Capítulo 8

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   — Mi taxi está aquí. Elliot llegará a la noche. Si tienes problemas con los niños solo llámame —le doy las últimas indicaciones a Samanta antes de salir de casa al taxi que me llevará hasta el aeropuerto.

   — Tranquila, me sé de memoria el número de los bomberos —responde mi amiga haciendo que Abigail se carcajee—. Vamos a estar bien. . . ¿O no?

   — Sí, estaremos bien —confirma Alex.

   — En ti confío —apoyo una mano sobre su hombro—. Adiós a todos, por favor, pórtense bien.

   — Adiós —respondieron a coro.

   Tomo mi maleta, junto con mi bolso de mano y salgo de casa. Mi jefe me esperará en el aeropuerto en unos minutos. Y un taxi me llevará hasta allí. Elliot vuelve esta noche, por suerte Samanta se ofreció a quedarse con mis hijos hasta que él vuelva. La noté diferente a Samanta, ya no estaba triste y su rostro mejoró visiblemente.

   Al llegar al aeropuerto el taxista, con una amabilidad escalofriante, me ayuda con la maleta. Sigo sola, luego de pagar el viaje, arrastrando la maleta hasta el interior del gran lugar.

   Veo por lo lejos a mi jefe con un traje blanco perla y sus gafas de sol. El sol pegaba contra sus cabellos, haciéndolos ver de un color claro que le quedaba bien. Al verme, se quita las gafas de sol y me dedica una sonrisa ladeada. Mi pulso se aceleró levemente, pero todo se salió de control al ver que venía hacia mí.

   — Vienes retrasada, cariño —dice mirando el bello reloj dorado que tenía en la muñeca.

   — Lo siento —murmuro.

   — Puede mejorar. Ahora, vámonos —toma su maleta y comienza a caminar hacia la zona de embalaje.

   Cuando el avión despegó del piso me atacaron los nervio. Williams venía a mi lado, con una copa de champagne en su mano. Para fortuna nuestra, el avión privado que había contratado contaba con servicios de lujo.

   — ¿Disculpe, se les ofrece algo? —Pasa una azafata con uniforme rojo y se frena a preguntarnos.

   — No, gracias. Pero la señorita quizás quiera algo para calmar la sed —oír esas palabras de su boca me hizo ruborizar.

   Le dirijo una mirada disimulada. La mujer me observaba de manera evidente. Luego solo sonrió, yéndose con un movimiento de caderas que, cualquier otro, habría considerado sensual.

   — Espero que le guste el whisky —susurra cerca de mí. Pude olfatear su aroma a cítrico.

   La espera por el whisky se hizo considerablemente larga. El sueño comenzó a apoderarse de mí. Apoyo lentamente la cabeza sobre el vidrio frío y cierro los ojos, tratando de respirar con normalidad.

   Un breve movimiento me despierta. Mi jefe estaba acomodándose a mi lado. No sé cuánto tiempo habrá transcurrido desde que me dormí, pero debió de ser un rato muy largo.

   Me froto los ojos y acomodo mi cabello. Sentía la garganta seca y los ojos llorosos. Una vez que pude ver bien la situación, noté que mi jefe estaba dormitando a mi lado. Sus cabellos estaban levemente despeinados y los primeros botones de su camisa estaban abiertos, junto con una corbata mal anudada.

   "¿Quién diría que dormir en un avión empeoraría tanto tu figura?", pensé antes de acomodarme en el asiento.

   — ¿Qué hora es? —Pregunta con la voz adormecida abriendo los ojos con fatiga.

   — No sé —respondo girando la cabeza hacia la ventana.

   — No sé tú, pero yo tengo hambre. ¿Quieres comer algo? ¿Te gusta el sushi? ¿No trajeron el whisky? —Sus preguntas salen con rapidez de su boca, atocigándome.

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