Parte 8

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Ed abrió los ojos y suspiró con pesadez. El sol de la mañana le daba de lleno en el rostro. Incorporándose lentamente, trató de adivinar donde estaba, hasta que poco a poco, los recuerdos llegaron a su mente.

Estaba en la habitación, que le habían dado en aquel burdel. Aquel lugar no era grande, contaba con un pequeño catre, frente a él, la pequeña ventana por donde entraba el sol y a la derecha de la misma, una silla, una mesa sobre ella, había una jarra y una palangana de acero, junto a la cual, había una brocha de afeitar y un pan de jabón. Un pequeño espejo colgaba de la pared. Frente a la mesa, a pocos pasos, estaba la salida. Nada más había allí.

Al estirarse, sus huesos se quejaron adoloridos, los años estaban comenzando a pasarle factura.

Bostezando, se llevó una mano al pecho para rascarse y allí descubrió los periódicos que se había colocado hacía unos días, para aislar el frio. Se miró a sí mismo y se dio cuenta de que aun llevaba la misma ropa con la que había ingresado al lugar, incluso, sus manos estaban negras, inmundas.

Silvie lo había llevado a esa habitación y él se había arrojado al catre apenas ella terminó de explicarle que el baño estaba en la planta baja y se hubo marchado. Se había quedado profundamente dormido.

¡Carajo!... de seguro, Madame Le Pine estaba planeando sacarlo a patadas de aquel lugar.

Levantándose de golpe, se dirigió hacia el espejo para mirar su reflejo. Su estado era deplorable, los cabellos revueltos, la barba crecida, las mejillas hundidas a causa de haber perdido peso.

Volvió a rascarse el pecho, decidido a quitarse los periódicos, probablemente, ellos además de la mugre que llevaba encima, eran la razón de su picazón. Al quitar el primero, vio un extraño resplandor asomar por la musculosa que llevaba puesta. Sintiéndose alarmado, se quitó esa prenda, observando los papeles caer al piso.

Horrorizado, descubrió un extraño objeto brilloso allí, en su pecho.

Su cabeza dolió terriblemente en ese momento y tuvo que acallar el grito que quiso escapar de sus labios. Llevándose las manos a las sienes, hizo presión en ellas.

Miles imágenes se agolparon en su mente.

Una pelota brillante, un raspón en la rodilla, un hombre ¿Howard Stark? ignorándole.

Una fotografía de su padre con el Capitán América... El mismo Howard mostrándosela y sonriendo con orgullo.

Una mansión enorme, un pasillo solitario, una mujer saliendo de una habitación, mirándole con el ceño fruncido.

Howard saliendo tras ella, llamándola.

—¡María!

Un hombre de traje, llamándole.

—Anthony... es hora de ir a la escuela.

Una mesa navideña... él solo en un enorme salón.

Un acto escolar... el maestro apoyando su mano en su hombro. Él mirando a los demás con sus familiares.

Un premio a un proyecto de ciencias. Su padre sonriéndole a la cámara.

Un muchacho, ofreciéndole drogas, mientras le besaba el cuello.

Flashes... miles de flashes. Fiestas, sonrisas vacías, hipocresía.

Pepper, contándole un chiste.

Un beso en medio de la oscuridad.

Una graduación... Bruce.

La identidad del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora