Despertó tiritando del frio y tomó cuenta de la nieve que estaba comenzando a caer. Sospechosamente, durante un par de días, el clima había sido clemente con él, pero ya no más. Debería hallar un lugar para quedarse o, seguramente, moriría congelado.
Se puso de pie sintiendo un ligero mareo y el dolor de los huesos que aún no se acostumbraban a que durmiera sobre una banca, sumándole a eso, el hecho de que llevaba algunas semanas caminando, sin rumbo alguno, siendo el descanso insuficiente. No era capaz de recordar donde estaba, solo sabía que aquel lugar ya no era Manhattan. Buscaba algún refugio o algún sitio donde le brindasen alimento. Tenía la sensación de que le habían dado un plato de sopa alguna vez, pero no podía recordarlo.
Tenía hambre, últimamente, siempre la tenía.
Avanzó por los callejones detrás de la manzana de restaurantes, buscando algo de la noche anterior. Aun no amanecía del todo, por lo que la mayoría de sitios de comida permanecían cerrados, cosa que disminuía su posibilidad de pedir alguna sobra que no haya sido metida en los cubos de basura.
De repente, el sonido de unos pasos lo puso en alerta. Un hombre, arrastraba de los cabellos a una mujer, que iba maquillada por demás y llevaba un vestido color vino, tan corto que permitía ver sus ligueros y sus medias color carne. Ella iba descalza, probablemente, en el forcejeo había perdido los zapatos.
"Una prostituta" pensó Ed. Las mujeres de esa época eran demasiado recatadas como para usar un vestido con tan poca tela y mucho más, si hacía tanto frio.
Ella gritó cuando el hombre la arrojó a los cubos de la basura y se abalanzó sobre ella, golpeándole con fuerza en el rostro.
Iba a violarla, evidentemente, iba a hacerlo. Pero ¿Realmente, se puede violar a una puta?
"Tú sabes que sí" le dijo una vocecilla a Ed, quien, confundido, decidió que lo mejor era ignorar aquella situación.
Se dispuso a marcharse de allí, había dado la espalda a ello, pero la imagen de un extraño hombre de acero, apareció en su mente como si de un relampagueo se tratase.
"Esas no son cosas que un superhéroe haga" escuchó de nuevo la vocecilla y su cabeza comenzó a doler.
Iba a continuar, pero una voz diferente, le reprendió.
"¡Anthony Edward Stark, no te atrevas a marcharte!"
Ese nombre... ¿A quién pertenecía ese nombre? Unos ojos azules le miraron con reprobación. Eso le bastó para avanzar hacia aquellos extraños y tomar al hombre del abrigo que tenía puesto, para sacarlo de encima de la mujer.
Lo arrojó con violencia contra el suelo y sentándose a horcajadas sobre él, comenzó a golpearle. Se sentía bien hacerlo, cada puñetazo en la cara de ese extraño, calmaba su hambre, calmaba su dolor... sus ansias por ingerir algo que lo sacase de esa realidad.
Cuando tomó consciencia de lo que hacía, se levantó de encima y lo observó desmayado. Ni siquiera le había dado tiempo de reaccionar, pero no importaba. Dándose vuelta hacia la mujer, le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.
Ella lo miró temerosa y algo confundida aun, fue por ello que le sonrió, para infundirle confianza.
¿Fue un sonrojo el que vio en sus maquilladas mejillas?
Aceptando el gesto, ella se puso en pie, sin embargo, dio un grito de dolor. Aparentemente, se había lastimado la pierna. Observando allí, donde estaban sus medias rotas, Ed vio la herida. Era superficial, pero sangraba bastante y por ello, resultaba dolorosa.
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La identidad del tiempo
Science FictionPerdido. Así se encontraba Tony Stark en el año 1936, al cual había viajado culpa de una máquina del tiempo. Allí se encontrará con un joven Steve Rogers antes de que este se convierta en el Capitán América. Su carácter tierno y dulce será como un b...