Las noches que pasaba con Mirko siempre le eran inolvidables y excesivamente placenteras, sin embargo, aquella noche no le había producido lo mismo. Y aunque quería convencerse a sí mismo que solo era porque el chico de cabello rizado le había aburrido, en el fondo sabía que no era eso. ¿El motivo? Era más que obvio: el chico nuevo de su trabajo. Era tan extraño que a Martín le interesara de tal modo un chico, que no sabía cómo sentirse al respecto. A Mirko le extrañaba muchísimo que Martín no se excite con sus besos y caricias, por lo que ni mantuvieron relaciones sexuales, sabía que Martín no quería hacerlo y presionarlo solo arruinaría su extraña relación.
Tres de la madrugada, Martín se despidió de su mejor amiga y dejó a Mirko masturbándose en el baño, en sí, poco le importaba. Una vez que salió de la casa, metió sus manos en los bolsillos y sintió el viento chocándole el rostro; el clima últimamente andaba demasiado bipolar. Se estaba maldiciendo por no haber traído un abrigo ni haberle pedido alguno a Mirko, pero sería en vano volver a entrar a la casa y pedirle un abrigo luego de dejarlo con las ganas. Comenzó a caminar, si veía un colectivo desde lejos se detendría en una parada y se subiría, de lo contrario, caminaría hasta casa.
No sabía explicar cómo se sentía... ¿Celoso? ¿Enamorado? No, definitivamente la palabra enamorado era demasiado grande para alguien que recién conocía a otro alguien. Aunque le encantaba dejar con ganas de más a las personas (como en el caso de Mirko), se sentía mal por habérsele acercado en dos ocasiones a Pedro y solo ilusionarlo con que lo besaría. Es que era estúpido, ¿por qué le hacía eso a alguien manipulable como un adolescente de dieciséis años, borracho? Negó con la cabeza para sí mismo. Y estaba tan ensimismado en sus pensamientos que ni notó que el mismo motivo de que se estuviera comiendo la cabeza, estaba detrás de él. Pero una sombra lo puso en alerta, por lo que se dio vuelta de golpe y se asombró al ver a Pedro.
—¿Pedro? ¿Qué haces acá?— preguntó, sonriendo pícaro al notar que lo estaba siguiendo. Se cruzó de brazos, en una posición perfecta de diva.
—No te estaba siguiendo, estoy yendo a mi casa.
—¿Justo atrás mío?
—Bueno, te estaba siguiendo— respondió, sabiendo que no tenía escapatoria.
—Tengo frio— masculló Martín, pero el contrario no hizo nada y se quedó allí quieto—. Como se nota que seguís siendo un pendejo, era para que me des tu campera.
—¿Mi campera? Ni a palo, hace alto frío.
Martín rodó los ojos, era más pelotudo de lo que pensaba:—¿Para qué me seguís?
—Em... no sé.
—Ay dios, anda a tu casa y no jodas, ¿querés?
Dicho aquello volteó en sus talones y se dispuso a volver a caminar, pero ya que sus pensamientos no interrumpían el uso de sus cinco sentidos, volvió a sentir los pasos rápidos del chico alto detrás suyo. ¿Qué quería?
—Bueno, ¿me podes decir que quer...
Sin más, Pedro se había abalanzado hacia sus labios de forma rápida, sin dejarlo terminar la oración. A lo primero se quedó quieto, sin siquiera sentir la textura de los labios del contrario; pero luego comenzó a mover sus labios y a apegar su cuerpo al de Pedro. Lo tomó desde la cintura para acercase más a él (por más de que el contrario era mucho más alto que él) y Pedro descendió sus brazos hacia los hombros del otro, agarrando sus propias manos por detrás de su nuca. Se dejaron llevar por el beso, retrocediendo un poco hasta chocar con la pared que se encontraba del lado derecho de la vereda. Martín se movió contra el cuerpo de Pedro, haciendo que sus cuerpos chocaran suavemente. Pedro se alejó unos centímetros de él con una sonrisa, y volvió a unir sus labios en un beso más profundo. Martín no podía creer como un chico de esa edad podría provocar tantas cosas en él, refiriéndose al ámbito sexual, por supuesto.
—Si me estabas siguiendo, ¿a dónde pensabas ir?— consultó Martín contra su rostro, susurrándole para no romper el ambiente que se había formado.
—No sé, tomé demasiado hoy y no tengo idea de lo que estoy haciendo.
—¿Te gustaría ir a mi casa?
—Sé que me encantaría ir con vos, pero mi parte aún sobria me dice que no es una buena idea...
—¿Y por qué te dice eso?— preguntó seductor, frotándose contra la entrepierna del otro.
—No lo sé... pero quizás debería hacerle caso.
—Mi parte sobria me dice que te vuelva a besar, y quizás también tenga razón— expresó y volvió a acercar sus labios con los de Pedro de una manera arrasadora, mostrándole las ganas que tenía de besarlo.
Pedro no se resistió, no podría ni aunque quisiera hacerlo. Se apoyó de lleno en la pared a sus espaldas y tomó de la cintura a Martín, bajando un poco sus manos hasta agarrarle del trasero y apretarlo a su antojo. Martín se pegaba hacia su cuerpo, como si quisiera fusionar sus dos cuerpos. Por más de que el puberto estaba borracho, sabía que era consciente de lo que estaba haciendo, sabía que no se arrepentiría por más de que sus labios dijeran otra cosa.
Se separaron unos milímetros, Pedro no quitaba sus manos de la espalda baja del mayor, simplemente se separaron para mirarse unos segundos y volver a juntar sus labios con la misma intensidad. Y así duraron un buen tiempo, algo de diez minutos seguidos de besos y más besos. Ninguno quería separarse, eso estaba más que claro.
—¿Y ahora? ¿Qué dice tu parte sobria?— susurró Martín contra sus labios, produciéndole una vibración que le hacía cosquillas.
—No tengo ganas de escucharla...— respondió también en susurros cuando un colectivo estacionó en la parada, llamando la atención de ambos chicos—. ¿Vamos?
Martín sonrió en respuesta, lo agarró de la mano entrelazando sus dedos y caminando hacia el colectivo. El pelinegro sacó la sube de su bolsillo y la pasó dos veces para luego sentarse en el transporte. Habían pocas personas en el colectivo, seguramente eran los que ya se iban hacia su casa luego de una buena joda. Pedro apoyó su cabeza en el hombro de Martín, quién giró un poco su cabeza y volvió a unir sus labios. Estuvieron así unos minutos hasta que Martín se percató de que estaban a punto de llegar a la parada de su casa, por lo que se levantó junto a Pedro de la mano y bajaron. De allí caminaron dos cuadras hasta la casa del mayor.
—Que bonita...— comentó Pedro con la voz ronca y los labios hinchados.
—Sí, gracias— respondió.
Entraron a la casa, Martín llaveó la puerta y pasó directo a la cocina a tomar un vaso de agua, Pedro lo siguió por detrás. El pelinegro estaba de espaldas hacia el adolescente, sirviendo agua en un vaso, por lo que Pedro lo abrazó por la cintura y comenzó a besarle el cuello a Martín; su punto débil. Había que saber estimular aquel lugar, y aunque el chico fuera bastante inexperto, lo hacía demasiado bien. Con sus manos volteó al chico y lo agarró del trasero para poder subirlo a la mesada, metiéndose entre sus piernas para comenzar a besarlo con dureza. La sed que tenía el mayor pasó a segundo plano cuando los labios desesperados de Pedro le daban a entender cuántas ganas le tenía, y Martín no tenía ganas de desaprovechar aquello.
Se quitó la camiseta por la cabeza y, mientras Pedro bajaba sus besos por su pecho, le quitó la remera también. Oh, dios, en serio que sería una noche fantástica.
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no te olvidé ; pedrimente.
Romance❪ no te olvidé ❫ Los chicos nuevos siempre llaman la atención, muy pocas veces hay excepción. Lo nuevo siempre nos causa intriga, curiosidad; eso fue exactamente lo que sucedió con Martín Kovacs. Quería conocer al chico nuevo de su trabajo, sin esp...