Capítulo 33

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   Toco nuevamente el timbre, tratando de que la torta se equilibre sobre mi mano para que no caiga al piso. Me había pasado la tarde haciendo una torta de chocolate, que era la favorita de Anya. Podía hacer lo que sea con tal de verla bien, a ella y a cualquiera de mis hijos.

   El tejano negro que traía era bastante frío, y la blusa azul de mangas oxford dejaba que el viento se cuele entre mis brazos. Acomodé mis cabellos, llevando mi mano nuevamente hacia el timbre.

   Antes de que pueda tocar, la puerta se abre, agarrándome desprevenida. Del otro lado estaba Alex, con su pijama negro con rodajas de pizza dibujadas. Tenía ojeras, no muy marcadas, pero las tenía en fin.

   — Hola ma —pronuncia con timidez y brillo en sus ojos.

   — Hola amor —extiendo mi mano libre, tomando la de él—. ¿Cómo has estado?

   — Bien. . . Ven pasa, papá debe estar arriba. Anya no está bien —informa bajando la mirada.

   — Sí, ella me mandó un mensaje hoy. Iré a ver cómo está —hablo entrando al cálido hogar.

   Alex me acompaña escaleras arriba, dejándome justo frente a la puerta de la habitación de Anya. Noté cierta timidez al hablarme, o en sus acciones. No pude evitar amargarme, pasé de ser su madre a ser una casi desconocida. Alex suele ser tímido con la gente que no conoce, y se está volviendo así conmigo. . .

   La puerta se abrió, haciéndome sobresaltar. Por más que intenté, la torta se balanceó hasta caer al piso. ¡Oh, no! Se aplastó entera.

   — ¿Ginny? —Fue lo único que dijo Elliot al verme allí.

   — Tan solo mira este desastre. ¡Diablos! —Exclamo agarrando mi cabeza con ambas manos—. Anya me comentó que se sentía mal, y yo le dije que vendría a verla. Pero solo mira esto —miro el piso con frustración.

   — Qué extraño, Anya no me dijo que vendrías —rasca la parte trasera de su cabeza.

   — Puedo irme si quieres —alzo mis hombros. Después del papelón de la torta, ya no me importaba más nada, solo que mi niña esté bien.

   — No, quédate —toma mi mano—. Pasa, no te preocupes por esto, yo limpiaré —sonríe abriéndome la puerta de la habitación de Anya para permitirme entrar.

   Asiento levemente para luego entrar a ver a mi hija. Estaba dormida, tapada hasta el cuello con un acolchado rosa pastel. Sobre la mesita de noche tenía una caja de pañuelos y algunos de ellos se encontraban hecho un bollo, ya usados. En el escritorio había una taza que le quedaba un poco de té y al lado de esta, una tableta de pastillas.

   Toco la mejilla de Anya, estaba helada. Dejo mi cartera sobre la silla del escritorio y luego abro su armario. Arriba de todo había una manta de piel sintética gris, doblaba bien chica. La saco y estiro para luego ponerla sobre el cuerpo de Anya.

   — Gracias ma —susurra con los ojos cerrados.

   — Anya, amor, ¿cómo te sientes? —Pregunto arrodillándome con rapidez a su lado para luego tocar su frente.

   — No muy bien —sus ojos se abren, mirando los míos fijamente—. Siento que me duele todo. . . —Un silencio nos invade. Ella se incorpora lentamente, quedando sentada, recargada sobre el cabezal de la cama—. Siendo sincera —comienza a hablar una vez que ya estuvo acomodada—, siento que todo comenzó cuando tú te fuiste. Nunca habíamos estado tanto tiempo separadas y ahora que, de un día para el otro, te vayas y me dejes, se me hizo difícil. Te extraño, mamá, y creo que, más que extrañarte, te necesito.

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