— Entonces vamos. –Extendió su mano para que la tomara.
Solo asentí y tome su cálida mano.
— Solo que no sean lugares muy caros ¿Vale? No tengo mucha moneda para cambiar.
— Todo lo de hoy, corre de mi bolsillo.
Subimos de nuevo al auto y Sebastian manejo como 20 minutos. Llegamos a un modesto lugar, dónde al parecer ya lo conocían, entramos al recibidor para que nos asignaran una mesa.
— Hola Sebastian, que bueno que andas por acá. –Saludó animadamente un hombre ya un poco mayor.
— Ya lo sabe, ando un poco ocupado. Pero hoy me escapé.
— Ah de haber sido algo muy importante. –Dijo mientras me miraba con ojos picaros, no pude evitar sonrojarme.
— Ella es mi amiga, no es de aquí y quería que visitara el mejor restaurante de Bogotá.
— Perfecto, elijan la mesa que más les guste y en seguida les pasamos las cartas.
Elegimos una mesa casi hasta el fondo, donde no había ninguna ventana, para evitar interrupciones. Muy amable, saco la silla par que me sentara y luego él se acomodó enfrente de mí.
— Oye ¿Te puedo preguntar algo? –Dijo
— Claro.
— Va a sonar muy tonto, pero es que desde hace rato no te he preguntado tu nombre. –Rio levemente.
— Oh supongo que no eran las circunstancias. –Lo miré embobada. — Me llamo ______.
— Bonito nombre.
— Gracias…
— Cuéntame de ti.
— Tengo 16 años, soy de México. Me gustaría ser alguien importante de grande, y vine aquí en especial a la convención. Pero también es parte de mi regalo de cumpleaños, así que estaré unas semanas más.
— Y ¿A que bloger dijiste que venias a conocer? –Dijo burlonamente.
— Ya te lo he dicho…
— Vamos, quiero escucharlo otra vez.
— Me da vergüenza…
— Vamos, por favor.
— Por ti. –Miré hacia otro lado avergonzada.
Nos llevaron las cartas. Abrí la mía y pude darme cuenta hasta ese momento que era una pizzería.
— Son las mejores pizzas del mundo.
— ¿Cuál me recomiendas?
— Peperoni especial.
Comimos en silencio, la pizza era magnifica y quería disfrutarlo mucho. Cuando terminamos Sebastian pidió una malteada para cada uno, pero cuando la trajeron era una sola en un vaso grande con dos pajillas.
— Disfruten su malteada para dos. –Dijo el hombre que antes nos había atendido.
Sebastian y yo nos miramos, creo que ambos habíamos entendido el mensaje.
— Adelante, tu primero.
Me incline desde mi cilla para poder sorber de la pajilla y probar la malteada, apenas el líquido tocó mi boca quedé maravillada con su magnífico sabor. De pronto Sebas tomo con su boca la otra pajilla, quedando muy cerca uno de otro. Después de unos segundos se apartó.
— Esto es muy divertido. –Susurró.
— Lo sé. Oye, ¿Puedo preguntarte algo?
— Claro, dime.
— ¿Por qué me ayudaste en la convención?
— Fue un impulso, nunca antes lo había hecho o más bien nunca había pasado. Pero vi perfectamente lo que paso, y fue muy injusto. Sé que muchas quieren conocerme, pero no sé porque pero me sentí muy impotente al verte ahí, lastimada.
— De verdad te lo agradezco.
— No hay de qué. Oye, por aquí cerca hay un parque, ¿quisieras ir?
— Claro.
Pagó la cuenta y salimos, el cielo había cambiado un poco de color, se estaba haciendo tarde.
El parque estaba doblando esquina. Al caminar entrelazó nuestros brazos, por lo que íbamos más juntos.— Sabes… apenas te conozco hoy, pero me da mucha tranquilidad estar contigo.
— ¿De verdad?
— Si…
Caminamos un poco más, hasta que se detuvo en seco. Me miró, lo miré. Acerco su rostro al mío, cerré los ojos, por dios ese momento era jodidamente perfecto. Mi pulso se aceleró, tomo mis hombros y aplico un poco de fuerza, creí por un momento que iba a besarme, y lo hizo. Pero fue un beso suave y tierno, no en la boca ni en el cuello, apretó sus delicados labios sobre mi frente vendada y los mantuvo así durante un rato. Luego me miró y sonrió.
— Me han dado muchas ganas de cuidarte.
No dije nada, después de eso nos dirigimos de nuevo al hotel, comenzaba a oscurecerse, no podía creer que había pasado toda la tarde con él.
♦
Cuando llegamos al hotel decidió llevarme hasta mi habitación. Iba rodeando mis hombros con su brazo, pero cuando apenas íbamos por el corredor la puerta justo al lado de la mía se abrió. La chica rubia de la noche anterior apareció y por un momento me miró con odio.
— Cariño, tu novio se enteró de lo que te ocurrió hoy en la convención y llego hoy mismo al hotel buscándote. –Sonrío malévolamente como si supiera que había arruinado todo.
— Valla… -Sebastian se giró soltándome bruscamente. — No me platicaste de eso.
— Mira, yo no tengo novio…
— No digas más, entiendo. Mejor me voy. –Dijo cortante.
— Pero…
— Está bien, déjalo así.
Me quedé ahí en el corredor, mirando cómo se iba, mi tristeza era más que mi coraje, pero aun así quería reventar a la rubia envidiosa, la cual corrió tras de él en cuento se fue. Entré resignada a mi cuarto.
♦
— ¡Sebastian! –Grito la rubia.
— ¿Qué sucede? –Giro para ver a la chica que lo llamaba.
— Soy Jena, hoy fui a la convención solo para verte. Y mira, lo que te hizo esa chica no tiene respeto. Sabes que tienes una gran amiga aquí en la que puedas confiar.
— Gracias.
— Voy a la convención de mañana, te veré ahí.
— Claro que sí, mañana no pienso faltar.
Se marchó a toda velocidad en su auto.