Parte 10

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Solo un poco de presión sobre la piel sensible, para hacerla ceder ante el filo de aquel vidrio que guardaba con tanto celo entre sus pertenencias. El dolor de la cortadura causó que siseara. La sangre manando presta, era el torrente que traía las endorfinas que deseaba. Solo un poco bastaba para que sus sentidos se adormecieran e ignorara que había necesidades que no pudo satisfacer.

Aquello se había convertido en casi un ritual. 5 cicatrices ya le adornaban en aquella, su "zona elegida", a la altura del hombro izquierdo. ¿Cuánto tiempo bastaría para que esa distracción fuese insuficiente?

Cerrando los ojos y suspirando cansado, trató de no pensar en que la situación poco a poco se le escapaba de las manos y extendió su brazo hasta la pequeña libreta que descansaba, en el suelo, junto a él. La abrió en la página en la que, sabía, estaban sus datos y los repasó una vez más.

Soy hijo único de Howard Stark y María Collins Carbonel.

Nací el 29 de mayo de 1970 y tengo 48 años.

Soy un multimillonario, genio, filántropo, playboy.

Vengo del 2018. Vengo del futuro.

Soy Ironman.

Soltó una risa amarga. Aquello era una locura. Su vida era una locura, sacada de un cuento de ficción de algún tipo que ignoraba que jugaba con él... o de algún psicópata. No importaba.

Se puso de pie a duras cuestas y se dirigió al catre, en donde aguardaba su camisa blanca.

Un insistente golpeteó lo sacó de sus cavilaciones. Terminando de colocarse la camisa y cerciorándose, frente al espejo que su reactor no se viese bajo la musculosa y la venda que llevaba abajo, procedió a abrir la puerta. Madame Le Pine le miraba con cara de pocos amigos.

—Al fin se digna a salir de allí, Starkenson.

—Siéntase bendecida- respondió pasándole de largo y bajando las escaleras.

—Créame, Edward, que no es tarea complicada preparar un par de tragos.

—Si la tarea es tan sencilla, no veo el porqué de que me inoportune.

—Usted no sabe cerrar la boca.

—Tengo una boca muy bonita como para no usarla.

Sabía que ella le hubiese contestado, de no haber ingresado al salón principal.

Tony avanzó detrás del mostrador y de inmediato se puso a preparar todo para dejarlo listo. Los papelitos con los pedidos de cada habitación ya se habían acumulado en su puesto de trabajo.

No era buena idea ser irreverente con Madame Le Pine. Era cierto que cualquiera podía preparar una bebida y como estaba la situación en el país, que apenas se recuperaba del crack del '29, de seguro, habría varios hombres gustosos por ocupar su lugar, sin embargo, últimamente estaba de tan mal humor...

Cuando tuvo un respiro, se quedó en la barra observando con detenimiento las botellas de licor. Sabía perfectamente que Le Pine las tenía contadas e incluso, la muy maldita sabía el contenido exacto de cada una. No podías dar un trago sin que ella se enterase, sin embargo, era una alta posibilidad el adulterarlas.

El whisky siempre tuvo un color parecido al té. Solo debía encontrar el momento exacto para escabullirse a la cocina.

¿Cuándo dormía Madame Le Pine?... La mujer tenía unos hábitos tan extraños, que, por momentos, pensaba que no necesitaba descanso alguno. No había hora del día en que ella no impusiera su presencia. Era como un maldito halcón... o un buitre, esperando que cometieras un error, para poder comerse tus restos.

La identidad del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora