31: Oportunidad a la vista

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"Solo ya en la funeraria, Oliver sintió un escalofrío. El hueco donde estaba el colchón también parecía un sepulcro. Oliver lo miró y, por un momento, deseó que aquella fuera de verdad su tumba; así podría dormir eternamente y descansar en el camposanto, con la hierba acariciando su cabeza." (*)

Los dedos de Abbey se detuvieron sobre el papel, y durante unos segundos siguió concentrándose en la manera en la que los dedos de David se enredaban en sus cabellos con una suavidad que por poco lograba adormecerla. Abrió los ojos y apoyó el libro sobre su vientre.

—¿Alguna vez has pensado en morir, David?

Las manos detuvieron sus movimientos en el rebelde cabello y David miró a la joven que permanecía recostada en sus piernas. Frunció el ceño ante el inesperado y nada agradable cuestionamiento.

—¿Por qué lo preguntas?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Oliver Twist pensó en ella siendo solo un niño...

—Pero su situación era diferente.

—Sí. Era huérfano.

David sonrió ante el velado sarcasmo de la joven. —Es lo único que tienes en común con él, Abbey.

La joven suspiró. —No me has respondido la pregunta que te hice.

—La verdad, creo que nunca lo he hecho. No de forma directa o voluntaria —respondió sin dejar de mirar los ojos azules de la joven que parecían perderse en algún punto en el techo—. Quizás cuando alguien cercano muere. Es inevitable no hacerlo cuando la sientes alrededor tuyo.

Abbey permaneció pensativa. —Creo que nunca he perdido a alguien cercano —murmuró.

—¿No? —Ella negó—. Pues has tenido suerte, no es algo muy grato.

Los labios de Abbey se abrieron, a punto de decir algo, pero el sonido del teléfono la detuvo. Se giró en su lugar y estirándose alcanzó el aparato de su eterna posición en la mesita al lado del sofá. Contestó aun recostada, su pecho sobre las piernas David.

—¿Sí? Ah, hola doctor Wells. No, no se preocupe, solo leía un poco. Muy bien, gracias, ¿y usted? Me alegra, pero no creo que haya llamado solo para saber cómo estoy —repuso con una media sonrisa, pero esta se esfumó al segundo y Abbey se enderezó quedando de rodillas en el sofá. David la miró con atención—. Entiendo, sí. ¿Mañana? Sí no hay problema. Bueno, gracias, nos vemos entonces. —David le recibió el teléfono y lo acomodó sobre su base.

—¿Estás bien?

—Era el doctor Wells —dijo acomodándose en el sillón.

—¿Él que te ha atendido desde el accidente?

—Sí, él.

Ambos permanecieron en silencio durante unos minutos, hasta que David, aun curioso, decidió preguntar.

—¿Te dio una mala noticia? —preguntó con cautela.

Abbey suspiró. —No. Creo que fue una buena noticia —susurró.

La curiosidad del hombre aumentó. —¿Qué te dijo?

—Parece que se están obteniendo buenos resultados en unos estudios de reparación del nervio óptico que están haciendo —respondió.

Los ojos marrones se ampliaron. —¡Eso es una excelente noticia!

—Sí, lo es.

—¿Y entonces? —cuestionó notando la expresión ausente de la joven, extendió su mano tomando la de ella—. ¿Qué sucede, cariño?

Lo esencialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora