Capítulo 22

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Tenía familia, una que no sabía de su existencia y que había sido mantenida a salvo mientras él se pudría en un prostíbulo. Por un instante, la furia lo llenó y la idea de hacer sufrir a su padre quitándole lo único que él parecía amar llenó su mente; pero entonces uno de los niños tembló mientras un hilo de agua recorría su pierna y Suigetsu  se vio a sí mismo en él: aterrado, suplicando por una misericordia que jamás recibió. Él no podía hacerles lo mismo, los niños eran inocentes y Suigetsu no era lo suficientemente inhumano como para destrozar sus almas por algo de lo que ninguno era culpable.

—Llévalos a la camioneta —dijo, con su voz ronca, luchando contra su propio dolor—. No informes a Obito  ni a Madara ni a nadie de la división italiana sobre ellos.

Ladeando la cabeza, Dark le miró.

—Sabes que todos los niños que hallemos....

—¡Ellos no!

—¿Por qué? ¿Qué coño te importan?

Suigetsu quiso decirle que no le importaban una mierda, pero de nuevo: él no tenía el corazón para abandonarlos. Ellos eran familia y lo único sagrado para él era la familia, incluso si ellos eran hijos del bastardo que lo destruyó.

—Ellos son mis hermanos —dijo con su voz muy baja, casi rota.

—¿Tornatore...?

—Sí. No informes sobre ellos, por favor. Yo me haré cargo.

Suigetsu creyó ver un ceño fruncido en Dark. Él no podía estar seguro, con esa horripilante máscara de plumas negras cubriéndole el rostro.

—Tú no piensas matarlos, ¿verdad?

Uno de los niños gimió. Suigetsu  sacudió la cabeza, negando.

—Los pondré a salvo, lejos de Infernum, son familia.

Asintiendo, Dark comenzó a caminar jalando de los niños. Suigetsu  tomó aire. Él no lloraría por esto, no ahora, no cuando su venganza se encontraba tan cerca que ya casi podía palparla.
Suigetsu  continuó hacia la biblioteca, donde se encontraba la Habitación de Pánico y donde Raffaele debía de estar tratando de ocultarse. Detrás de él, oyó gritos y disparos; el llanto desesperado de los gemelos. Finalmente, el infierno había iniciado y la Bestia sedienta de sangre iría por los huesos de Raffaele. Eso le hizo sonreír complacido.

Si Sasuke pedía su culo, literalmente, como pago por este favor; él se lo entregaría con gusto. Porque nada se compararía con la satisfacción que estaba por obtener.
Suigetsu pateó la puerta de la biblioteca hasta que cedió. La imagen de Raffaele tratando de ingresar el código de seguridad le hizo reír. Ni siquiera había tratado de ir por sus hijos, para ponerlos a salvo junto a él. El bastardo cobarde estaba huyendo, abandonando a su familia, y eso le hizo pensar que los gemelos estarían mejor lejos del hombre.

—¿No funciona? —preguntó, sabiendo la respuesta.

Michael había desactivado no solo la seguridad, sino la jodida Habitación de Pánico y cada maldita cosa que hubiera en la casa.
Temblando, Raffaele se volvió hacia él. Suigetsu siempre pensó que había heredado los ojos morados de su madre; al verse reflejado en los de su padre, no obstante, descubrió la triste verdad: era otra réplica del hombre. Más joven y atractivo, pero tan jodidamente idéntico que era doloroso. Bien, al menos tenía el cabello blanco liso  de su madre.

—¿Quién eres?, ¿qué quieres? —preguntó en inglés, con su fuerte acento italiano.

Ladeando la cabeza, Suigetsu  entrecerró los ojos sobre él.

—Raffaele Tornatore —dijo acercándose con pasos lentos—, tú has sido juzgado...

—¿Q-qué? Yo no entiendo...

BESTIA  (Adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora