Charlas en la noche

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Era pasada la medianoche en la tranquila residencia Uchiha. La oscuridad envolvía el vecindario, y el silencio era apenas roto por el suave susurro del viento. Sin embargo, no todos dormían.

Sarada Uchiha se removía inquieta en su cama, incapaz de conciliar el sueño. Frustrada, se levantó sin hacer ruido, tomó su equipo ninja —kunais y shurikens— y bajó las escaleras con sigilo. El entrenamiento nocturno no era nuevo para ella; cada vez que su mente no encontraba descanso, sus pies la guiaban al campo de práctica en el jardín trasero.

Ya afuera, comenzó a lanzar sus armas con precisión, apuntando a los blancos colocados en los troncos de los árboles. Cada impacto resonaba con fuerza en la quietud de la noche.

Lo que no sabía era que alguien la observaba.

Desde un rincón del jardín, sentado bajo la sombra de un árbol, Fugaku Uchiha contemplaba a su nieta con una media sonrisa en los labios. Sus ojos, habitualmente serios, se suavizaban al verla entrenar con tal determinación. Había resucitado hace poco, en una nueva oportunidad que jamás pensó tener, y allí estaba ella: la hija de su hijo Sasuke... tan parecida a él y, al mismo tiempo, tan distinta.

Fugaku se levantó con lentitud y se acercó a ella.

—Hola, Sarada —dijo con voz serena.

Sarada se giró con sorpresa, pero al reconocer a su abuelo, le dedicó una sonrisa cálida.

—Hola, abuelo.

—¿No puedes dormir? —preguntó Fugaku, deteniéndose a su lado mientras observaba los blancos marcados por los kunais.

—No, abuelo... Me costaba quedarme quieta en la cama —respondió ella, bajando la mirada, y luego tomó la mano de su abuelo con naturalidad—. ¿Puedo sentarme contigo?

—Claro, hija —dijo él, guiándola hasta el tronco donde había estado sentado momentos antes.

Ambos se acomodaron, mirando al cielo estrellado.

—¿Te puedo preguntar algo? —dijo Sarada con timidez.

—Sí, dime —respondió Fugaku con calma, volviendo la vista hacia el firmamento.

—¿Cuántos años tienes?

Fugaku dejó escapar una leve risa.

—Tengo 40 años. Volví con esa edad, tal como era en ese tiempo. Tu padre, Sasuke, tiene 32. Itachi, si estuviera aquí, tendría 21. Y tu abuela Mikoto tiene 35.

Sarada lo miró con ternura.

—Soy la primera Uchiha con lentes... Al principio pensaba que mi mamá no era realmente mi mamá.

Fugaku soltó una breve carcajada nasal.

—Eres obstinada, igual que tu padre —dijo mirándola con cariño.

Sarada recostó su cabeza sobre el brazo de su abuelo y suspiró profundamente.

—Tengo un sueño —susurró.

—¿Cuál es? —preguntó Fugaku, sorprendido por el gesto de su nieta y la dulzura de su tono.

—Quiero ser Hokage... como el Séptimo. Quiero ser la mejor ninja de todas.

Fugaku no respondió de inmediato. Solo la miró mientras sentía cómo el peso del sueño vencía a la niña que se había esforzado tanto.

Sarada se quedó dormida con una pequeña sonrisa en los labios, aún abrazada a él.

Desde la puerta trasera, Mikoto Uchiha observaba la escena con lágrimas en los ojos. Se acercó despacio, como si el más leve ruido pudiera romper la magia de aquel momento. Al ver a su nieta dormida en brazos de su esposo, sintió una punzada de emoción.

Fugaku la miró y le sonrió con ternura, luego acarició el cabello de Sarada con delicadeza.

—Es una niña muy fuerte —murmuró.

—Sí... Se parece tanto a Sasuke... físicamente, pero también a ti, en carácter —respondió Mikoto, sentándose a su lado y observando el rostro apacible de su nieta dormida.

Hubo un breve silencio. Luego, Fugaku habló:

—¿Sabes algo, Mikoto?

—¿Sí, querido? —respondió ella suavemente, mirándolo con esa sonrisa gentil que siempre lograba ablandarlo.

—Siempre quise una niña... además de ellos dos.

Mikoto sonrió, emocionada.

—Y ahora tienes una —susurró, apoyando su cabeza en el hombro de su esposo.

Fugaku asintió, sin dejar de mirar a Sarada. Solo con su familia podía mostrarse así: como un hombre con emociones. Con el resto del mundo, seguía siendo el jefe del clan, fuerte, distante. Pero con Mikoto y Sarada... era solo un hombre que amaba profundamente a los suyos.

Sarada murmuró algo entre sueños, aún aferrada al cuello de su abuelo.

—Te quiero, abuelo...

Fugaku cerró los ojos por un segundo, sintiendo cómo ese simple susurro le atravesaba el corazón. Luego la abrazó con más fuerza y, en silencio, hizo una promesa:

Protegería a esa pequeña Uchiha... le costase lo que le costase.

Un deseo del corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora