Capítulo 17:

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VICENZO:

Marcelo no es el único en su oficina en un segundo piso en descenso. Hay alrededor de una docena de tipos con el mismo aspecto rudo apuntándonos con sus armas que despide con un movimiento de mano. Uno de ellos lo mira esperando una confirmación de su orden. Al tenerla se marcha con un gruñido y un escupitajo a nuestros zapatos, lo que uno que otro de sus compañeros imita. Si no estuviésemos en una situación tan compleja los haría pagar por ello, pero la verdad es que tenemos suerte de continuar respirando. Solo imaginar el precio que pagaremos por ello trae migraña a mis sesos. Desearía tener, al menos, una semana libre de problemas. Existe la posibilidad de que huya en una isla en el Caribe en lugar de en la Universidad en lo que todo esto acabe. Necesito un descanso de esto.

La reacción de Marcelo, sin embargo, no es la que esperábamos.

Este nos sonríe mientras nos contempla con sus mocasines italianos sobre la escritorio, las manos entrecruzadas tras su nuca. Son los mismos que suele usar papá, pero él no es como Constantino. Tampoco como Carlo. Su actitud no es vil, pero sí inquebrantable. A veces tengo la sospecha de que nunca quiso estar en la posición en la que se encuentra, la seguridad de que solo quería venganza por el secuestro de su familia cuando asesinó al viejo jefe de jefes. También es el único tipo que creo que podría vencerme en una palea cuerpo a cuerpo a pesar de que soy más grande.

¿Qué me darán a cambio de no llamar a Constantino y a Carlo por el desastre que hicieron en mi gimnasio? ─Al notar nuestra incredulidad se inclina hacia adelante. Ninguno de los dos sabía que esto le pertenecía. Estábamos seguros de que era de La Organización─. Hedes ya estaba oxidado. No obedecía órdenes. Empezaba a creerse inmortal. Me hicieron un favor. ─Me señala─. Pero necesito algo a cambio de borrar tus huellas. Eres un experto en eso. Sabes a lo que me refiero.

Asiento. Habla de cubrir el asesinato. Eliminar las cintas de las cámaras de seguridad. Deshacerse de los testimonios y posibles deseos de venganza que cualquiera cercano al luchador podría tener en mi contra. Miro a Francesco. Su respiración está agitada. Las zonas en su torso dónde el mazo impactó lucen mal. A penas puede respirar. Tomo aire antes de enfrentarme de nuevo a la mirada del capo. No estamos en nuestro mejor momento. Pelear y huir no es una opción. Solo nos queda complacerlo como un par de putas buenas. Aprieto mis puños.

Todo, de nuevo, por culpa de Arlette.

¿Qué quieres?

La cicatriz en el rostro de Marcelo resalta por la amplitud de su sonrisa.

No me intimida.

Todos en los integrantes de la mafia tenemos cicatrices.

─Un favor, por supuesto.

****

Cuando regreso a casa, Tiffany no está. Tomó el turno de su compañera en la cafetería para hacer algo de dinero extra. La ayudaría, pero eso sería contraproducente tomando en cuenta que ya le di treinta mil dólares y que aún me debe. Dejo las llaves de mi deportivo sobre la mesa en la entrada antes de guindar la chaqueta de mi traje en uno de los ganchos en el armario. Para mujeres como mamá, Arlette y Beatrice, eso es nada, pero estoy seguro de que para ella es bastante. Arrugo la frente mientras me acuesto sin siquiera molestarme en quitarme la ropa. Estoy exhausto, pero no tanto como para no dirigir la mano a mi pene tras alcanzar una pieza de ropa íntima femenina en el suelo y preguntarme qué mierda hizo con el dinero que le quitó a mi padre o cómo llegó a él mientras huelo su aroma.

Unos minutos más tarde suelto un gemido acostándome de perfil, el semen empapando mis dedos. Mi garganta está seca. Por más que lo intento, no puedo evitar pensar que este ha sido uno de mis mejores orgasmos, casi tanto como los que tengo con Tiffany, y lo he tenido a solas.

Arlette © (Mafia Cavalli I)  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora