10: Inesperado

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El suave rasgueo de la guitarra junto con las lentas y firmes notas que siguieron a este llegaron como una corriente de frescura y vitalidad hasta los oídos de Abigail.

Se encontraba sentada en la misma silla de mimbre que la noche anterior, pero era de mañana y Dylan, el hijo mayor de David, se encontraba a unos metros de ella, balanceándose en la hamaca y tocando una canción.

Aquel joven le había caído muy bien. Era divertido y talentoso, amable e ingenioso, y la hacía reír a menudo. Le daba gusto conocer personas que miraban más allá de su discapacidad, y la trataban como la persona más normal del mundo, y Dylan era una de esas personas.

Dylan pensaba lo mismo acerca de la joven que estaba sentada en la silla de mimbre y que aunque no podía verlo, tenía los ojos fijos en su dirección. Abbey le había caído muy bien. Ella era mayor que él por tres años, y aunque prácticamente nunca había oído de aquella joven, sí recordaba que cuando su padre se fue a vivir con Sarah llegó a escuchar de la existencia de la media hermana de la que sería su madrastra. Aun así, nunca llegó a saber nada mas de ella. Ni siquiera sabía que padecía ceguera, aunque ahora que la conocía, aquello le parecía increíble. No solo era muy talentosa, sino que también era una mujer entretenida y dulce. Muy atractiva también.

Sus dedos templando las cuerdas se detuvieron de manera abrupta. 

—Abbey, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí. Claro que sí.

Dylan dejó a un lado la guitarra y se bajó de la hamaca, para luego llegar hasta las sillas de mimbre. 

—¿En algún momento llegas a imaginar la apariencia física de las personas? ¿O simplemente lo pasas por alto?

—Siempre me imagino los rostros de la gente. —Los ojos de Abbey se cerraron durante un segundo y luego intentaron enfocarse en Dylan—. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad. —El joven miró a Abbey y sonrió—. ¿Cómo me imaginas a mí? —quiso saber.

Abbey rio. —¿La verdad? Aun no me termino de hacer una idea.

—¿Y cómo te haces una idea de eso?

—Tocando.

—¿Tocas a las personas? —repuso con sorpresa logrando que la joven riera de nuevo.

Se encogió de hombros. —No sé de qué otra manera podría.

—¿Te gustaría saber cómo soy?

—¿Quieres que te toque? —preguntó con incredulidad. 

Aquello sí era nuevo. Siempre era ella quien pedía que la dejaran tocar los rostros de las personas para hacerse una idea, y ahora Dylan le ofrecía esa oportunidad.

—No veo porque no —dijo apoyando sus codos en las rodillas e inclinándose un poco más—. Aquí estoy —murmuró.

Los ojos azules de Abbey se enfocaron con precisión en los ojos color marrón de Dylan, que aunque ella no lo supiera, eran los mismos ojos del locutor. Sonrió y extendió sus manos hasta que sintió un tacto rasposo. Involuntariamente recogió de nuevo sus manos y soltó un grito ahogado. Dylan rio.

—No te preocupes. Es solo mi barba —avisó aun riendo.

Un suspiro de alivio escapó de los labios de Abbey, seguido por una risita de vergüenza. Sus manos volvieron a avanzar encontrándose con lo que ya podía reconocer como la barba, y empezando su inspección. Las curvas, las texturas y formas empezaban a crearle una imagen mental de la apariencia del joven.

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