ᥙᥒo.

998 72 106
                                    

Pedro arrastró sus largos dedos por su cabello y dio un suspiro agotado:—Entendeme, Natasha...— murmuró dolido, sintiendo como le dolía el pecho y como sus ojos se llenaban de lágrimas—. Él va a reconocerme, me hizo una promesa, me dijo que este collar nos mantendría unidos toda la vida- acarició la cadenita que descansaba en su cuello, rozó con sus dedos el diamante que caía al final.

—Él ya hizo su vida, y aunque te cueste, tenes que aceptarlo— respondió ella, frustrada de estar teniendo por enésima vez aquella charla-. Además, ¿cómo pensas entrar ahí?

"Ahí", con eso se refería a la obra de teatro que llevaba el nombre de sin domesticar, la cual hacía con una tal Oriana. Natasha tenía razón, las últimas dos fechas que quedaban tenían agotadas las entradas, y ni siquiera les serviría una reventa porque el meet and greet de la función sería en dos horas. Pedro había tratado con todo: enviándole un mensaje, comentándole todas las fotos... pero era difícil que alguien con tres millones y medio de seguidores le hiciera caso.

—Natu, vos siempre decís que me amas, ¿o no?— la chica no contestó, simplemente siguió mirando hacia su derecha; Pedro exaltado golpeó la mesa con su puño cerrado—. ¡¿Me amas o no?!

—¡Obvio que te amo, Pedro!

—Entonces, por favor, necesito que me ayudes...— respondió en un tono mucho más bajo, achicándose en su lugar a la par que volvía a sentirse vacío.

La muchacha se levantó de su silla, rodeó la mesa circular hasta llegar al asiento de su novio y se sentó en sus piernas, abrazándolo con fuerza y sintiéndose mal por él.

—Tranquilo bebé, prometo que lo conseguiremos.

5 años atrás.

Una sonrisa estaba plasmada en el rostro de Martín Kovacs, dejando ver sus dientes adornados con unos brackets bastante brillosos junto a sus labios resecos. Los días rutinarios de aquel joven de veintiún años parecían dar un giro de 360 grados, quizás la suerte se pondría de su lado al fin. Su mejor amiga Bárbara, simplemente decía que estaba demasiado emocionado por un simple chico nuevo. Es decir, ¿por qué tanta emoción? Tenía mil pibes detrás, incluyendo unos cuantos del trabajo, pero Martín simplemente los ignoraba. No había un porqué, sencillamente no había un chico que le llamara la atención más que para saciar sus ganas de una noche. Dejando de lado todo eso, Martín no para de sonreír desde hace una semana, trataba bien a todo el mundo y si pasaba algo malo le restaba importancia, pareciendo el típico chico positivo que nadie soporta del todo. Y, dentro de todo, su mejor amiga estaba feliz por él, aunque no lo demostraba (como ninguno de sus sentimientos).

Hoy era un nuevo día, el más esperado por Martín. La noche anterior le había costado muchísimo conciliar el sueño, debido a lo obvio: el chico nuevo. Se la había pasado pensando en su aspecto físico, en el tono de su voz, en su forma de caminar... por dios, estaba enloqueciendo por alguien que siquiera conocía. Se estiró un poco en la cama, la habitación estaba alumbrada por el sol que atravesaba los visillos de la cortina, debían ser alrededor de las nueve o diez de la mañana. Se levantó, entró al baño y cepilló sus dientes. Se acomodó el cabello con la mano y salió hacia el comedor, bostezando.

Se encontró a su madre de espaldas en la cocina, sirviendo agua en un termo. La señora sintió una presencia detrás suyo, por lo que observó desde su hombro, al ver que era su hijo sonrió feliz.

—Buenos días, bebé— formuló en un tono meloso, dejando la pava en su lugar y cerrando el termo—. Justo estaba por irte despertar.

—Te extrañaba mucho vieja— expresó Martín en el mismo tono, acercándose a su madre para abrazarla por la cintura.

Su madre siempre se iba temprano debido a que su trabajo era lejos, tenía hora y media de viaje y luego las ocho horas diarias del trabajo. Por lo que se iba temprano y volvía en la tarde, cuando Martín aún se encontraba trabajando como cajero en un supermercado; debido a ello se veían muy poco los días de semana. Despertarse y ver a Zahady preparando mate fue lo más bonito que le podría haber pasado (lo segundo era el chico nuevo, claramente). Ambos caminaron hasta la mesa, sentándose frente a frente.

—Y contame amor, ¿cómo va todo en tu vida?

—Re bien por suerte, hoy entra un chico nuevo y me emociona.

—Ay, Martín...— alargó su madre, vertiendo agua en el mate—. Siempre te atraen al principio, cuando no sabes nada de ellos. Los enroscas como una víbora, estás con ellos, los tenes en la palma de tu mano y dejan de gustarte.

Martín se carcajeó:— Todos son iguales, ninguno vino a conquistarme.

—Yo creo que le tenes miedo al amor— el pelinegro abrió la boca para responder, pero la mujer lo interrumpió—, y no sé por qué, es algo hermoso.

El chico negó con la cabeza, llevándose el mate a la boca.

—No creo que sea así, siempre veo a Bárbara y nunca le duran las pibas, encima ella termina dolida banda de tiempo. Sinceramente, si puedo evitar eso, lo voy a hacer.

—¿Eso quiere decir que alguien te flechó y lo estás negando?— Martín negó con la cabeza, riéndose.

—Mamá, no te ilusiones, nadie puede enamorar a Martín Kovacs. Ellos se enamoran de mí.

—Pensar que cuando eras más chico no dejabas de hablar de pibes y pibes en tus diarios. Qué Felipe, qué Mauricio, todas las semanas era un chico nuevo.

Ambos se rieron unos segundos, recordando aquellos tiempos donde ningún chico podía pasar frente a Martín porque él ya se enamoraba.

—¡Ma!— exclamó avergonzado— Era pendejo, es diferente. A los catorce años uno tiene las hormonas alborotadas.

—¿Y a los veintiuno no?— consultó ella, más que nada afirmándolo, con una ceja levantada.

—Bueno, sí, pero de una manera diferente, no pensas en ponerla todo el tiempo.

—Tu papá no dice lo mismo de las veces que ve a chicos pasando a la casa.

—Uh, que viejo gorra que es.

—Bueno, es tu papá Martín, no le faltes el respeto— dijo ella, aguantándose la risa. Observó el reloj, viendo que ya eran las diez y media—. ¿No se te va a hacer tarde?

Martín observó el reloj y se levantó apurado, dándole un último sorbo al mate. Corrió hacia su habitación a colocarse el uniforme del trabajo. Se miró al espejo, inconforme, ¿qué le faltaba? Seguramente estaba inseguro por el nuevo chico. Se había acostado con todos los que le gustaba, y sabía que tener en sus manos a un chico no era para nada complicado, en especial por su forma de ser. Sin embargo, quería destacar. Su mirada se paseó por la desordenada habitación, terminó en el escritorio, visualizando el lip gloss de su hermana menor. Sonrió y, convencido, lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Ahora, mucho más seguro de sí mismo, se colocó su mochila a los hombros y salió de la habitación. Su madre estaba viendo la televisión, cambiando de canal al no encontrar nada bueno.

—Bueno, vieja, se me hace tarde— se acercó a ella y la abrazó fuerte—. Fue lindo estar juntos nuevamente.

—Sí, ahora me cambiaron el turno y voy a llegar súper tarde, pero al menos tengo toda la mañana libre.

—Espero que no te canses mucho, ma— le dejó un beso en la mejilla.

—¡Cuando vuelvas quiero todos los detalles de la nueva presa!— exclamó, haciendo que el menor se riera, poniéndose colorado.

no te olvidé ; pedrimente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora