Capítulo 46

169 17 5
                                    

   Habíamos terminado de almorzar hace ya un largo rato. Ya se acercaba el atardecer y, con la excusa de dejarme descansar, Elliot había desaparecido casi todo el día en la cocina, haciendo quién sabe qué. Por suerte, el corte de luz no había durado más de media hora. Eran las seis y media y ya me empezaba a urgir ir a mi casa, ver a mis hijos, ir a un verdadero doctor que me revise este moretón.

   — ¡Elliot! —Vocifero desde el living, pero nadie apareció. No quise molestar, sé que debe estar realmente ocupado y yo puedo perfectamente volver sola a mi casa. No sé dónde estoy ni cómo voy a lograrlo, pero de que volveré estoy segura.

   Me quito su campera, dejándola sobre el respaldo del sofá colgada. Sin dar más avisos, camino hacia la puerta y bajo el picaporte tratando de no hacer ruido alguno. Cuando el picaporte bajó, halo hacia adentro, pero nada pasó. Insisto, pero la puerta no cedía. La sangre comenzó a circularme con rapidez y mi pulso comenzó a dispararse. Intento con mayor fuerza, sin tomar aviso sobre el ruido que estaba produciendo. Detenerme no estaba en mis planes, pero la figura de Elliot allí parado hizo que frene mis intentos en vano de abrir la puerta.

   — ¿Ocurre algo, preciosa? —Curiosea, haciendo de cuenta que lo de recién nunca pasó.

   — Está cayendo la noche y debo irme a casa —explico tratando de calmar mi corazón que latía a mil por hora.

   — Te quedas a pasar la noche —alza ambos hombros con una sonrisa.

   — No, en serio, gracias, pero debo. . .

   — No fue una pregunta —interrumpe sacando del interior de la cintura de su pantalón un revólver.

   ¡¿De dónde carajo sacó eso?! ¿En qué me metí? Si antes el corazón me latía a mil por hora, ahora me late a mil por minuto. Debí hacerle caso a esa parte dentro de mí que me advertía peligro. ¿Cómo pude pensar que una persona así puede cambiar?

   — ¿Qué está pasando? —Pregunto asustada.

   — ¿No lo recuerdas? Ginebra Germanní, aceptas a Elliot Denver como tu futuro esposo para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y lo malo. . . Hasta que la muerte los separe —concluye su oración con aquella aterradora frase.

   — ¿No me habían atacado? ¿No me habías salvado? —Indago visiblemente confundida.

   — Claro que te salvé. . . De no vivir un futuro junto a mí —ríe de forma exagerada.

   — ¿Quieres ma-ma-mat-matarme? —Pregunto con la voz entrecortada.

   — Dime, ¿crees que sería capaz? —Me mira con una sonrisa, mientras se acercaba a mí despacio—. ¿Crees que yo podría. . . Matarte? —Sin muchas vueltas, apoya el arma sobre mi sien.

   Gotas se sudor comenzaron a nacer en mi frente al sentir el frío del arma sobre mi piel. Mi respiración era agitada y mi corazón estaba a punto de salirse de mi pecho. Me negaba a creer que todo terminaría ahora, así.

   — No —susurro temerosa de su respuesta.

   — Pues. . . Tienes razón —admite guardando el arma—. Tienes mucha razón. . ."Hasta que la muerte nos separe". . . Claro que si tú estás muerta nos separaremos, y no quiero eso —aprieta mi mejilla.

   Por primera vez en mi vida sentí miedo realmente. Por un momento me pregunté dónde había ido aquel hombre al que había amado hace tantos años. ¿Qué había sido de él? ¿Yo lo enloquecí así? ¿Dónde quedó aquel hombre que sonreía tiernamente al verme, o que me abrazaba con tanto amor, o que me miraba y se le notaba cuánto me amaba? Sin duda ya no quedan ni rastros de él.

   Con mis piernas temblando, me fui desplazando arrastrando los pies por el piso hasta quedar parada al lado del sofá, apoyándome en el respaldar para no caer. Un zumbido se apoderó de mis oídos, atrapándome en mis pensamientos. No iba a caer, no me iba a rendir, no quería ser una perdedora, porque a los perdedores siempre les va mal en las historias. . . Y no lo digo porque sí, lo digo porque ya tengo leída decenas de libros en donde los perdedores son solo eso. . . Fracasados.

   — ¿Qué quieres hacer conmigo? —Lo enfrento, sin saber bien el por qué.

   — Lamentablemente no puedo hacer todas las cosas que pasan por mi cabeza —me da la espalda juntando ambas manos detrás—. . . Por ahora —murmura caminando hacia la cocina con el arma colgando por el gatillo de su dedo índice.

   Intento seguirlo, pero al soltarme del respaldar del sofá, trastabillé obligándome a aferrarme nuevamente a él. Me sentía irritada, el mundo. . . mi mundo se estaba acabando frente a mis ojos y yo solo sé aferrarme a las cosas para no caer. Quería llorar, gritar, descargar toda esta furia interna, pero sabía que solo lograría gastar energía; hasta donde yo sé, llorar no me sacará de acá.

   — Mira esto —Elliot reaparece en el living con papeles en sus manos—. Ven, siéntate —de un salto pasa sobre el sofá, quedando sentado. Rodeo con cuidado el objeto para luego sentarme lo más alejada posible de él—. Mira, ¿qué te parece? —Acerca a mí una foto de una cascada de agua cristalina.

   — Pues, es un lindo paisaje —respondo tratando de no demostrar temblor en mi voz.

   — Tailandia. . . ¿Te ves viviendo allí? —Su mano acaricia mis cabellos, con una sonrisa en su rostro.

   — Pues, en verdad es lindo lugar, pero yo aquí tengo toda mi vida. No podría irme —me apresuro a contestar, pareciendo lo más calmada posible.

   — Pues, es una lástima, porque. . . —Saca de adentro del folleto donde papeles rectangulares—. Ya tenemos boleto —exclama divertido, sacudiendo los papeles.

   — Pero, Elliot, no podemos irnos, ¿qué pasará con nuestros hijos? —Hacerlo entrar en razón iba a ser en vano, mas no perdía nada al intentarlo.

   — ¿Nuestros hijos? Al único que crié como hijo fue a Alex —su rostro se arrugó—. Abigail no es mi hija y Anya se empeña en tratarme como un verdadero idiota. No me molestaría dejarlos en algún orfanato.

   — ¿Estás oyendo lo que dices? —Lo miro con el ceño fruncido—. Tú mismo te has puesto esa etiqueta. . . —No pude evitar soltar una lágrima al oír sus nombres—. Todos te querían. . . Te queríamos, Elliot, ¿en qué te has convertido? —Mis ojos húmedos se juntan con los de él y, por primera vez, vi real tristeza y miedo en sus ojos.

   — Ustedes me han convertido, Ginebra, yo no era así —noté como sus ojos se empezaban a humedecer.

   — Lo sé, eras un hombre maravilloso —seco la lágrima gorda que caía por mi mejilla—. Y extraño eso, extraño todo de ti. . . De tu viejo tú —apoyo mi mano sobre su rodilla.

   — A veces no te entiendo, ¿sabes? —Su mano se apoya sobre la mía—. Lo intento, pero no puedo —niega levemente con la cabeza.

   Me quedé callada por unos segundos, mi mirada no podía despegarse de la de él. Se veía en sus ojos, muy dentro, una pizca de amor, de aquel que me había movido cada pieza; de aquel que me abrazó cuando más lo necesité; muy en el fondo de él, ese amor estaba intacto cegado por el cinismo que lo rodeaba.

   — Elliot, si estuve contigo todo este tiempo es porque te amo. . . Demasiado —con mi mano libre acaricio su brazo.

   — Me amabas. No hace falta mentir, sé que tu corazón le pertenece a tu jefe, lo sé —baja la vista—. . . Por eso te irás conmigo, si no puedo amarte, por lo menos te tendré —deja los boletos de avión sobre la mesa, poniéndose de pie. Se encamina hacia las escaleras, pretendiendo dejarme sola.

   — ¿Podrías vivir toda tu vida sabiendo que vives junto a una mujer a la que quieres, pero ella no te ama? —Susurro mi pregunta, haciendo que se detenga antes de pisar el primer escalón.

   — Podría intentar. . . —Aún de espaldas a mí, alza sus hombros—. El vuelo sale mañana a la noche, te quiero lista antes de la tarde —y, sin decir más, comienza a subir las escaleras.

531Donde viven las historias. Descúbrelo ahora