.
