ARLETTE:El acceso delantero a mi patio está adornado con cientos de cintas brillantes que dan la impresión de colgar del cielo, directamente de las estrellas. Están hechas de cristales de swarovski, un abre boca a la exhibición de diamantes, valorada en medio billón de dólares, cuyas piezas principales se encuentran bajo la cúpula central en medio del jardín de rosas. No es una fiesta de mascaras, pero tomando en cuenta que muchos de los presentes se encuentran en la lista negra de FBI, me tomé el atrevimiento de sugerir en las invitaciones que podrían complementar su atuendo con un antifaz siempre y cuando no olvidaran la temática principal.
El brillo.
Me deleito con el resplandor de los vestidos de las mujeres que entran a mi fiesta, diseños y estilos preciosos, y de las máscaras y antifaces de los hombres que las acompañan. Típico. Mientras sus identidades estén a salvo, sus pellejos a kilómetros de ser relacionados con La Organización, no les interesa lo que pueda pasarle hermosa pieza colgando de sus brazos. Si fuera alguna de ellas llevaría puesta una máscara que cubriera todo mi rostro. No me arriesgaría a un escándalo. Nací en esto, sin embargo, así que no tendría sentido usarla ya que puedo ser relacionada de mil formas más. No conozco a nadie que tenga una herencia ligada al submundo de Chicago tan intensa como la mía. Grandes hombres rusos e italianos me cedieron sus genes. Es como si tuviera hilos invisibles atados a cada centímetro de mi cuerpo, manteniéndome sujeta a mi legado, derechos y deberes, ¿pero qué otra cosa podría esperarse de mí salvo obediencia a la sangre? Mi madre era una princesa de la Bratva. Mi padre un príncipe de la mafia siciliana. Su amor fue catastrófico, pero la consecuencia aún más.
Yo.
Soy pólvora y gasolina envuelta en un vestido Chanel.
Presiono mi mano contra el cristal de mi ventana, permitiendo que todo el brillo en la oscuridad me deslumbre. Políticos corruptos. Empresarios que hicieron su fortuna a costa del lavado de dinero o estafas. Mercenarios. Capos de la droga. Traficantes de armas. Toda persona ocupando un asiento en mi casa en este momento es la personificación de poder. No me imagino estando en otro lugar que no sea aquí. Este sitio es justo dónde pertenezco.
Nací para esto.
─¿Arlette?
Giro sobre mi modelo de falda ancha, pero liviana, llena de incrustaciones de cristal en forma de flores, y corsé de cintas plateadas y trasparencias para enfrentarme a mi padre. Llegó ayer, en la tarde, de Sicilia con aspecto de haber sobrevivido a una catástrofe. Durante la cena quise preguntarle por Francesco, pero algo en sus ojos me lo prohibió. Sea lo que sea que esté sucediendo en la isla en este momento, no es agradable. Solo espero que mi primo sea capaz de manejarlo sin permitir que su corazón sea un estorbo.
Debería.
─Papi.
La manera en la que sus cejas se juntan cuando me ve me hace sentir como si estuviera haciendo algo mal, pero luego noto la nostalgia inundar sus ojos azules y me doy cuenta de que mi imagen le aflige de alguna manera. Lucho por mantener la compostura mientras traspaso la habitación para refugiarme directamente en sus brazos. Mi padre me estrecha contra sí con fuerza, importándole muy poco que esté arrugando su traje perfectamente planchado.
─Luces hermosa, mi dulce niña. Estoy considerando no dejarte salir de tu habitación ─susurra en mi oído, a lo que me apresuro a separarme de él para replicar ya que sé que no está del todo bromeando.
─No puedes mantenerme encerrada aquí. Soy la anfitriona.
Papá entrecierra los ojos, divertido, pero me doy cuenta de que estoy jugando con fuego al retarlo aunque sea a modo de juego.
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Arlette © (Mafia Cavalli I) EN LIBRERÍAS
ActionMi madre era una princesa de la Bratva. Mi padre un príncipe de la mafia siciliana. Su amor fue catastrófico, pero la consecuencia aún más. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Pueden encontrar la versión editada por Planeta en librerías.