Steve observó el amanecer, desde el sillón en la sala. Llevaba horas sentado allí, sin hacer otra cosa más que esperar a que ocurriese algún milagro.
Se negaba a darle por muerto, pero las horas pasaban, los días pasaban y no sabían nada de él.
El silencio en la torre, era pesado. No es que Tony compartiera demasiado tiempo con los miembros del equipo, la mayor parte del día, si no estaba en las misiones se la pasaba en la empresa, de viaje, en fiestas o en su taller, inventando vaya a saberse que cosas. Quizás, el vacío que sentía era la consciencia de saber que por más que lo buscase en esos sitios, no lo encontraría. Tony no estaba ahora a su alcance, no podría ayudarle si lo necesitaba... ni siquiera sabía si estaba bien, eso era lo que lo llenaba de pesar.
¿Había sido su culpa? ¿Había presionado a Tony hasta el punto en que él debió encontrar un nuevo proyecto en el que enfrascarse, para olvidar? ¿Por qué viajar en el tiempo?
En una de las numerosas conversaciones con el doctor Banner, supo que Tony no sería capaz de modificar el pasado, sin embargo, ¿Había viajado él con intenciones de hacerlo, de igual modo? Y de ser así ¿Qué era lo que desearía modificar? ¿Qué pasaría si ponía en marcha algún plan para alterar el presente? ¿Qué se lo impediría? ¿El pasado podría taparle la boca, detener sus pasos, incomunicarlo de alguna forma?
La sola idea de que Tony terminase en alguna especie de cuarto oscuro, sin abertura alguna, angustió a Steve.
Poniéndose de pie, decidido a dejar los pensamientos negativos de lado, caminó por la torre sin rumbo alguno. Hubiese dado lo que fuera para que, en esos instantes, le llamasen a alguna misión, aun a costas de saber que el que no lo hicieran, era algo positivo. Sino lo llamaban, era porque nada malo sucedía.
Suspirando con pesadez, se dio cuenta de que hacia donde estaba yendo era al pent-house, en donde se encontraba la habitación de Tony.
Contrariamente a lo que había imaginado, J.A.R.V.I.S. no había puesto en marcha ningún protocolo de seguridad para impedir que él ingresara a ese sitio. La IA parecía mucho más ausente desde que su creador había desaparecido, pero era probable que simplemente fuesen percepciones suyas.
Caminó por el desastre que era el lugar, observando los enormes ventanales de 270° que allí había. Pisó vidrio molido y pensó en que, luego de la explosión, prácticamente, habían dejado todo como estaba. Ni siquiera habían movido de lugar las cosas que se habían roto por la onda expansiva. ¿Eso era una forma de respetar la intimidad de Tony o había sido producto de la mera indiferencia, en la que la imagen del ingeniero había caído?
Tragando en seco, Steve no quiso responderse a ello. Él ni siquiera debería encontrarse allí.
Caminó hacia la enorme King-size que había en uno de los costados de la habitación y observó las sabanas de seda negra -seguramente importada de algún exótico lugar- destendida. El florero con flores marchitas sobre la mesa de luz, que, curiosamente, no había caído al piso ni se había hecho añicos. Dando vuelta sobre sus talones miró, también, el resto de la habitación, los cuadros destrozados de ese arte abstracto que él no podía comprender, pero que eran carísimos, los libros, las alfombras, las puertas abiertas del walking closet, todo ese lujo innecesario. Todo gritando Anthony Stark como si fuese un sello tácito, la marca de ese hombre tan pequeño con un ego tan impresionante.
Tomó asiento sobre el colchón, que cedió bajo su peso de manera agradable y permaneció en silencio, sintiendo como su garganta se cerraba en un nudo de angustia.
Si Tony estuviese allí, de seguro lo sacaría a patadas.
¿Por qué, simplemente, no pudo tratar de ser su amigo?
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La identidad del tiempo
Science FictionPerdido. Así se encontraba Tony Stark en el año 1936, al cual había viajado culpa de una máquina del tiempo. Allí se encontrará con un joven Steve Rogers antes de que este se convierta en el Capitán América. Su carácter tierno y dulce será como un b...