19: El peso de los años

138 16 3
                                    


—Ahora sí, cuéntame lo que pasó.

—David tiene una amante.

—¡¿Qué?! 

La tetera de porcelana se tambaleó en las manos de la mujer y la boquilla se desacomodó derramando café fuera de la taza.

—Bueno, no exactamente una amante —se corrigió Sarah—, nuestra relación ya no va bien.

Anna terminó de servir el café en las tazas, limpió el líquido derramado y negó con un firme movimiento de cabeza. —Sarah, no puedes ir por ahí diciendo esas cosas, casi me da un ataque.

—Lo siento Ann, no era mi intención asustarte —repuso bebiendo un poco del oscuro liquido.

Tan pronto David había dejado la oficina, Sarah se había pasado la siguiente media hora sollozando en el despacho, rememorando la conversación que habían tenido e ideando la manera correcta para solucionar todo.

Aquello tenía que ser solo un mal momento, se había dicho, como los que vivía cualquier relación, ¿no?

La cuestión era que su relación no era como cualquier otra.

Cansada de divagar en sus pensamientos, había llamado a Anna y esta le había invitado a tomar un café en su casa para que hablaran.

—A ver Sarah, cuéntame exactamente qué pasó —pidió la hermana del locutor.

—David llegó a la oficina y dijo que teníamos que hablar, me dijo que las cosas ya no iban bien.

—¿Te dijo que se separaran?

—Estoy segura de que ese era su objetivo, pero yo no le dejé que llegara a ese punto.

Anna miró con detenimiento a Sarah. En su semblante se notaba que no la estaba pasando bien con aquella situación, sus dedos entrelazados se retorcían con ansiedad y ya se había bebido la taza de café. Y estaba muy caliente.

Cuando habló con su hermano acerca de sus sentimientos él nunca le dijo que pensaba hablar con su mujer tan pronto, y eso solo quería decir que la situación era seria. Carraspeó ligeramente.

—¿Entonces las cosas no están bien? —quiso saber.

Sarah se sirvió un poco más del líquido en su taza y cerró los ojos con pesadez. —No puedo mentirte, Ann —repuso—, de pronto las cosas han empezado a ir en caida.

—¿Desde hace cuánto?

—No estoy segura... creí que todo iba bien hasta hace poco. —Se encogió de hombros—. Solo sé que ya no es igual.

—Sarah, no quiero que te tomes mal lo que te voy a decir —anticipo con cautela—. Sabes que te aprecio, pero todos sabíamos desde que ustedes dos decidieron irse a vivir juntos bajo las condiciones que lo hicieron que podía ser una mala idea —repuso.

—Lo sé —aceptó sin ganas.

—¿Y entonces?

—¡Pues yo pensé que las cosas nunca cambiarían! —exclamó la mujer perdiendo la paciencia.

Anna se quedó observando con fijeza a Sarah, y creyó entender la situación. —Estas enamorada de él —dijo más como una afirmación que como una duda. Los hombros de Sarah cayeron, y asintió en medio de un sollozo.

—Y precisamente por eso siempre pensé que esto no era buena idea —murmuró mirándola con pena—. Era obvio que algo como esto pasaría.

—Pero yo creí que él también podía llegar a sentirse de esa forma por mi —Suspiró— y ahora resulta que en realidad ya ni siquiera vamos a estar juntos.

Lo esencialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora