14: Nuestro juego

154 18 2
                                    


David se apeó del auto y entró a la casa con la caja bajo su brazo.

Acababa de llegar de dejar a los niños en la guardería, pasó por el Team acompañando un rato a Sarah, y luego había estado en el centro de la ciudad haciendo unas compras entre las que se encontraba el objeto que llevaba bajo el brazo. Empezó a subir las escalaras, rumbo a la segunda planta, cuando la melodía del piano le hizo detenerse. Sonrió y regresó.

Una vez más, esperó a que Abbey terminara su interpretación para entrar a la biblioteca. Se odiaría si por su culpa la joven se interrumpiera en algún momento de tocar el piano.

—Hermosa canción —elogió cerrando la puerta tras de sí.

El cabello rojizo se agitó hacia un lado al tiempo que Abbey se giraba en el banco. —David, no sabía que estabas en casa.

—Acabo de llegar —repuso poniéndose a un lado del instrumento—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias.

David notó que el semblante de la joven era un poco serio, pero decidió no darle demasiada importancia. En cambio, sacó la caja debajo de su brazo y la puso sobre la caja musical con un ligero golpe. Los ojos de la joven se dirigieron en busca del sonido.

—Te traje un regalo —avisó.

La mirada de Abbey se dirigió de nuevo hacia él. —¿Un regalo?

—Sí.

—¿Para mí? —preguntó con sorpresa y curiosidad a partes iguales.

—Para ti —asintió con una amplia sonrisa—. Bueno, en realidad es para los dos —se corrigió.

El rostro de Abbey dejaba entrever su confusión, así que David extendió la caja en su dirección. Tomó las tímidas manos de la joven y las dejó sobre ella.

Abbey acarició la textura lisa, encontró el lugar en el que se abría la caja y dejó la tapa a un lado. Sus manos llegaron al interior palpando y hallando el objeto que sacó con cuidado. No era cuadrado, sino más bien rectangular, ancho y de madera. Los bordes eran rasos, parecía otra caja, pero más pulida.

David estaba expectante a las reacciones, a cada gesto. Le daba gusto observar como con una media sonrisa, Abbey intentaba descubrir qué era lo que tenía entre sus manos.

Las imágenes pasaban por la mente de la joven al tacto con la superficie, intentando acoplar ambas percepciones. Giró la caja y un sonido le hizo sobresaltar. David ocultó una risita. Abbey se encorvó un poco más y con suavidad, giró de nuevo la caja. El sonido se repitió, pero esa vez lo identificó. Rio, y David le acompañó. El sonido era el de algo moviéndose dentro de la caja, pero no se trataba de una sola cosa, sino de varias.

—¿Es un juego de mesa? —preguntó.

—Es un ajedrez —asintió él.

Los ojos azules intentaron mirarlo, pero apuntaron solo un poco más arriba de su hombro. Justo detrás de él.

—¿Compraste esto para mí?

—Prometí que te enseñaría —le recordó. Se cruzó de brazos y apoyó la cadera en el piano.

—¿Cuándo lo compraste? —Abbey había agachado de nuevo la mirada y recorría con sus manos la caja, fijándose en que algunas de las casillas estaban en relieve.

—Acabo de hacerlo. Pasé por el centro de la ciudad y entré a una tienda donde los fabrican.

—¿Es... normal?

Lo esencialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora