Capítulo 7

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   Estaciono el auto frente a la empresa. Llegué justo a tiempo, Samanta estaba estacionando detrás de mí.

   Anoche había dormido poco y casi nada. El reencuentro con Nicolás me había hecho mal, más de lo pensado. Con un poco de suerte, no tendría que volver a verlo. Pensar siquiera en él me daba náuseas.

   — ¿Noche difícil? —Oigo la voz de mi amiga desde afuera de mi auto.

   — Eso parece —contesto desalentada.

   — ¿Peleaste con Elliot?

   — No, con él está todo bien —respondo bajando del auto—. Luego te cuento, estoy llegando tarde.

   Sin decir más, nos adentramos al gran edificio.

   La seriedad se respiraba por cada poro de la piel y los nervios no tardaron en recorrerme de pies a cabeza. No era la primera vez que venía, mas había algo que me incomodaba.

   Las puertas del ascensor se abren, dejando ver a mi jefe, de espaldas a mí, hablando por teléfono. Tenía la vista perdida en el gran ventanal y las palabras salían se su boca cargadas de enojo.

   — Sí, lo sé, ¿pero hay forma de posponerlo? —Hablaba apurado.

   De pronto, voltea mirándome a los ojos. Me hace una seña para que me acomode y luego vuelve su vista a la ventana. Me adentro a la oficina, sin poder despegar la vista de mi jefe. Vestía un traje azul marino que combinaba perfectamente con sus ojos que, aunque no los esté viendo en este momento, sé que son de un azul extraordinario.

   Nervioso, camina hacia la computadora, teclea algunas letras y después anota algo en su agenda. Pude notar que escribía con rapidez, mas su letra era hermosa. Era zurdo, fue otra cosa en la que me fijé. Al terminar de escribir, se despide cordialmente del sujeto que estaba del otro lado del celular y me dirige una mirada fatigada y luego deja el celular sobre el escritorio.

   — Prepara las maletas, el vuelo sale en cinco horas —fue lo único que dijo.

   — ¿Qué? ¿Dónde? —Me atrevo a preguntar, confundida.

   — Nos vamos a Manhattan por tres días. Tengo un colega que firmará un contrato con la empresa. Habrá una cena importante la primer noche, deberemos estar ahí. Luego volveremos tres días después —su celular suena, indicando un mensaje.

   — ¿Nos vamos? —Lo miro aterrorizada ante su posible respuesta.

   — Muñeca, ¿hablo en Chino? Nos vamos a Manhattan tú y yo. Prepara las maletas porque es un viaje importante —da dos golpes secos con el dedo índice sobre la madera del escritorio—. Ahora. . . Puedes irte antes, quizás a las nueve y media. ¿Te parece bien?

   — Sí, perfecto —respondo, recostándome sobre el respaldo de la silla.

   ¿Un viaje? Es lo que menos necesito ahora. . . ¿O no? Quizás si estoy lejos de Londres, me mantendré lejos de Nicolás, y eso será un alivio.

   El ambiente estaba pesado y el tiempo parecía no pasar. A pasear de estar el aire acondicionado prendido, sentía pequeñas gotas de sudor caer por mi frente. Aunque, cuando pasé mi mano, no sentí rastro alguno de sudor. Estuve tecleando por horas en la computadora mientras mi jefe se dedicaba a firmar papeles. Verlo tan concentrado en su trabajo, me hizo saber que el mínimo movimiento podría distraerlo, lo que me daba la presión de que debía permanecer quieta.

   De pronto un pequeño timbre sonó débilmente. Alzo la mirada, veo que Williams se pone de pie y se coloca el saco de su traje.

   — Es hora de mi almuerzo, tú también puedes ir —muestra una leve sonrisa, para luego salir de la oficina.

   Guardo mis cosas en la cartera y salgo tras mi jefe de la oficina. Las puertas del ascensor se cerraron, y en el ascensor no se oía más que nuestra respiración mezclada con mi pulso rápido. Sentía la fragancia masculina que su cuello desprendía y, por un momento, me pregunté cuál era.

   — ¿Está todo bien? —Su voz grave fue suficiente para nerviosarme.

   — ¿Qué? ¿Yo? —Tartamudeo.

   — No veo a otra persona por aquí —finge ver hacia sus dos lados a modo de broma.

   — Claro que soy yo —me susurro a mí misma—. Sí, estoy bien —contesto—. Bien, aquí me bajo —indico al ver que no estaba dispuesto a volver a hablarme.

   Doy un leve paso hacia delante, chocándome con él que, al parecer, olvidé que bajaba en el mismo piso que yo.

   — Lo siento —susurro retrocediendo. Él solo se colocó sus gafas de sol y salió del ascensor con pasos rápidos y decididos.

   Por suerte el bar al que el frecuentaba, quedaba una cuadra más lejos del que iba yo. Así que esperé que avanzara unos cuantos pasos para comenzar a caminar. Conforme me acercaba a la cafetería, la silueta de mi amiga sentada en una de las mesas más apartadas que había, se fue aclarando. Llevaba un saco rosa y un vaso de café en su mano. Su mirada se encontraba perdida entre las cinco personas que había y su dedo dibujaba círculos sobre el mantel de cuerina blanco.

   — ¿Mala noche? —Pregunto sentándome frente a ella.

   — Casi —intenta sonreír, pero su boca se negaba a curvarse—. Iré por un café para ti.

   — Descuida, yo iré —digo,, antes de que pueda parase, y me encamino hacia la barra de desayuno, donde un hombre siempre atendía los pedidos y reclamos de la gente.

   Al chico se le notaba una sonrisa en la cara. A veces la falta de clientes es algo bueno, no tiene que escuchar cosas como "mi café está frío", "esto no es lo que pedí" y "una mosca se posó sobre mis tostadas" a altas horas de la mañana.

   — ¿Me prepara un café para llevar? —pregunto mirando fijamente un adorno que estaba a mi derecha.

   — Sí, enseguida —voltea en dirección a una pequeña ventana—. Stella, un café para llevar, por favor —luego de eso, una mujer se asoma, le levanta el pulgar y vuelve a lo que se veía como una cocina—. Siéntate, estará listo enseguida.

   Asiento levemente con la cabeza, tomando asiento en una de las banquetas altas. Apoyo el codo sobre la barra, y el mentón sobre mi mano. Giro levemente la cabeza, viendo a Samanta suspirar y mirar su celular.

   — ¿Es tu amiga? —Las palabras del chico me hicieron volver a verlo.

   — ¿Quién?

   — La chica de allí —la señala disimuladamente.

   — Ah, Sammy, sí. ¿Por?

   — Desde que llegó que está así. No habla con nadie y se la pasa mirando a la nada. No la conozco mucho, pero sé que está mal —apoya la mano en la barra, recargándose sobre su brazo—. Llévale esto —toma de la repisa que estaba tras de él, una cajita de madera y la abre. Una extensa variedad de bombones se hacen presentes. Toma uno y me lo da—. Y toma tu café —sonríe.

   Tomo el café, el bombón y me voy nuevamente hacia la mesa donde mi amiga se encontraba.

   Le entrego el bombón. Ella solo sonríe y lo toma.

   Ya se me hacía tarde, tenía que volver. Más tarde indagaré sobre el comportamiento de mi amiga, pero ahora debía volver antes que mi jefe si quería conservar el trabajo.

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