ARLETTE:
Es sábado, así que me tomo la libertad de dormir una hora extra antes de abrir los ojos. Cuando me levanto tomo una ducha y preparo mi bolso para el gimnasio antes de elegir un conjunto deportivo del armario. Aunque me sé las cientos de técnicas de defensa personal que imparten en el centro de memoria, nunca falto a un entrenamiento a menos que papá me lo prohíba. Aunque las tardes pertenecen al club y a la cinta de correr en casa, nunca me ausento a las lecciones. Son mi actividad favorita luego del manejo de los libros. Adoro patear y golpear lo que sea que pongan frente a mí. Es una buena terapia para el control.
Así es como me miento a mí misma.
Decidiendo omitir el hecho de que probablemente estoy desesperada por alejar el montón de teorías de conspiración que ha ido maquinando mi mente desde que Marcelo se acercó, también ignoro que pasé mucho más tiempo despierta que dormida esperando que amaneciera. Bajo al comedor tras atar los cordones de mis zapatillas. Mis labios se curvan cuando veo los asientos de la mesa llenos. Debería preocuparme, que esté aquí significa que están haciendo negocios que ameritan que tenga vigilancia y en constante comunicación, pero la presencia de Francesco es reconfortante. Él. Papá. Flavio. Incluso Beatrice, Fósil y Petrushka. Aunque nunca lo reconocería en voz alta, todos forman una parte importante de mí. Haría lo que fuera por mantenerlos conmigo. Mis manos se aprietan en puños cuando Miriam se interpone en mi camino sosteniendo una bandeja con mi dosis, la cual tomo ante la mirada de todos.
—Papá —digo inclinándome para besar su mejilla antes de ir a mi lugar.
Desde niña me he sentado a su izquierda. Una chica ambiciosa lo haría a la derecha, pero no es ahí donde está su corazón. Esa es la única técnica para lastimar a mi madrastra que he conservado a lo largo de los años, pero se debe más a costumbre que a otra cosa. Solía odiarla cuando llegó un par de años después de la muerte de mamá, pensaba que estábamos felices sin otra mujer en nuestra vida, pero luego de que correspondió todos mis ataques con sonrisas y vestidos horribles que era obligada a usar por gratitud, aunque lo que realmente me hizo tenerle aprecio fue el que diera a luz a Flavio, ambas lo superamos.
—Mi niña —corresponde mi saludo colocando una ración extra de panecillos en mi plato—. Come más o haré que te den suero intravenoso. Estás muy delgada.
Ruedo los ojos. En realidad he ganado masa muscular.
—Papá...
—¿O te ves así porque tu ropa está muy ajustada?
Aprieto mi tenedor con fuerza.
—Es ropa de gimnasio.
—Es porque está muy ajustada —dice Flavio con el entrecejo fruncido.
Ya que es fin de semana no está usando su uniforme, sino un conjunto de camisa y pantalón de etiqueta perfectamente planchado. Su armario es cero dibujos animados. Me sentiría un mejor con su estilo si la mafia hubiera influenciado en él, pero en realidad es quién escoge su ropa. No les hago caso. Se supone que la ropa interior debe ser ajustada. Me extiendo para tomar mi fruta. Le sonrío a Francesco cuando su mirada se cruza con la mía en el proceso, nuestros dedos tocándose debido a que íbamos por la misma manzana. Nos observamos por unos segundos hasta que papá hace un sonido mientras come y opta por tomar otra. Está usando una sencilla camisa blanca sin cuello, su estilo. Hay ojeras bajo sus ojos que confirman mi teoría de que está aquí por algo más que hacerme compañía.
También hay rojez en sus manos.
—¿Cuándo fue la última vez que te acompañé a un entrenamiento?
—Hace un par de meses —le respondo a papá.
—Creo que es hora de que lo haga de nuevo. —Mira a Beatrice, cuyo agarre sobre los cubiertos se hace más fuerte—. ¿Está bien para ti?
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Arlette © (Mafia Cavalli I) EN LIBRERÍAS
ActionMi madre era una princesa de la Bratva. Mi padre un príncipe de la mafia siciliana. Su amor fue catastrófico, pero la consecuencia aún más. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Pueden encontrar la versión editada por Planeta en librerías.