3: Estableciendo amistades

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—¿Y por qué decidiste dejar la casa de Rose y Elliot? —preguntó David dejando de nuevo la mano de Abbey en el frío colchón. La joven había estado a punto de rezongar, pero se detuvo—. ¿No te gustó vivir con ellos?

—No. No tuvo nada que ver con eso —respondió—. Ellos hicieron mucho por mí, pero mis raíces me llamaban. Quería regresar a Texas. Quería regresar al lugar que me vio nacer.

David observó a la joven y sonrió. —Eres una mujer valiente.

Abbey sonrió. —No. Simplemente aprendí a vivir lo que la vida me ofreció.

—Veo que ya se conocieron. 

La voz de Sarah llegó hasta los oídos de Abbey, que además también escuchó el beso que le daba a su cuñado. Se removió levemente en su sitio.

—Así es —repuso David—. Abbey es un encanto.

—Lo es —asintió ella con una media sonrisa—. ¿Te gusta tu habitación? —preguntó dirigiéndose a su media hermana.

—Se siente bien, gracias —respondió la joven intentando enfocar su mirada hacia el lugar de donde le llegaban las voces.

—Si te incomoda cualquier cosa me avisas —pidió Sarah—. David, ¿la ayudaste tu a subir? —quiso saber.

David no supo que responder, así que miró a la joven, pero esta se adelantó. —No, lo hice yo.

Sarah miró a la joven y luego a su marido, quien se encogió de hombros. Miró de nuevo a Abbey con reprensión. 

—Te dije que no lo hicieras, te pudiste haber lastimado.

—Pero no lo hice —se apresuró a responder Abbey—. O bueno, no de manera grave —susurró.

Sarah cabeceó en desacuerdo y David intervino. —No hay de qué preocuparnos, Abbey es muy ágil.

—¿Y tú como sabes eso? —cuestionó con curiosidad.

—Porque la vi.

Sarah le dedicó una mirada confundida a su esposo, quien le explicó la manera en la que había encontrado a su joven hermana.

***

—¿Y los niños? —preguntó Abbey mientras ponía la servilleta en sus piernas y tanteaba con su mano hasta encontrar los cubiertos.

Era la hora de la cena, y la empleada doméstica, que solo hacia presencia en la casa para cocinar y limpiar, había servido la mesa. David, antes de acomodarse en su lugar habitual, le había explicado a Abbey en qué consistía la comida y le había dado indicaciones acerca de en qué lugar del plato estaba qué alimento. La atención que le parecía dedicar su cuñado lograba que el corazón de la joven se derritiera de una emoción inexplicable.

—Están con Anna —respondió David—, mi hermana.

—Oh. No sabía que tenías una hermana.

—Es una gran persona. Nos ayuda con los niños cuando estamos muy ocupados —explicó Sarah—. Seguro mañana la podrás conocer.

Abbey asintió. —¿Y tu hijo mayor? —preguntó a David.

—¿Cómo sabes de Dylan? —cuestionó Sarah mirándola con detenimiento.

Abbey se ruborizó, y se regañó por preguntar eso. —Mamá Rose me lo contó —respondió finalmente.

Sarah lucía sorprendida mientras David permanecía abstraído sin perderse un solo movimiento de la joven, quien cenaba como si fuera una persona normal.

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