A Tweek le gustaban los pájaros. Los miraba por la ventana casi sin pestañear, perdido en los colores de sus plumas, en su trino. Los seguía con la vista incluso cuando su madre lo tomaba en brazos para llevarlo a su cuna. Ella lo percibía con ternura como un niño normal al verlo balbucear viendo a los animales, borrando de sus cansados ojos las horas que el niño no dormía, lo difícil que era agotarlo con sus juegos y su férrea rebeldía de no comer.
-¿Te gustan los pájaros, cariño?- besaba sus manitas, sintiendo el hilo invisible que decían nacía del aroma a bebé que sólo las madres perciben amarrando su corazón al del pequeño en sus brazos, despierto, inquieto- Cuando seas un poco mayor convenceré a papá de comprarte uno- Tweek la miraba con sus enormes ojos multicolor y sus balbuceos se detenían como si pudiera entenderla. Entonces su madre no sabía si esa sonrisa en su hijo le conmovía o le aterraba, porque el niño sólo tenía tres meses.
Conforme fue creciendo, iba siendo más claro que algo no estaba bien con Tweek.Apenas dormía pero no lloraba. Desde que comenzó a gatear, se las ingenió para escaparse de cualquier cuna, incluso de la cama más alta para dar rondas a la casa a cualquier hora. Se quedaba quieto cuando le hablaban y era capaz de responder ciertas preguntas, señalando, asintiendo o negando. Sus padres creyeron que su hijo sería un genio y no se equivocaron. Aprendió a hablar deprisa y a los tres años ya sabía leer. Él mismo tomaba los libros en el suelo que sus padres habían comprado para distraerlo con las figuras de animales sin esperar que realmente fuera capaz de unir las letras por sí solo. Comenzó a exigirles más libros, y ellos se sentían felices de complacerlo porque nunca solía pedir nada. Entró al preescolar a los cuatro años.
Ahí realmente entendieron que su hijo tenía un problema. Les mandaban a llamar regularmente porque , si bien Tweek era excepcionalmente inteligente, le costaba relacionarse con los demás. Solía aburrirse con facilidad y cuando esto ocurría, simplemente salía del salón a recorrer los pasillos de la escuela, sin que las educadoras supieran a dónde iba realmente. La escuela contaba con diferentes grados académicos, por lo que le era sencillo entrar a la primaria. Un par de veces entró a una clase y se acomodó, pidiéndole a un niño cualquiera un cuaderno y un bolígrafo ya que había perdido su mochila al ser perseguido por un perro. Se quedaba a tomar clases y su presencia era tan silenciosa que los profesores no solían notarlo. Sus compañeros sí y al preguntar, él se encogía de hombros, explicando que lo acaban de cambiar de clase. Cuando un profesor lo descubrió, enseguida le llamó la atención y lo jaló del brazo para sacarlo del salón. Tweek nunca se había sentido tan molesto, pero se quedó callado hasta que llegaron a los baños y una idea le cruzó la cabeza. Le pidió, con mucha pena, que le ayudara a entrar al baño porque eran muy grandes para él y ya tenía muchas ganas. El profesor resopló, sin poder negarse a eso y entraron. Tweek le pidió que entrara junto a él y aunque el adulto en algún rincón de su mente percibió algo extraño, lo dejó pasar. El niño sonrió con malicia al quitarse el pantalón y la camisa. Antes de que el adulto pudiera preguntarle qué hacía, Tweek comenzó a gritar y a llorar por ayuda y no tardaron en entrar algunos alumnos que estaban cerca.
-Me dijo que me daría un caramelo si lo acompañaba y comenzó a quitarme la ropa- lloraba con mucha fuerza ante la palidez de los demás, temblando en el piso.
-Eso no es verdad, yo- pero la mirada en los alumnos le hizo saber que nadie creería una palabra suya cuando las evidencias estaban ahí y el que estaba acusándolo era un niño de cinco años semidesnudo. Cuando unas niñas ayudaron a Tweek a incorporarse y vestirse, queriendo acompañarlo a su clase, el profesor fue el único que percibió esa mirada vacía y una mueca que podía ser una sonrisa si no fuera tan oscura.
Dejó de ir a la primaria, pero su carácter comenzó a empeorar al no poder salir. Llamaba estúpidas a las educadoras, se ponía agresivo con sus compañeros cuando intentaban acercarse al área de juguetes porque él los acaparaba. Las llamadas a sus padres se hicieron constantes y alguna le sugirió una escuela de educación especial, donde seguro podían educarlo a su nivel. Sus padres sintieron orgullo otra vez ante su hijo superdotado en lugar de alarmados por sus despliegues de violencia y la facilidad con la que mentía. Porque cuando ellos le preguntaban al recogerlo de la escuela , siempre cerrando su cafetería un par de horas para pasarlas con su hijo, él les decía que muy bien, se despedía animadamente de sus compañeros cuando se cruzaban en el camino y no paraba de decir lo feliz que estaba con sus clases. Decidieron que su hijo merecía educación superior y aunque significó hipotecar su casa, lo metieron a una escuela exclusiva.
Tweek estaba feliz por ser tratado como alguien especial. Adoraba la atención y le encantaban las miradas de las personas cuando iba de la mano de su papá en su uniforme. Levantaba la cabeza y caminaba erguido. Su papá pensaba entonces que su hijo sería un poco vanidoso al crecer y seguro sería un imán de chicas. Creyeron que todo estaría bien. La escuela contaba con clases personalizadas por lo que no interactuaban con más de dos niños y él siempre era el más destacado. Se lo decían las cartas de los profesores, alabando su cerebro. A los cinco años Tweek ya sabía dos idiomas aparte del nativo y el cálculo integral era como la hora de las caricaturas para él. Aunque a sus padres les seguía dando escalofríos la forma en que parecía un maniquí si lo abrazaban, su incapacidad de decir " te quiero " o cómo nunca, jamás, parecía asustarse. Ni cuando un vagabundo lo interceptó en una camioneta junto a su madre e intentó meterlos, diciendo cosas sucias a la mujer. Tweek se soltó de la protección de su espalda y comenzó a caminar despreocupado, pensando al pasar junto a una tienda no muy lejana que sería un contratiempo si ese hombre iba a violarla y tirarla en algún baldío, porque su cena tardaría mucho y papá cocinaba horrible, así que entró y le alertó a las personas para que fueran en su auxilio. Aprovechó que todos salieron en su ayuda para tomar un par de billetes de la caja abierta. Su madre lo abrazó llorando, llamándolo incluso héroe sin que el niño pudiera más que bufar de fastidio. Ella creyó que su hijo era un poco raro, pero nada más.
Cuando fue su cumpleaños número seis, decidieron por fin regalarle una mascota. Un precioso canario blanco. Los ojos de Tweek se iluminaron como nunca habían visto, ni siquiera en navidad. Todos los días lo veía en la sala donde colocaron su jaula, con los ojos igual de abiertos que cuando era bebé, completamente en silencio para escucharlo cantar. Creyeron que amaba a su mascota y por eso no dijeron nada cuando lo descubrieron llevándose la jaula a su habitación.
Helen se arrepintió de un par de cosas esa noche. Haber creído que espiarlo por la cerradura le revelaría una tierna escena del niño contándole alguna tontería al canario, sus ojos embelesados mientras lo dibujaba o algo así y no verlo tomar al ave de la jaula y estirar sus alas. Parecía curioso pero de una forma más bien enfermiza. El ave piaba con más fuerza, incómoda seguramente así que Tweek decidió tomar un par de chinchetas. La primera la clavó en una de sus alas, haciendo que Helen se cubriera la boca por la sorpresa. La segunda en su garganta para que dejara de hacer semejante ruido. La última en su otra ala. El ave seguía retorciéndose, haciendo un ruido que se mezclaba con las risas jubilosas del rubio que casi saltaba de emoción al ver la sangre y cómo poco a poco el ave dejaba de moverse. Entonces le niño comenzó a quitarle las plumas de las alas, esperando que siguiera moviéndose. Pero era imposible, ya estaba muerta. Tweek seguía riendo como si estuviera jugando, eufórico. Sobreestimulado. Se sentó en la silla de su escritorio, bajándose el pantalón y girando hacia la puerta antes de comenzar a tocarse de una forma que no se supone que haga un niño, mirando con una mueca totalmente desquiciada hacia el ojo en la cerradura.
La mujer decidió nunca más espiar a su hijo. Y también decidió que era mejor llevarlo a atención especializada. Ahí, los miles de psicólogos que examinaron a su hijo sólo tenían vagos consuelos para ella. Porque el niño tuvo una infancia normal, fue estimulado de acuerdo a su edad y capacidades, no sufrió ningún trauma y el encefalograma arrojó un cerebro sin daños. Tweek había nacido así y al no haber ningún daño, no había ninguna cura. Ella y Richard hicieron lo que pudieron pero era como intentar arrojar agua caliente a la nieve. Pronto tuvieron qué sacarlo de la escuela privada porque se había liado a golpes con un profesor. La escuela ofreció una indemnización para no acarrearse una demanda pero Helen la rechazó y más bien se disculpó, totalmente segura que aquello había sido obra de su hijo. Su pequeño granito de café no era sólo genio. Era un condenado psicópata. Ella sabía que los rumores eran ciertos, por eso realmente no sé sorprendió al verlo en los noticieros y en cada portada de periódico local envuelto en sangre y maldiciendo a los policías después de matar a gente inocente. Ella lo vio matar a todos los gatos de sus vecinos sin ser capaz de declararlo. Le sorprendió verlo libre y entrar por su pie unos días después, con esa sonrisa que sólo había podido aprender en el infierno, porque seguro no la había heredado de ella ni de su esposo. No necesitó escuchar los presuntos culpables para saber quién era el responsable ante la noticia del banco robado por la mañana. Puso todas sus ilusiones en su hijo y no había obtenido más que espinas en el alma.
Por eso, al escucharlo revolver cosas en su habitación, con una motocicleta manejada por Craig esperándolo en la puerta, Helen sólo podía rezar porque esta vez no se equivocara y lo que estuviera haciendo Tweek tras la puerta, fuera prepararse para desaparecer de sus vidas.
ESTÁS LEYENDO
Soda atómica
FanfictionMirrorVerse AU South Park. South Park nunca ha sido un lugar común ni pacífico. Desconfía de los más callados, dicen.