Capítulo 15

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   Dos mañanas después, me dieron el alta. Elliot iba y venía, diciendo cosas sin sentido. De vez en cuando traía álbumes de fotos que nos mostraban vestidos de novios. Me contaba cómo nos conocimos y otras historias que me resultaban extrañar. Al terminar el día me iba a dormir con dolor de cabeza. En cambio, Williams venía unas horas a la tarde. Me traía revistas para leer o actividades para ejercitar la memoria. Con él la pasaba bien, no debía preocuparme de nada porque parecía entenderme, en lugar de Elliot que solo me reprochaba haber perdido la memoria.

   — Ven, por aquí —luego de pagarle al taxista, me ayuda a bajar del auto.

   — Gracias —susurro adentrándome a la enorme casa que, más que casa, parecía un palacio.

   Camino hacia el interior del lugar, donde reinaba una esencia a vainilla nunca antes olfateada. Me sentía mal, pequeña, insignificante ante tal gran estructura.

   — ¡Mamá! —Exclama una niña corriendo hacia mí—. Qué suerte que estás bien —añade abrazándome.

   Un perfume familiar recorrió mi nariz. Un destello pasó por mi mente, como un relámpago. . .

   — ¿Anya? —Me alejo unos centímetros de ella para verle la cara—. Sí, sos mi bebé —sonrío abrazándola con mayor fuerza.

   — Te extrañé mamá —sentía sus lágrimas cálidas caer sobre mi hombro, lo que me hizo abrazarla aún más fuerte.

   Recordaba su perfume, su textura, su forma de hablar. Todo referido a ella me vino a la mente. Es un gran paso, recordarla.

   — ¿Mamá? —Siento un murmullo detrás de Anya.

   Esa voz grave y tierna, ese aroma a libros viejos y el inconfundible ruido de sus zapatos al caminar. . .

   — Alex, hijo —exclamo abrazándolo también, con fuerza.

   Una tercera salió de la cocina. Vestía un pantalón negro y una remera rosa. Se acercó a mí y tocó mi hombro. Estaba algo desconfiada, no la recordaba. . . Un momento, esa sonrisa solo puede ser característica de. . .

   — ¡Abbi! —Se une al abrazo, permaneciendo los cuatro en un largo abrazo que no queríamos que termine nunca.

   — Chicos, mamá debe descansar, ¿por qué no dejamos que se acomode? —Habla aquel señor de ojos azules que se hace llamar Elliot.

   Toma mi mano y me conduce escaleras arriba hacia un pasillo largo con muchas puertas en él. Abre la primer puerta y me incita a entrar. Todo era nuevo, no conocía nada de lo que allí había.

   — Esta es nuestra habitación —indica abriendo las cortinas para que la luz del sol pueda entrar.

   — Disculpe señor, pero si no le molesta, preferiría no compartir habitación con un desconocido —hablo, quedándome parada en el marco de la puerta.

   — Sí, como desees. Quédate con este cuarto —sonríe acomodando la almohada en la cama—. Iré a hacerte algo de comer —susurra para luego encaminarse hacia el pasillo.

   Al momento en que se fue, mi celular vibró. Lo saco de la cartera y lo desbloqueo para ver de qué o de quién se trataba.

   — ¿Hola? —Pregunto luego de contestar la llamada.

   — Hola Ginny, soy Will —el corazón se me aceleró al sentir su nombre—. Quería saber cómo has estado.

   — Bastante bien —me siento sobre la cama, cruzando mis piernas—. Yo también quería hablar con usted. Quería agradecerle por todos los cuidados que tomó conmigo —muerdo mi labio inferior en una sonrisa, aunque sé que él no puede verme.

   — No es nada, hice lo cualquiera haría por su amiga —oí una leve risita a través del teléfono.

   — No, yo sé que usted trabaja y tiene muchas cosas en las que ocuparse, debió ser difícil dejar todo eso para cuidarme —sostengo el celular entre mi hombro y mi oreja.

   — No, no lo fue —dice de repente—. Sabes, Ginebra, últimamente me dirijo a los lugares donde estoy bien. A tu lado estaba bien, estaba feliz, me alegraba ver tu sonrisa cada vez que llegaba. Y esa sonrisa, no la reemplazarán ni miles de horas de trabajos bien hechos.

   — Es tan bueno conmigo —susurro lo demasiado bajo para convencerme, pero sin la intención de que me oiga.

   — Tú eres la que es buena conmigo —hace una breve pausa, como si lo que fuese a decir ahora sea algo íntimo—. . . Antes de que llegaras, nadie se había atrevido siquiera a dirigirme la palabra. Mi hermano siempre se ocupó de las relaciones sociales, dejándome en el lugar del hermano frío y calculador con la etiqueta de "jefe tirano". ¿Sabes lo feo que es? Nadie te habla por miedo. . . Pero tú, llegaste y no te dejaste llevar por etiquetas. Siempre agradeceré eso de ti.

   — No recuerdo mucho de usted, pero por lo que me dice presiento que es un hombre un poco solitario —deduzco—. Pero descuide, somos amigos ahora —sonrío.

   Se oyen tres golpes en la puerta, Elliot debió de haber traído la comida.

   — Señor, tengo que irme. Luego hablamos —susurro.

   — No te preocupes. Cuídate y no te fuerces por recordar, ¿bien? —Asiento con una monosílaba antes de cortar la llamada.

   Elliot entra a la habitación con una bandeja en la que había un exprimido de naranja y una porción de torta de chocolate. La deja sobre la mesita de noche, sin despegar su mirada de la mía.

   — Creí que tendrías hambre —habla sentándose a mi lado en la cama, lo que provoca que me aleje unos centímetros de él.

   — Gracias —digo rompiendo la conexión visual con él.

   Tomo el vaso de jugo y le doy un sorbo. La acidez de la naranja quemó mi garganta, haciendo que unas finas lágrimas resbalen por mis ojos. Dejo el vaso nuevamente sobre la mesita de noche. Por lo visto, irse no estaba en los planes de Elliot, por lo que debía buscar un tema de conversación para evadir esa mirada intimidante.

   — ¿Puedes contarme algo, cualquier cosa, sobre mí pasado? —Digo a modo de súplica.

   — El doctor dijo que no era bueno saturarte de información. . . —Se detuvo un instante en mis ojos—. Pero creo que podría decirte algo. Cuando vivías en tu antigua casa. . .

   — ¿Antigua casa? —Lo miro extrañada. Me había hecho la idea de que había vivido con mis padres todos estos años, nunca me imaginé que viví sola en una casa.

   — Sí, antes de conocernos vivías sola. Al día de hoy creo que tus padres se hicieron cargo de esa casa —habla vacilando los ojos por la habitación.

   — Gracias por el dato —susurro tomando otro sorbo de jugo.

   Humedezco mis labios, volviendo a conectarme con los ojos azules de él. Veía en sus ojos algo que me daba mala espina. Parecía bueno, más de lo usual, pero hay algo que lo mantiene culpable. Desearía poder recordar cómo era conmigo, tiene rostro de ser un caballero. Pero no sé por qué extraña razón, no puedo confiar en él.

   — Te prometo ayudarte a volver a recordar, haré lo que pueda —sonríe acariciando mi mejilla.

   Su rostro se iba acercando al mío. Yo me encontraba paralizada por aquellos ojos azules. Eran tan atrapantes, tan llamativos, que no podía despegarme de ellos. . .

   — ¡No! ¿Qué crees que haces? —Exclamo al sentir el rose de sus labios por mi boca.

   — Lo siento, discúlpame —habla como si el arrepentimiento nunca existiera en él.

   — ¿Sabes? Creo que será mejor que vuelva a mi antigua casa, hasta que arregle todo esto —confieso—. Luego me preocupo por los niños, por lo pronto quiero alejarme de ti —me abrazo a mi misma, dándole la espalda a Elliot.

   — Bien, te ayudaré con la mud. . .

   — No, ya has hecho mucho por mí, puedo sola —se produce un largo silencio, que él interpreta como una señal de que se fuera.

   La puerta se cierra con fuerza y quedé sola, con el vacío de la habitación.

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