11: Comprobando sensaciones

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David no sabía cuánto tiempo llevaba quieto, en la misma posición, frente a las puertas de la biblioteca.

Cuando había salido de su habitación se asomó a la de ella, pero no la encontró. Luego pasó por la habitación de los niños, quienes le retuvieron durante casi una hora. Sallie dormía, pero Samuel coloreaba uno de sus libros de tareas. Aprovechó para pasar un poco de tiempo con él, cumpliendo el objetivo por el cual en las tardes iba a permanecer en casa mientras que Sarah estaría en la oficina, y logró que, por un momento, la calma se manifestará en su interior. Entonces recordó que quería ver a Abbey, y prosiguió su búsqueda.

No la vio en la alberca, donde la había visto la última vez esa mañana hablando y riendo con Dylan.

¿Acaso Dylan la habría invitado a salir?, se preguntó.

Llegó hasta el teléfono de la sala y levantó el auricular, dispuesto a marcar, cuando escuchó a sus espaldas la suave y reconocible melodía del piano. Sonrió y dejando el auricular en su lugar, se encaminó hacia allí, pero en vez de entrar, se quedó inmóvil, disfrutando del talento de Abbey. Deleitándose en las notas e imaginando la manera en que los agiles y pálidos dedos de la joven bailaban sobre las teclas, evocando la forma en la que el alma de la muchacha y la melodía fluyendo en el aire se fundían en una sola.

Era algo sublime.

La canción terminó de sonar y David decidió entrar.

Abbey se giró levemente al escuchar la puerta abrirse, a la espera de saber quién había llegado. Lo primero que sintió fue el aroma de la colonia maderosa. Su nariz se inundó de aquel olor y sonrió.

—¿David? —preguntó, aunque sabía que se trataba de él. Además del olfato, ya reconocía el sonido firme y seguro de sus pisadas.

David sonrió. El rostro de Abbey aún estaba ligeramente inclinado hacia su lado. Si daba dos pasos más, podía tocarla. —¿Cómo sabías que era yo? —inquirió forzándose a mantener las manos en los bolsillos.

—Reconozco tu colonia.

La respuesta sorprendió a David, pero no dijo más en relación a eso. —¿Puedo acompañarte?

La sonrisa de Abbey se amplió y asintió con vehemencia. —Me encantaría.

—Escuché un poco de la canción que tocabas —mintió. Lo que menos quería era que Abbey creyera que era de los que espiaban tras las puertas.

—¿Te gustó?

—Mucho —aseguró—. Eres muy talentosa Abbey, ya te lo había dicho. —El rubor cubrió las mejillas de la joven, y David se abstuvo de acariciarla de nuevo. La piel de Abbey parecía ser muy suave. Sus manos lo eran. David tuvo que entrelazar sus manos con fuerza para evitar el impulso que le había surgido de sentir su suavidad—. Pero no la reconocí de ninguna sinfonía en particular —se obligó a decir para calmar su tentación—, ¿de quién era?

—Seguro no la reconociste porque no se trata de una sinfonía como tal sino una composición de cámara, algo del New age —explicó.

—¿Me estás diciendo viejo? —quiso saber David, intentando parecer enojado, pero con la sonrisa bailándole en los labios.

La expresión de la joven se tornó seria y avergonzada. —¡No! No, claro que no —negó con vehemencia—. No. Lo que sucede es que así se le llama, no quiere decir que sea moderna como tal ni nada por el estilo. —Las palabras salían atropelladamente, con el objetivo de explicarse.

David rio. —No te preocupes Abbey, solo molestaba. Sé que no me quisiste llamar viejo, aunque en realidad, lo soy.

—No lo eres —negó de nuevo la joven.

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