29: Ámame

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El olor a comida asaltó los adormecidos y ejercitados sentidos de David logrando que despertara abruptamente.

Abrió los ojos, pero la habitación continuó en penumbra, haciendo que una repentina angustia se apoderara de él. Giró con rapidez y segundos después se vio recibido por la dura y fría superficie del suelo. Se sentó y, mandando las manos a su rostro con desesperación, sintió la tela que le cubría los ojos.

Con un suspiro de alivio quitó la bufanda y agradeció que la única luz que se filtraba por la ventana de la habitación era la de la luna. Se puso de pie y observó la desordenada cama, y una lluvia de sensaciones y olores le atropelló la mente, el calor se apropió de su piel al recordar lo que había sucedido horas atrás.

Por primera vez, y ahora consciente del lugar en el que se encontraba, echó un vistazo a su alrededor. Encendió una pequeña lámpara y la habitación se vio iluminada de manera opaca. El dormitorio era amplio, más de lo que esperaba, y con el mobiliario justo y necesario: una cama doble, dos mesas de noche una a cada lado, un peinador, un enorme closet de madera oscuro y una pequeña biblioteca, además de dos puertas, una que llevaba al resto de la casa y la otra que imaginó llevaba al baño.

Tomó sus pantalones del suelo y poniéndoselos se dirigió hacia donde en efecto estaba el lavabo. Mojó su rostro y enjuagó su boca antes de salir de la habitación. El olor a comida que lo había despertado, se intensificó a medida que avanzaba, reparando en los detalles que habían pasado desapercibidos con anterioridad.

Al salir de la habitación de la joven se había encontrado con otras dos puertas hacia su derecha y hacia su izquierda el resto del apartamento. En las paredes no había nada colgado, ni siquiera rastro de que alguna vez lo hubiera habido, y cuando llegó a la sala encontró el mismo panorama. El lugar en su totalidad estaba a oscuras, solo iluminado por las farolas de la calle y la luna. Caminó atravesando el arco que dividía la sala de la cocina y encontró a Abbey.

El rojo de su cabello se vio intensificado por la luz que despedía el fuego en la estufa, y no pudo evitar sorprenderse al ver la facilidad pasmante con la que se movilizaba entre los sartenes y ollas, como si pudiera ver a la perfección. Aquella joven no hacía más que sorprenderle. 

Se recostó en el umbral del arco, y observó a la joven moverse con gracia. Estaba descalza, y llevaba un vestido holgado que dejaba entrever las blancas y largas piernas. Al recordar el tacto de su piel bajo sus manos, David ansió acercarse y acariciarle como lo había hecho horas antes en la cama.

—¿Tienes hambre? —preguntó haciéndole sobresaltar.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

Abbey se giró sonriente. —Te sentí —respondió.

David sonrió y se acercó a ella, posando las manos en su cintura y besándola con lentitud, siendo consciente de cada segundo que pasaban sus labios acariciando los de ella.

—Entonces, ¿tienes hambre? —volvió a preguntar Abbey una vez se separaron y girando hacia la estufa. Tanteó con su mano el mesón y encontrando la cuchara de madera removió el sartén.

Sin mover sus manos de la cintura de ella, David se asomó sobre el hombro y fisgoneó la salsa roja que burbujeaba. En otra olla la pasta terminaba de cocinarse, y en un plato la carne molida esperaba por ser moldeada.

Un silbido se escapó de sus labios. —Se ve delicioso —repuso.

—Espero que te guste.

—¿Se puede saber cómo le haces para cocinar sin ningún problema? —quiso saber.

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