Un deseo

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Sarada no dejaba de mirar la foto de su tío. Le generaba una profunda curiosidad saber más de él. La información que su padre le había dado, junto con algunos recuerdos vagos de allegados al clan, no le eran suficientes. Había algo en esos ojos —en esa mirada tan triste y serena— que la llamaba con fuerza.

Había revisado álbumes antiguos, explorado los rincones ocultos de la biblioteca familiar, incluso había visitado lo que quedaba del terreno del Clan Uchiha, ahora un espacio silencioso y desolado, cubierto de maleza y recuerdos rotos.

Suspiró pesadamente al ver la hora: medianoche. Sus padres dormían en la habitación contigua. Sarada se levantó en silencio, sin hacer crujir el suelo de madera, salió al exterior y trepó con agilidad al tejado de la casa. Se sentó allí, rodeada por la brisa fresca de la noche, contemplando el cielo estrellado.

Una estrella fugaz cruzó el firmamento, brillante y veloz.

—Deseo... deseo que mi tío esté vivo —murmuró, con la voz temblorosa—. Y que yo pueda saber más de él.

Colocó ambas manos sobre su pecho. Lágrimas silenciosas comenzaron a descender por sus mejillas, mojando sus rodillas. Sus ojos negros seguían fijos en las estrellas, como si esperaran una respuesta.

—Mamá decía... que si pedía de corazón... si mi deseo era sincero... esa persona vendría a mí —susurró, cerrando los ojos un instante—. Tío Itachi... ¿me escuchas?

Sin saberlo, en ese instante, su Sharingan se activó de forma inconsciente. Tres aspas rojas giraron lentamente sobre sus pupilas antes de desvanecerse mientras el cansancio se apoderaba de ella. Poco a poco fue quedándose dormida allí, sobre el tejado, envuelta por el viento nocturno.

En otro rincón de la aldea, en el cementerio, algo ocurrió.

La tierra se removió sutilmente y una figura emergió entre las sombras. Su cuerpo estaba cubierto por una capa oscura, y sus ojos... sus ojos brillaban con un rojo intenso.

—No puede ser... —susurró el vigilante del cementerio, dando un paso atrás con el rostro pálido—. Es el Sharingan...

El hombre corrió de inmediato a dar la alarma. Pocos minutos después, varias unidades de la aldea se desplegaron para investigar. Un nuevo poseedor del Sharingan había sido visto, y se desplazaba silenciosamente entre los tejados, acercándose... a la casa de cierto joven prodigio y su familia.

Dentro de la residencia Uchiha, Sarada dormía profundamente, sin saber que, en la oscuridad, una figura se detuvo frente a ella, mirándola en silencio.

—Eres igual a él... —dijo una voz baja, casi un suspiro—. Sasuke... has cuidado bien de ella...

La brisa volvió a soplar.

Y los ojos rojos se desvanecieron en la noche.

Y los ojos rojos se desvanecieron en la noche

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Un deseo del corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora