VICENZO:
Cuando llego a casa mis padres no me dirigen la palabra. La emoción en sus rostros por cualquier encuentro entre su niña dorada y yo desaparece apenas ven mi expresión. Los saludo con un asentimiento y subo las escaleras de caracol directamente a mi habitación. Tonadas de música clásica llega a mis oídos cuando paso frente a la habitación de Penélope, pero no me desvío para molestarla porque estoy a un paso de desmayarme. He tenido que fingir delante de mis padres que la puñalada no está. En el camino recogí a Holly, una enfermera pelirroja bastante buena con la boca, y cosió mi herida de nuevo sin poder hacer mucho por el desastre en el que se convirtió, pero la debilidad seguía ahí.
Pude ir a mi departamento y follarla mientras me remendaba como a un muñeco vudú, ahorrarme la tarea de tener que ver a mis padres, pero no es la compañía que quiero. Necesito algo más. Esta casa me brinda tranquilidad. No puedo evitar ver la chaqueta del equipo de fútbol enmarcada en una de las paredes cuando entro a mi espacio. Salí el año pasado. En un par de meses me iré a la universidad. Si Arlette no se hubiera tomado un descanso de un año por la muerte de su madre estaría conmigo y con Francesco, lo cual sería una autentica desgracia. Ya había sido lo suficientemente malo tener que soportarla en los pasillos.
─¿Sí? ─contesto el teléfono sin mirar la pantalla.
─Me dijeron que estás en mi casa, ¿es cierto?
─Si te lo dijeron es porque sí, pero lamento informarte que es noticia vieja. Te aconsejo que le enseñes a hablar a tus perros. ─Me incorporo sobre mis hombros sobre el colchón. Me lancé a la cama─. ¿Por qué? ¿Tienes un problema con eso?
Francesco suspira.
─No, supongo que no.
─¿Para eso me llamas? ¿Ni siquiera me preguntas cómo estoy?
─Mala hierba nunca muere ─pronuncia en italiano. Se queda en silencio por un momento mientras escucho cómo enciende un cigarrillo─. Vicenzo Ambrosetti no dejaría de acabar una puta rusa ni aunque sus tres hermanos estuviesen apuntándolo.
─El plan inicial era dejarme ahí para siempre. ─No puedo evitar reír recordando cómo querían cortar mi pene y dejárselo dentro hasta que se pudriera, una lección tanto para ella como para mí─. Habrían tenido que ingresarla a quirófano para poder sacarlo.
─¿Tan pequeño es?
─No, todo lo contrario. La habrían desgarrado. Soy el único que conoce el truco.
Francesco ríe.
─Estás demente.
─¿Por follar a la hija del viejo Greg?
─No. ─Una pausa en la que imagino que está tomando otra calada─. Por aparecerte en mi casa a las tres de la mañana y quedarte por dos jodidos días seguidos sin permiso de mi tío.
Presiono mis labios.
─Estaba herido, Francesco. No pude haberle hecho nada.
─¿Pero eso no es algo que deseabas ocultar de tus padres?
─Lo diré si es necesario. ─Maldita sea. No quiero hacerlo, pero lo prefiero a ser enemigo de Carlo por algo que ni siquiera pasó o deseo que pase─. Te estaba buscando a ti.
─Lo sé.
─¿Entonces por qué desconfías de mí?
─Arlette no es fea, Vicenzo. ─No puedo contradecirlo─. Y tú, amigo mío, eres un puto. Si haces tu magia con las prostitutas de tu padre puedo esperar cualquier cosa de ti.
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Arlette © (Mafia Cavalli I) EN LIBRERÍAS
ActionMi madre era una princesa de la Bratva. Mi padre un príncipe de la mafia siciliana. Su amor fue catastrófico, pero la consecuencia aún más. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Pueden encontrar la versión editada por Planeta en librerías.