Capítulo 7

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En medio de la oscuridad de su solitaria habitación tenuemente iluminada por la lámpara sobre la cómoda, Suigetsu  asió el único recuerdo que le quedaba de sus seres queridos: un retrato enmarcado en oro de su madre y Setsuna abrazados en medio de un campo de flores.

Ni siquiera se trataba de una fotografía, ellos no se conocieron y ninguno tuvo la oportunidad de ser libre, era una sencilla pintura al óleo hecha por un artista cualquiera, en una plaza cualquiera, un día cualquiera.

Tenía otra en tamaño real, adornando la pared de su sala. Pero esta le gustaba, le hacía sentir cerca de ellos.

Respiró profundo para reprimir el llanto, la molesta sensación en su nariz y garganta, el ardor en sus ojos. Las lágrimas que amenazaban con salir. Él no debería llorar, era un hombre, un adulto y un asesino. Las personas como él simplemente... Pero le estaba costando tanto, y el dolor a veces era insoportable. Justo como ahora. Y necesitaba tanto un abrazo, una maldita palmada en el hombro, lo-que-fuera. Sin embargo, estaba solo, como cada vez.

—Los echo de menos —susurró.
Había una molesta bola en su garganta y las lágrimas comenzaron a salir sin que pudiera detenerlas.

—Mamma [mami], Setsuna, los extraño mucho.

Él no tuvo la oportunidad de despedirse apropiadamente de ninguno. Él no pudo salvar a ninguno. Y eso le hacía sentir como un completo incompetente.

Había sido débil y eso le costó la vida de dos personas importantes. Había sido tan inútil y asustadizo, tan estúpido, tan... Pequeño. Solo un chico que nada hubiera podido hacer, y aun sabiéndolo él se culpaba.Se odiaba con tanta pasión que a veces incluso le parecía asombroso.

Hoy, Suigetsu no se soportaba a sí mismo. Y mientras más lo pensaba, menos razones para continuar viviendo conseguía. Porque ¿qué sentido tenía una existencia vacía y dolorosa como la suya? Sin nadie más que él, sin nada más que días llenos de sangre. Solo y triste. Cualquiera diría que era el sueño de la mayoría de los chicos jóvenes, no el suyo. Todo lo que él quería, justo ahora, era a su madre y a Setsuna. A Mitchell. Y tal vez un poco de felicidad.

«Ya, no seas ridículo», se dijo mientras deslizaba los dedos por el cristal, fingiendo que tocaba el rostro de su madre, que acariciaba al que fue su único amigo durante años en el infierno.

—Estoy tan jodido. —Su voz se ahogó en un sollozo—. Tan malditamente jodido.
Patético, patético. ¿Qué clase de asesino era cuando no podía pelear contra su propio dolor y soledad?

Limpiándose las lágrimas, Suigetsu  dejó el retrato sobre la cómoda y enfundó su Smith & Wesson y su más preciada posesión: la Magnum 47 de Mitchell. Era hermosa, bañada en oro con garras de oso talladas. Al igual que su cuchillo, tenía su apodo gravado. Bestia. Mitchell lo había mandado a hacer mucho antes de su enfrentamiento.

Él siempre supo que iba a morir.
Suigetsu soltó una risita irónica. Esta era la realidad de su vida: muertos o asesinados por él, todos lo abandonaban lentamente.
Su teléfono sonó. Suigetsu  atendió sin siquiera mirar de quién se trataba.

—¿Dónde mierda estás? —La voz de Sasuke resonó en su oído.

Suigetsu puso los ojos en blanco de forma instintiva. Un día de estos su jefe iba a dejarle sordo. Mientras lo pensaba, sonrió. Sasuke  podía decir lo que quisiera, ser quién y cómo él quisiera, pero había una realidad innegable: eran mejores amigos. Y se tenían uno al otro, aún en medio del dolor y las constantes matanzas, del autodesprecio, el odio, y las frecuentes discusiones, ellos eran familia.

«Quizá no estoy tan solo». La idea alivió su malestar.

No estar solo era bueno. Él no quería estarlo nunca más. Incluso si su compañía era un psicópata sanguinario con complejo de dictador.

BESTIA  (Adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora