27: El aire del Sur

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La fresca brisa se deslizaba entre las ramas de los árboles, zumbando en las hojas y colándose en el parque con una quietud agradable. Las personas caminaban ajenos a todo, disfrutando del ambiente cálido y alegre que se resbalaba entre ellos, hundiéndolos en una corriente de placidez envidiable, mientras que en una de las mesas una peculiar pareja se enfrentaba en duelo.

—Así que, esta persona a la que esperas, ¿es alguien importante? —preguntó el hombre presionando el reloj a su derecha.

—Sí.

—Y entonces, ¿por qué citarlo en un parque público? —indagó el anciano observando a la joven mover su caballo negro y llevarse uno de sus alfiles blancos, gruñó por lo bajo.

Abbey sonrió al escuchar el sonido de inconformidad y presionó el botón de su reloj. —Porque fue él quien propuso el lugar, no yo.

—Y este hombre es especial para ti, ¿no? —Movió la única torre que le quedaba intentando salvarla del caballo que venía en su dirección—. Torre f1 a f3.

—¿Se nota mucho?

—Lo suficiente como para que yo me haya dado cuenta —repuso el hombre con diversión al notar la palida piel de la chica cubrirse de rubor.

La joven se detuvo del movimiento que iba a realizar y enarcó una ceja. —No me estarás haciendo trampa Isaiah, ¿verdad?

—¡Por supuesto que no! —replicó con tono ofendido—. ¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Porque me conociste tan solo veinte minutos atrás? —respondió la joven con obviedad.

—Soy un veterano de guerra Abigail, la palabra trampa no existe en mi vocabulario —aseguró con solemnidad.

Abbey rio, sin dejar que la conversación la desconcentrara, y dirigió su mano al alfil, empujándolo con cuidado hasta acabar con la torre que se interponía en su camino. —Jaque —repuso con una sonrisa.

—¿Qué? —Isaiah, detrás de sus enormes gafas, observó el tablero y farfulló una maldición—. ¿¡En qué momento!? —exclamó con sorpresa evaluando los movimientos que habían hecho—. ¿Acaso no me dijiste que llevabas un par de semanas jugando? —cuestionó. Abbey rio de nuevo—. ¡Pequeña bribona, me mentiste!

—¡Oye! ¡Claro que no! —se defendió poniéndose seria—. Practico a diario —explicó. El anciano iba a replicar, pero una voz interrumpió.

—Buenas tardes.

La mano de Abbey trastabilló en la torre que acababa de sacar del tablero, logrando que cayera al suelo, mientras que su corazón amenazaba con salirse de su pecho con emoción. 

¡David había llegado!

El locutor se apresuró a recoger la pieza para ponerla sobre la mesa, sin evitar sonreír con alegría por volver a ver a Abbey.

—Tú debes de ser la cita de Abigail, ¿no?

Se vio obligado a dejar de mirar a la joven y sus ojos cayeron sobre el viejo hombre, que jugaba con ella, que aunque a primera vista podía infundir temor, sus ojos cargaban con una nobleza imposible de obviar. David sonrió.

—Así es, señor.

El hombre lo miró con detenimiento. —Puede que sea alguien reconocido —repuso mirando a Abbey—, pero yo nunca lo había visto —aseguró logrando que ella riera. Se puso de pie—. Ha sido un gusto conocerte Abigail, pero te aviso que este juego no ha terminado. Ya sabes dónde encontrarme. —Se despidió de David y de Abbey, y luego se dirigió hacia otra mesa donde un hombre, de avanzada edad también, jugaba solo.

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