dos.

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Estaba a, exactamente, una cuadra del supermercado. Desde donde se hallaba parado lograba ver aquel lugar tan enorme, ocupaba casi dos o tres manzanas, era verdaderamente enorme. Tiró la colilla de su cigarrillo en un tacho de basura y sacó su teléfono de la mochila que anteriormente llevaba a los hombros. Miró para todos lados, nadie lo estaba mirando, todos estaban enfocados en sus cosas. Sacó rápidamente el lip gloss de su bolsillo y se lo colocó, le encantaba de la forma en la que le quedaba, por lo que sonrió para sí mismo.

Dio un largo suspiro, metió un chicle a su boca y decidió entrar a su lugar de trabajo. Saludó a las caras conocidas que veía, ignoró a los insoportables que buscaban su atención de cualquier modo y caminó hacia la caja en donde se encontraba su mejor amiga.

—¿Qué onda perri?— dijo una vez que le dio un beso en la mejilla, preparando su propia caja.

—Tarde, Kovacs— dijo una voz masculina detrás suyo, ya la conocía.

Se volteó, con una falsa cara de arrepentimiento.

—Lo siento, jefe, no volverá a pasar.

—Lo mismo dijo la vez pasada, Kovacs.

—Se lo recompensaré, lo prometo— respondió, guiñándole un ojo.

El mayor tosió un poco y se acomodó la corbata, Martín siempre lograba provocar cosas dentro suyo; si su mujer se llegara enterar seguramente sería su fin. Pero bueno, cualquier persona logra perder la cabeza por Martín Kovacs, hasta ahora.

—Me contaron que estuvo muy emocionado por la llegada del nuevo— comentó, risueño.

—¿Le molesta?

—Para nada, no me sorprende para nada, señor Kovacs. Solo quiero advertirle algo; tiene dieciséis años, es un chico inocente, ojo con lo que vaya a hacer, es ilegal aún.

Aquella nueva información le cayó como un balde de agua fría, sin embargo, mantuvo su cara seria, desafiante, intimidando a aquel hombre que había caído en la tentación de aquel pelinegro.

—Pues yo nunca hago nada que el otro no quiera— respondió relamiéndose los labios.

—Comience su trabajo y deje de distraerse, Kovacs— respondió, algo inquieto, caminando hacia su oficina.

Bárbara por fin pudo reírse, había aguantado su risa un buen rato. Martín, al observarla, no pudo evitarlo tampoco.

—Dios mío, lo tenes en las nubes Martín.

—Le dije dos palabras y ya lo calenté, alto precoz de mierda boluda.

—Posta— comentó ella riéndose, hasta que una tos la sobresaltó, era el cliente que estaba esperando desde hoy.

Calmaron su risa, se miraron serios y ambos se dispusieron a hacer su trabajo. Y aunque Martín buscaba con la mirada al nuevo empleado, no lo encontraba por ningún lado. Debería esperar al descanso.

Los dos mejores amigos estaban comiendo, cuando él llegó. A pasos tímidos, caminó algo alejado de todos los demás, sacando su almuerzo de una mochila negra. Trataba de no mirar a nadie, dejando su mirada en el suelo. Martín se le quedó mirando, lo había dejado sin aliento. Sí, era un adolescente de dieciséis años, súper inexperto en mil cosas (seguramente), pero había captado su atención sin siquiera mirarlo.

—Ya vengo— dijo Martín, interrumpiendo el relato de su mejor amiga, como siempre, no la estaba escuchando.

Caminó hasta aquel chico con una sensualidad inigualable, llevándose unas cuántas miradas de los mismos de siempre. El castaño estaba sacando un tupper de su mochila cuando sintió la presencia del mayor, por lo que alzó su mirada temeroso. Martín le sonrió con calidez.

—¡Hola!— exclamó el pelinegro, apoyando sus manos en la mesita— ¿Sos el nuevo, no?— era algo gracioso que le preguntara aquello como si no lo supiera.

—¡Hola! Sí, soy el nuevo— respondió algo nervioso.

—Te vi solito y pensé en invitarte a comer con mi amiga y conmigo, debe ser difícil ser el nuevo.

—¿En serio?— Martín asintió eufórico— Sí, gracias.

Se levantó de su asiento, alzó entre sus manos sus cosas para el almuerzo y ambos emprendieron camino hasta la mesa en dónde se hallaba la pelinegra. Apoyó las cosas en la nueva mesa y los dos jóvenes se sentaron.

—¡Hola!— expresó con una sonrisa— ¿Cómo te llamas?

—Soy Pedro, ¿y ustedes?

—Ella es Bárbara, yo soy Martín— respondió el pelinegro con una sonrisa amistosa—. Che pareces re joven, o capaz no estás tan merqueado como nosotros— Martín trató de sacarle una sonrisa al castaño, y lo logró, haciendo que el contrario les mostrara su bella dentadura. Vaya, sí que era lindo.

—Sí, emm... tengo dieciséis. Es mi primer trabajo, ¿se me nota mucho?

Bárbara rió:—No, tranquilo, solo somos dos boludos diciendo boludeces.

Pedro aceptó con la cabeza: —Ya que son los únicos que conozco, ¿me acompañarían al baño?

Ambos pelinegros se mandaron una miradas cómplices y Martín aceptó en acompañarlo mientras Bárbara fingía no tener ganas. Se levantaron nuevamente y se encaminaron hacia la zona de los baños. Entonces Pedro notó lo brilloso y cremosos que parecían los gruesos labios de Martín, ¿los tenía pintados? ¿Era gay? Le parecía raro, nunca había visto gays más que en la televisión (y claramente muy estereotipados). Al llegar, Martín señaló el baño y se quedó afuera esperando, mordió sus labios con nerviosismo mientras lo esperaba. Sin embargo, Pedro estaba mucho peor, los nervios estaban carcomiéndolo, fue por eso que decidió al baño como su escapatoria. Un nuevo trabajo es difícil de llevar.

El chico le sonrió y se apoyó en la pared al lado de Martín, quién corrió su rostro para observar al menor. Se veía muy precioso, muy lindo, verdaderamente lindo.

—¿Tenes novia?— preguntó la voz de Martín en el medio del silencio, curioso.

Pedro pensó un poco la respuesta de aquella pregunta, debido a que Lila se había metido en sus pensamientos para hacerlo dudar. No, seguramente no podía ser considerada como su novia.

—No, ¿y vos?

—Nah, no son lo mío.

Pedro era muy lento para comprender las indirectas, quizás por su edad o su madurez.

—Te entiendo, no te copa el compromiso.

Ni tampoco las mujeres, pensó Martín.

—No, no me gusta. Ni tampoco llegó esa persona que me haga apreciar el compromiso.

—Sí, yo creo lo mismo...— masculló mirando al piso y volviendo a mirar al chico con una pequeña sonrisa—. ¿Volvemos?

—¿Querés irte?— preguntó Martín con un tono de voz suave, dulce.

—En realidad no— respondió Pedro poniéndose frente a Martín; no había mentido, no quería irse, ese chico "extraño" le causaba intriga, quería saber cuáles eran realmente sus intenciones. Martín no sabía que decir, era la primera vez que se quedaba sin ningún piropo, chamuyo o tema de conversación. Siempre era él quién sacaba los temas de conversación y el contrario quién se ponía nervioso. ¿Por qué estaba pasando al revés?

—¿Alguna vez te atrajo un chico?— preguntó Martín, Pedro rápidamente negó con la cabeza.

—Obvio que no, que asco.

2014 y los gays siguen produciendo asco, que ironía. Sin embargo, los adolescentes siempre son mucho más flexibles respecto al tema, Martín lo sabía a la perfección. Dieciséis años, preciada juventud.

—¿Vos sos gay?— preguntó Pedro tratando de esconder su tono de desagrado, pero no pudo ocultarlo.

— Obvio que no, que asco.— repitió sus mismas palabras con sarcasmo, acercándose peligrosamente a él y bajando su mano derecha por el abdomen de Pedro hasta su zona prohibida, Pedro simplemente miraba con asombro— ¿Qué asco, no?— rió al ver como el chico ni se inmutaba, sacó su mano de allí y se encaminó nuevamente hacia el comedor.

no te olvidé ; pedrimente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora