Capítulo 9

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   El sol entraba por las rendijas de la ventana, haciendo que abra mis ojos con fatiga.

   Percibí un extraño aroma a café y, lo que podría describir, como frutillas con azúcar. Me incorporo lentamente, sintiendo un dolor extraño en mi cuello. Esto de cara o cruz no fue buena idea.

   — ¿Qué esperas? El café se enfría, muñeca —la voz de mi jefe me despertó del todo. Deduje que había estado sentado ahí mirándome gran parte de su mañana.

   — ¿Cuánto vio? —Pregunto acomodándome la remera.

   — Algo, pero no lo suficiente para tentarme —explica llevando a sus labios la taza de café—. Toma, me pones nervioso —me tiende la taza de café, asegurándose que la agarre antes de soltarla.

   — ¿Tiene azúcar? —Pregunto al dar el primer sorbo y ver que su sabor no era el mejor.

   — ¿Crees que soy cocinero? Me pagan por conducir la editorial, no por preparar café —se levanta para llevar su taza vacía hacia la cocina.

   — Gracias por nada —suspiro dejando la taza sobre la mesa.

   Al terminar el café, saco de la maleta un jean azul clarito y una blusa rosa y me meto al baño. La mañana no había empezado del todo bien y lo único que pasaba por mi mente era un baño de agua caliente.

   El agua comenzó a resbalar por mi espalda, causando un impacto escalofriante en mí. Mojé mis cabellos con abundante agua mientras pensaba en mí, principalmente. No era solo mi jefe quien me mantenía preocupada, sino también el reencuentro con Nicolás. Sabía que no era la primera ni iba a ser la última vez que lo vería.

   Cierro la canilla, fijándome que no quede goteando el agua. Me envuelvo en una bata de baño y trato de secarme lo mejor posible para ponerme la ropa interior.

   Una vez lista, salgo del baño con la ropa sucia en una bolsa. Noté que el sofá estaba ordenado, mi maleta no estaba ahí y mi manta rosa que usé para cubrirme anoche había sido quitada y reemplazada por una manta negra de piel sintética. Quise cuestionar acerca de esos cambios, pero mi jefe apareció interrumpiendo todo intento de palabra. Se había duchado en el baño privado de la habitación que ganó suciamente. Era la primera vez que se lo veía sin su traje. Llevaba un pantalón negro y una camisa blanca con los dos primeros botones desabotonados.

   — Hice unos cambios, espero que no te molesten —indica observando el sofá—. Los últimos días iré al sofá y tú a la habitación.

   — No hace falta, en realidad.

   — ¡Sh! Deja de contradecirme por un minuto —dice a modo de súplica—. . . Verás, aunque no parezca, estoy nervioso por la cena de esta noche. Por eso necesito quedarme trabajando aquí esta tarde mientras tú sales con mi tarjeta de crédito a comprar ropa especial para la cena.

   — Oh, no, no podría. . . —Me dirije una mirada de advertencia, recordando lo que dijo antes—. Está bien, pero deje de mirarme así.

   Sonrió con autoficiencia, sentándose en la mesa del comedor. Abrió la laptop y se colocó las gafas. Yo, por mi parte, me remuevo en el sofá. Mi jefe me lanza una mirada intimidante mientras posaba el dedo índice sobre sus labios.

   — Lo siento —susurro.

   Tomo mi celular y tecleo algunas cosas, pero creo que el sonido de mis uñas contra la pantalla molestó a mi jefe nuevamente. Se quitó las gafas y me dirigió una mirada silenciosa.

   — Toma, aquí está mi tarjeta. Ya vete —me tiende el pedazo de plástico en la mano.

   — ¿Seguro que. . .? —Me interrumpe con la mirada—. Sí, mejor me voy, ¿no? Adiós.

   Guardo la tarjeta en mi cartera y salgo de allí con el pulso acelerado. Afuera del hotel estaba frío, se nota que a la noche estuvo lloviendo, porque el piso estaba mojado, se percibía un exquisito aroma a tierra mojada y aún caían algunas gotas de los techos.

   Mientras caminaba, me deslumbraba con las vidrieras y el paisaje de Manhattan. Había lugares de los que no podía despegar los ojos. Pero, para mi mala suerte, soy humana, y como humana, tengo necesidades fisiológicas que cumplir. Verdaderamente, el café que tomé esta mañana me pareció asqueroso. No quiero menospreciar el trabajo de mi jefe, pero prefiero que se dedique a trabajar en la empresa y, de ahora en más, yo cocinaré. Tengo hambre, necesito un buen desayuno. Tengo algo de dinero aquí, el vestido puede esperar. Primero el desayuno.

   Camino hacia lo que, por afuera, parecía un bar. Tenía un letrero gigante que decía "sweet time", en letras llamativas de color rosa. Sin dudar, atraída por el aroma, entré a aquel lugar. Era de apariencia sencillo, con mesas cuadradas con manteles de cuerina rosa. Había jarrones con flores artificiales que, distribuidos de manera uniforme, daban un toque hogareño al lugar.

   Me acerco al mostrador y una chica de cabellos colorados viene hacia mí. Se va luego de que le pida un licuado de frutilla y hotcakes con salsa de arándano sobre ellos. Me acomodo en una de las banquetas altas y espero mi desayuno.

   Luego de desayunar salgo del bar. Ahora me sentía mucho mejor luego de ingerir algo de azúcar. Afuera el sol estaba asomando y los nubarrones grises se estaban disipando. Los charcos de agua se iban evaporando y ya no goteaba agua de los techos.

   Siento algo vibrar dentro de mi cartera. Alguien me llamaba al celular y creo que lo mejor sería contestar. Me tembló el pulso al ver quién era.

   — ¿Quién te dio mi número? —Contesto trabándome con las palabras.

   — ¿Así me saludarás? —Responde con una risita burlona.

   — Hola, Nicolás, sería un placer que me dijeras cómo conseguiste mi número —reitero con cierto nivel de sarcasmo.

   — Nunca lo has cambiado —explica—. En fin, llamaba para hablar contigo.

   — Nosotros no tenemos nada de qué hablar —respondo.

   — Verás. . . En estos años, tuve la sensación de que algo me faltaba, pero no sabía qué. Luego de verte esa noche de mi cumpleaños me di cuenta que lo que me faltaba eras tú. . .

   — Nicolás, por favor. Nosotros no. . .

   — Escúchame —interrumpe—. No puedes volver luego de catorce años y fingir que nada pasó entre nosotros —exclama.

   Me temía esto. Sabía que esto iba a pasar. En ese momento maldije toda mi vida. Me maldije a mí por ser tan débil, me maldije por tener ganas de llorar exactamente ahora. Maldije a mi yo del pasado por haber salido con Nicolás y, por un momento, también maldije a Anya por salir con Isaac.

   — Lo sé, pero ahora no es el momento —respondo apurando el paso.

   — Me costó olvidarte, Ginebra, me costó. Durante años desperté sabiendo que no estabas a mi lado y, lo peor de todo, que eras feliz con otro. ¿Y sabes qué es lo peor? Que luego apareces como si nada y haces que mi mundo se de vueltas nuevamente y no piensas hacer nada para repararlo. Ahora dime, luego de culparme por años e intentar inventar un por qué al momento en que me abandonaste en la iglesia. ¿Crees que es justo que vuelvas así? —Un suspiro largo sale de él.

   Sin darme cuenta, una lágrima gorda cayó sobre mi pecho. Las lágrimas seguían cayendo sin poder detenerse. La peor parte es que tenía razón en todo lo que decía, y esto era enteramente mi culpa.

   — Lo siento mucho, pero debes entender que soy feliz ahora y no quiero cambiar eso —luego de decir eso, corto la llamada. No quería seguir sufriendo así, no debía sufrir así, pero el destino es caprichoso.

   Me siento en un banco de madera que había al costado de la calle y dejo que las lágrimas invadan mi rostro. Miraba la pantalla del celular, viendo sin cesar el número de Nicolás.

   — ¿Quién es el idiota que te hizo llorar? —Siento que alguien toca mi hombro. Volteo levemente. . .

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