Capítulo Uno (3)

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El entorno de Gabriel volvió a enfocarse y notó que todos lo miraban fijamente. Juan frunció el ceño, el camarero parecía curioso y Renato... Renato lo miraba con expresión preocupada, clara y distante.

"¿Estás bien?" Preguntó Juan, alcanzando la mano de Gabriel sobre la mesa.

Gabriel se la quitó, los ojos fijos en Renato. No podía dejar que otro hombre lo tocara delante de Renato. Sintió picazón en la piel, con sus dedos ansiosos por estirarse y tocarlo. Gabriel no podía quitarle los ojos de encima, ni siquiera cuando Renato inclinó la cabeza, lanzando una mirada al camarero, como si estuviera buscando ayuda.

"Tengo que..." Gabriel tragó las palabras, con voz temblorosa. Sus rodillas tambalearon cuando se levantó bruscamente, sacando su billetera. Tiró unos billetes de quinientos pesos sobre la mesa. "... irme."

Juan dijo algo, pero Gabriel no lo oyó. En cambio, hizo que sus piernas se movieran, apartando los ojos de la cara de Renato. Tenía la cabeza inclinada, frunciendo el ceño ligeramente hacia Gabriel.

Tropezó por un pasillo entre las mesas para llegar a la puerta. Cuando llegó, el bonito camarero de antes estaba ahí. Miró a Gabriel con curiosidad, pero le abrió la puerta, diciendo algo que él ni siquiera escuchó.

Afuera, el aire frío lo golpeó y Gabriel intentó respirar, metiendo un poco en sus pulmones que se sintieron como si los estuviera rellenando. Gritó un poco, corriendo hacia la parada de taxis al final de la calle.

Su celular sonó cuando entró en uno de los taxis, diciéndole al conductor su dirección. Al mirarlo, Gabriel vio el nombre de Juan parpadeando en la pantalla. Rechazó la llamada y se echó hacia atrás, mirando el techo del coche.

Su corazón no se calmaba. Gabriel temía que le saliera del pecho. Cerró los ojos e inmediatamente vio a Renato de nuevo. Ojos chispeantes color marrón que lo miraban de una manera que nunca antes habían tenido. Distante. Sin afecto.

La sangre que corría por la mejilla de Renato, goteando por su pelo, apareció como un flash en la visión de Gabriel, y abrió los ojos, conteniendo un grito.

"Señor, ¿está bien?" Preguntó el conductor, mirando a Gabriel a través del espejo retrovisor.

"Creo que no." Gabriel tomó una respiración profunda. "Sólo necesito llegar a casa."

"Tomaré el camino más rápido," prometió el otro hombre.

Gabriel logró una débil sonrisa. "Gracias."

Cuando las luces de la ciudad se encendieron, Gabriel agradeció que no viviera lejos del restaurante. A esta hora de la noche, el tráfico tampoco estaba tan lleno, por lo que pronto estaría en casa.

Su teléfono volvió a sonar, y una vez más, Gabriel rechazó la llamada de Juan. En su lugar, buscó un número diferente. Le pagó al taxista, le dio una propina generosa y llamó a ese número cuando salió el automóvil y caminaba hacia la puerta de su edificio.

Sonó dos veces antes de que alguien atendiera.

"Que me adelantaras algo hubiera estado bueno, sabés," dijo.

"Gabi," respondió Fausto, sonando confundido. "¿Qué hacé- ¡uh, no!"

"Uh, sí," respondió Gabriel, riendo amargamente.

"Hay millones de personas viviendo en esa ciudad." Fausto parecía ofendido, como si tuviera algo de qué ofenderse. "¿Cómo te las arreglaste para encontrarlo?"

En el piso de arriba, Gabriel abrió la puerta y arrojó las llaves a la cómoda cuando entró. Encendió las luces. "¿Estás tratando de hacer yo me sienta culpable de eso?"

Recordar(te). [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora