Capítulo 2

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[Editado Diciembre 30, 2022]

El cuerpo de la mujer se tensó ante la inconveniente sensación de dolor. Ese dolor que comenzaba desde su espalda y la recorría como una marea de intolerables sensaciones. Era como sentir una cuchilla al rojo vivo clavada en su piel. Como tener agujas debajo de las uñas. Como una cadena de acero ardiente envolviendola... Como si estuviera muriendo.

Un gruñido gutural resonó por la habitación, mientras nuestra querida protagonista se embriagaba en el dolor.

Había algo inhumano en la sensación. Como una maldición. Cómo llamas.

Las pupilas de la chica se dilataron cada vez más, y el respirar se sentía como inhalar brazas. Sus pulmones se contraían con dificultad y el sentimiento infernal parecía hacer todo, menos desaparecer. Menos hacerse más tolerable. Era como tortura que acababa lentamente con la sanidad de (Nombre).

La joven suspiró con pesadez, ignorando el dolor y la desagradable sensación. Había optado por levantarse y caminar al baño, claramente debido a la debilidad de sus piernas (Nombre) usó cada gramo de su voluntad para evitar tambalearse.

Era un día duro, como todos los demás.

Sin embargo, el dolor cesó, finalmente dejando que tu mente--su mente se enfocará en otras cosas.

La chica hizo las tareas matutinas tales como darse un baño, limpiar su hogar, pulir el piso, rellenar los trastos de comida, entre muchas otras. Cosas usuales.

Aun así, todas esas tareas domésticas cesaron al insistente e irritante sonido de un timbre. Su timbre.

Raro. No tenía planeada ninguna visita. De hecho, no tenía muchos amigos. Mucho menos amigos que planean visitarla.

Confundida y analitica la joven dejó que sus orbes esmeraldas prestaran su completa atención a la puerta con rapidez. Había alguien. No, era más de una persona, podía verlo por la luz de las ventanas. No necesitaba siquiera acercarse para descifrarlo. No, eran más de cuatro. Escuchaba con claridad los pasos. El césped crujiendo debajo de sus pies. Únicamente dos hacían tanto ruido como querían, pero los otros estaban siendo sigilosos, no estaban muy cerca de la puerta y no parecían querer acercarse a la vista de las ventanas.

Sus respiraciones estaban levemente agitadas, eran hostiles.

Esto sería divertido.

La chica se acercó a la puerta para revisar la mirilla. Si, dos estaban ahí, los demás estaban escondidos, fuera de su vista, pero estaban ahí. Ella lo sabía.

—¿En qué puedo ayudarle?—Cuestionó la joven. No tenía mucho tiempo, y tampoco suficiente paciencia para usar su voz masculina, por lo que, con simpleza, soltó aquella duda sin más.

La única respuesta que obtuvo, fue una rubia con un par de moños sonriéndole. Le mostró sin pudor su colmillada dentadura. La rubia miró directamente al picaporte, y se acercó un poco intentando ver a través de él. No funcionó, pero esa chica lo había intentado.

"Hostil" Recorrió la mente de la protagonista nuevamente. Era como una alarma en su cabeza. Una que le decía que, aunque esa chica se veía linda y casi normal, su sonrisa y su mera presencia significaban nada más que problemas.

—¿En que puedo ayudarle?—Esta vez, la protagonista habló lentamente, saboreando cada palabra en su paladar, como si la contraria no fuera a entenderla. Tal vez, esa rubia si le había entendido, pero había decidido quedarse callada, porque, de cualquier manera, no respondió. —Si eres una de esas malditas niñas que venden galletas puedes irte a la mierda—

¿Qué? -- Dabi × tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora