Capítulo 37

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   Abro los ojos al sentir que el ajetreo del auto había cesado. Al subir al auto, lo primero que hice fue recostar la cabeza contra la ventana, como si no hubiese otro lugar más cómodo, y cerrar los ojos dejando que las lágrimas me inunden. Lo último que recuerdo fue que Williams acarició mis cabellos mientras susurraba a centímetros de mi oído: "tranquila, todo va a estar bien".

   — ¿Dónde estamos? —Indago secando las lágrimas que caían por mis mejillas. La noche aún se pronunciaba sobre nosotros. Debe de amanecer en cualquier momento.

   — ¿Cómo estás? —Evade mi pregunta, con otro interrogante.

   — Estaría mejor si supiera dónde estamos —replico tratando de pasar el insoportable nudo que se había instalado en mi garganta.

   — Oye, sé que después de una traición es difícil volver a confiar en las personas. Pero yo no te he dado motivos para que desconfíes de mí. Te prometo que no haré nada malo. . . Aunque, si no te convence, podríamos volver —su mano estaba sujeta a la manija del auto, dispuesto a abrirla en cualquier momento.

   — No —no sé a qué hacía alusión esa negativa, solo eso dije y no pensaba decir más nada.

   Sonrió de costado, saliendo del auto. Lo seguí tomando mi cartera, que era lo único que había traído conmigo. En el momento en que bajé, el taco se me hundió en un suelo blando. Eso hizo darme cuenta que estábamos entrando a lo que parecía una playa. La ruta por la que veníamos seguía adelante, y la playa se extendía a nuestro costado, hasta el mar.

   — Esto me asusta —farfullo mirando hacia delante.

   El taxi ya se había ido, dejándonos solos. Me vi obligada a quitarme los tacos, si no quería quebrarlos tratando de caminar sobre arena. Debo admitir que sentir la arena colándose entre mis dedos me tranquilizó bastante. Estaba tibia. Mis zapatos colgaban de mis dedos índice y mayor.

   — No te asustes, tengo todo planeado —guiña un ojo.

   — Eso espero —suspiro, tratando de creerle.

   Antes de comenzar a caminar me tomo un segundo para cerrar los ojos, inhalando profundamente. La brisa acarició mis cabellos y mis pies se hundieron en la arena. El sonido del mar llegaba de una forma relajante a mis oídos, lo cual me hizo saber que, no estábamos tan lejos de este. Al abrir los ojos, me dejé maravillar por la hermosa vista que ofrecía la luna reflejada en el mar. Esta noche es casi perfecta. Las estrellas comienzan a desaparecer, el sol saldrá en cualquier momento.

   Comencé a andar al notar que Williams estaba unos pasos adelante. Me costaba alcanzarlo. Sobre suelo duro suelo andar rápido y sin problemas, pero este suelo era todo lo contrario. Cuando doy un paso se me hunde el pie hasta el tobillo. Creo que es buen momento para revelar que siempre odié las excursiones de la escuela. En realidad, no las odiaba, solo que me frustraban. Mientras todos atravesaban el arroyo saltando sobre piedras, yo lo atravesaba en cuatro patas y llegaba empapada al otro lado. Siempre me frustró no poder hacer lo que todos hacían, o poder hacerlo, pero hacerlo mal.

   — Ginny, ¿estás bien? —Advierto que Williams detiene su paso y recula hacia mí.

   — No lo sé —en mi rostro se notaba la aflicción que manejaba en este momento.

   — Te juro que si pudiera hacer algo para estar en tu lugar, lo haría —su mano acaricia mi brazo con dilección.

   — No es solo eso —alzo la mirada, dejando que mi trasero se pose sobre la arena.

   — ¿Y qué es? —Interpela sentándose a mi lado.

   Alzo los hombros como respuesta. Me miro ahora y me miro a mí misma a los cinco años. Recuerdo que un día en el jardín una chica me jaló las trenzas, y al llegar a mi casa me senté en el patio, donde había un arenero, y comencé a hacer dibujos en la arena mientras le contaba a mi mamá lo que me había pasado. Y aquí estoy ahora, sentada estilo indio sobre la arena, haciendo dibujos con mi dedo, pensando en contarle a Williams todos los rollos que pasan por mi cabeza.

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