𝐔𝐧𝐚 𝐲 𝐦𝐢𝐥 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬.

Inicio.

Esperaba a que el semáforo cambiará, agradecía haberle hecho caso a su madre cuando le insistió en abrigarse, estaba seguro que pronto comenzaría a nevar.

El camino hasta la cafetería donde trabajaba fue corto, el poco tráfico ayudó a que llegará temprano.

Su jornada comenzó atendiendo a la amable viejecita que siempre le dejaba dulces de limón.

- Eres un amor mi niño, ten un dulce de limón y miel y esta bufanda que teji para ti.

- Es muy amable señora, le daré una porción extra de galletas para su esposo.

- Gracias mi niño, eres un sol.

Su día avanzaba sin contra tiempos, cuando estaban por cerrar pudo ver a alguien sentado afuera, hacia horas que la nieve no dejaba de caer, razón por la que nadie estaba afuera como solían hacerlo en días de calor.

Tomando su abrigo y la bufanda salió, sentado en aquellas sillas había alguien, dudo en acercarse pero lo hizo cuando vio que la persona se caía de la silla.

-¿Esta bien?

Un balbuceo fue lo único que obtuvo, el tipo estaba demasiado ebrio y frío.

- ¿Puede caminar? para qué pregunto si es evidente que no puede.

Sacando su celular marco el primer número de su agenda, así como llamo corto la llamada.

- Gracias por venir.

- Lo que sea, ¿a tu departamento?

- Si, terminaré de cerrar y nos vamos.

Tan pronto como llegaron a su edificio abrió la puerta dejando pasar a las dos personas que le acompañaban.

- Por fortuna vives en el primer piso, bueno me voy.

- Gracias, ve con cuidado.

El silencio reino, se apresuró en atender a su invitado, le acomodó con cuidado en el sillón dejando un balde a su lado y llendo por la cobija más abrigadora que tenía.

- Espero que duerma bien.

Despertó sediento, como pudo se puso de pie tropezando con el balde, llego hasta lo que vio era la cocina y se sirvió el tan ansiado líquido.

Estaba por regresar a dormír cuando se percató de que no sabía dónde estaba, comenzó a buscar pistas que le indicaran donde estaba cuando vio a alguien observarle desde una de las puertas.