8: Trueque

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—¡Jesús! —David se sobresaltó y giró encontrándose con la mujer a su lado—. Sarah, casi me haces dar algo —repuso.

—Lo siento —se disculpó ingresando a la habitación—. Niños, creí que estaban durmiendo en su habitación —habló apoyando sus manos en las caderas.

—Queríamos ver a la Tía Abbey —repuso Samuel.

—Bueno, pues ya la vieron. Ya es hora de dormir —dijo haciéndolo bajar de la cama y rodeándola para llegar a Sallie—. Oh no... ¡Mira este desastre! —repuso hablando de las manitos enrolladas en el cabello. 

—¡Desate! —La pequeña balbuceó y rio al igual que Abbey.

—No te preocupes, yo me encargo —dijo ella tomando con delicadeza las pequeñas manos y quitando su cabello con paciencia.

—Sarah, quizás Abbey se tarde un poco —repuso David—, ¿por qué no llevas a Samuel a su habitación y yo espero a que termine? —propuso.

Sarah no estaba muy convencida, pero al final aceptó. Tomó al pequeño de la mano y salieron mientras David se acercó a la cama.

—¿Eso era el principito? —preguntó.

Abbey sonrió y asintió. —Sí, es de mis libros favoritos.

—También les gusta mucho a los niños.

—Sí, eso me dijeron —repuso sin dejar su tarea con las regordetas manos y el rizado cabello.

—Anna disfruta leyéndoles de ese tipo de historias —agregó David.

—Anna, he escuchado mucho acerca de ella. Espero conocerla en algún momento.

—Ella también ha escuchado de ti.

Abbey giró el rostro en su dirección. —¿En serio?

—Sí, los niños hablan mucho de ti —se apresuró a decir escondiendo sus manos en el pantalón.

—Ah —repuso ocultando su repentina decepción.

—Quizás pueda arreglar una cena en estos días. Así se conocen.

—Eso estaría bien —asintió Abbey con una sonrisa.

David dio un paso más hacia ella y miró el libro. —¿Eso es braille? —quiso saber. Abbey asintió—. ¿Puedo verlo?

—Claro. 

La joven sacó una de sus manos de la tarea que realizaba y extendió el libro, más a la izquierda de lo que David estaba, pero este se apresuró a tomarlo. Deslizó sus dedos por la superficie y rio con incredulidad.

—Es impresionante —repuso con una media sonrisa—. Me parece increíble que alguien pueda leer esto. ¿Es difícil?

—Al comienzo lo es —aceptó ella—, pero cuando te acostumbras lo haces por inercia. Como la lectura de los videntes.

—De todas maneras creo que no ha de ser nada sencillo —insistió.

—Es cuestión de práctica, nada más.

Un silencio se apropió de la habitación, David dejó de observar el libro para mirar a la joven que intentaba terminar de desenredar aquel desastre. Estaba a punto de ofrecer su ayuda, pero entonces una de las manos de la pequeña quedó libre y Sallie rio con diversión antes de llevarse uno de sus dedos a la boca.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo en cambio.

—Sí, por supuesto —asintió Abbey.

—¿Me enseñarías a leer braille?

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