Capitulo 21

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Hoy volvía a estar sola.

John había ido a hablar con los directores del casting y Ann y Carlota ayer fueron de fiesta con sus amores platónicos y ahora mismo deben de estar... bueno no lo sé, seguramente con una resaca que no se mantienen en pie.

La verdad es que últimamente mis dos amigas estaban bastante desaparecidas.

Casi no les veía el pelo.

Sonó el timbre del descanso y me dirigí hacia la cafetería. Puse el dinero en la máquina expendedora y apreté en el botón de las galletas, pero éstas, se negaban a salir.

¡Oh, vamos!

Le di unos golpes a la máquina, pero nada.

-Estúpida chatarra. -escupí.

De pronto, un fuerte golpe me hizo sobresaltar.

Mis ojos se abrieron por completo cuando vi que había sido Tom quién le había dado una patada a la máuina.

Se agachó, sacó mis galletas y me las dio, para después salir de la cafetería, sin hablar ni mirarme a los ojos.

-¡Tom, espera! -dije corriendo detrás de él; pero me ignoró.

Lo seguí hasta el campo de fútbol.

-¡Por favor! Solo quiero disculparme. -dije intentando cogerlo por el brazo.

Tom se paró y se giró dejando ir un suspiro.

-Tu no te tienes que disculpar Jess. Lo siento pero me tengo que ir.

Y se fue, dejándome plantada en mi sitio, mientras me mordía el labio.

Si que debía disculparme.

Todo eso fue mi culpa...

Me sentía muy mal.

Me fui hacia un rincón y me senté en el césped, comiendo mis galletas.

Dentro de dos días tenía el examen de matemáticas y iba a suspender...

Y si suspendía no me podría graduar.

Que marrón...

No podría salir de casa en días, hasta que no supiera ese maldito tema.

Estaba completamente sumergida en mis pensamientos cuando una pelota tocó mis pies.

Levanté mi mirada, agarrando la pelota con mis manos.

Me encontré con Jake, quién me hizo un gesto para que se la lanzara.

-¿Estás bien? -dijo disimuladamente acercándose a mi, con el ceño fruncido.

-Si -dije lanzándole la pelota.

Se me quedó observando con duda unos segundos para después dar media vuelta para seguir jugando a fútbol con sus amigos.

Las clases pasaron lentas y aburridas hasta que por fin sonó el timbre.

¡Gracias a Dios!

Recogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta del colegio.

-¡Eh!

Me giré, levantando las cejas.

-¿Qué? -pregunté al ver a mi... amigo.

-¿Va todo bien?

-Supongo -dije pasándome una mano por la nuca.

-Vamos, te llevo a casa.

-No hace falta.

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