25: Cuando es hora de regresar

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Abbey subió corriendo las escaleras, tropezando irremediablemente con cada escalón.

Cuando llegó a su habitación, a pesar de sentir el ardor producto de las raspaduras y golpes en sus manos, rodillas y pies, se dirigió a la cama y agachándose tomó la maleta de debajo de la cama. Caminó hasta el closet y empezó a sacar sus prendas para luego ponerlas dentro de la valija.

David entró a la habitación y su corazón se oprimió ante la imagen que tenía ante sí. Quizás se esperaba encontrarla echa un ovillo y llorando con temor, pero se sorprendió al ver la entereza con la que ponía la ropa en su maleta. Al acercarse un poco más, descubrió la manera en que sus manos temblaban y sus ojos amenazaban con derramarse en llanto.

—Abbey —susurró sin intención de asustarla, pero la joven se sobresaltó. David se acercó más, y quitándole la ropa de las manos, la rodeó en sus brazos.

—Oh, David. —Abbey dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas cayendo sobre la camisa de David. Aun no podía creer que todo hubiera salido a la luz, pero lo que más le molestaba era que, a pesar de que acabara de vivir un momento tan desagradable, ella agradeciera que se hubiera dado porque gracias a eso ahora podía abrazar a David sin temor a que alguien los viera. Eso era egoísta, reclamó una vocesilla—. Siento tanto todo esto que está pasando —susurró separándose de él, sintió como le tomaba la barbilla para levantarle el rostro y luego le limpiaba con suavidad las mejillas.

—No tienes por qué sentirte mal, Abbey. Esto no es tu culpa —aseguró sintiendo la presión en su pecho aumentar ante la expresión atormentada de la joven.

—No debimos de hacerle esto a Sarah, David —repuso separándose de él e intentando ubicarse para seguir empacando sus pertenencias. David la acompañó hasta el closet.

—¿Y que querías que hiciéramos? —preguntó siguiéndola de regreso a la cama con otra pila de ropa—. Abbey, no podemos negar lo que sentimos...

—¿Y tú estás seguro de lo que sientes? —quiso saber ella.

—Por supuesto que lo estoy.

—¿Y qué es lo que sientes?

—Que ya no puedo estar con ella porque te quiero a ti —respondió sin dudarlo un segundo. Abbey suspiró y siguió guardando la ropa, según sus cuentas y si no estaba mal, ya solo faltaban dos cajones. David la seguía con la mirada—. No es necesario que te vayas —dijo finalmente.

Ella negó suavemente. —Tengo que hacerlo.

—¿Por qué ella te lo dijo? —preguntó—. Porque si es así, yo te digo que te quedes, y de una vez te voy diciendo que fui yo quien compró esta casa así que es mi decisión.

Abbey se detuvo. —No se trata de eso.

—¿Y entonces? —inquirió enarcando una ceja.

—Creo que este no es mi lugar, David. Nunca lo ha sido.

David la miró confundido. —¿Y por qué viniste?

—Porque quería conocerte.

Los brazos cruzados sobre el pecho de David cayeron a sus costados con sorpresa. —¿A mí? —Abbey asintió—. ¿Por qué?

La joven terminó de guardar las prendas y mientras caminaba con cautela hacia el baño siguió hablando. —Quizás esto te suene un poco raro, y quizás tus sentimientos por mi cambien después de lo que te voy a contar, pero... —Se detuvo y giró hacia donde imaginaba que David está esperando—he sentido algo por ti desde antes de conocerte personalmente.

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