Capítulo 9:

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VICENZO:

Quiero resolver esto por mí mismo, así que no acudo a papá por refuerzos. De hacerlo no tendría sentido trabajar para los rusos. En su lugar llamo a Francesco. Él convoca al dúo asiático. Los tres se presentan a las seis de la tarde en mi apartamento. Ya que pienso que probablemente la usaré, tomo mi mochila del armario. Es lo más parecido que existe a un kit de asesino. Un arma. Sogas. Mi colección personal de cuchillos. También hay algunas sustancias y otros implementos de tortura que no puse ahí, sino uno de los hombres de papá, pero que por lo general no les doy de mi atención.

Termino de afilar uno de ellos para enfrentarme a Francesco. Observo el brillo de la hoja contra la luz antes de guardarlo. El idiota está recargado contra mi pared fumando un pase que tomó de mis provisiones. Se lo quito y le doy una calada cuando me acerco. Los Ling están en mi sala riéndose mientras hacen zapping entre mis canales pornográficos, lo cual me tiene de mal humor. Nunca he sido fan de los shows lésbicos. En realidad me excita más la idea de una sola chica aceptando varios penes, de ahí mi gusto por las prostitutas. Si no fuera porque pertenecer a una de las familias de la mafia más importantes de Chicago dejó una huella más grande en mí, me habría preocupado por ello como cualquier joven normal y asistido al psicólogo que me guiase al camino correcto.

—¿Estás seguro de esto? Iván podría estar conduciéndonos a una trampa.

—Sí. —Se lo regreso—. Pero también es probable que no. Es codicioso. Lo importante es que en cualquiera de los dos escenarios no se dé cuenta de que están detrás de mí. —Tomo mi mochila. Ya casi es la hora. Nicola dijo que nos veríamos a las seis en la dirección que envió. Si quiero estar a tiempo para todo lo que tengo planeado esta noche, debemos irnos ya—. Vámonos.

Francesco afirma antes de seguirme hacia la salida. En el camino se interpone entre Kai y Emi, bloqueándoles la vista, quiénes gruñen antes de levantarse de mi sofá. Estamos en un piso quince, así que no nos queda de otra que apretujarnos en el ascensor durante el descenso hacia el sótano, lo cual se vuelve más incómodo, no puedo evitar sentirme claustrofóbico, cuando los hermanos salen y Francesco me bloquea la salida con una mirada atormentada en el rostro.

—Sé que me viste besando a Arlette.

Mi mandíbula se tensa.

—No debiste haberla sacado de su casa, Francesco.

—No me disculparé por eso. —Niega—. Pero no debí besarla.

—Debiste —suelto empujándolo para salir de entre las paredes de metal y conseguir algo de aire—. No hay nadie mejor que la mujer que amas para perder tu virginidad.

Sus mejillas de niño bonito se sonrojan con violencia. Es un maldito príncipe italiano. Si no fuese porque es jodidamente bueno con un rifle y casi tanto como yo torturando nunca habríamos conectado, lo cual me alegra que hiciéramos. Es como un hermano para mí. Crecimos juntos. Nos desarrollamos juntos en esta mierda. Nadie me conoce tanto como él. Probablemente moriremos cerca del otro también. El hecho de que hable y vista como Carlo y nunca haya podido obtener una erección por alguien que no sea su prima a pesar de mis esfuerzos por corromperlo, lo único que me falta es intentar meter su pene en una mujer por mi propia cuenta, solo son pequeñas diferencias entre nosotros, pero ninguna persona es igual a otra.

—Vicenzo...

—No te preocupes complicándote. Es bastante simple. A ti te gusta, a mí no, pero nos vamos a casar. —Cualquier resentimiento que tengo hacia él por lo del miércoles se desvanece cuando se convierte en la personificación del conflicto frente a mí—. No dejaré de follar con putas cuando lo hagamos, seguramente ni siquiera la tocaré, así que tienes vía libre para tenerla cuando quieras siempre y cuando nadie se dé cuenta.

Arlette © (Mafia Cavalli I)  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora