Capítulo 25

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   Un aroma a vainilla entra por mis fosas nasales, haciéndome abrir los ojos. Me encontraba recostada en la cama de Williams, lo cual me parece raro, porque anoche me había prometido quedarme despierta toda la noche.

   Noté la ausencia de Williams en su cama. Me incorporo lentamente, ahogándome en un dolor de espalda que no me permitió respirar. Me arqueo lentamente, sintiendo mis vértebras sonar una por una.

   Al bajar, me recibe la cálida mirada de Giulia, que se encontraba sacándole el polvo a unos viejos jarrones de decoración.

   — Buenos días querida —saluda con una sonrisa.

   — Buen día —respondo con el mismo gesto—. ¿Will se ha ido? —Interrogo.

   — Despertó temprano, debe estar en el patio trasero, pasa gran parte de sus mañanas allí. Ve por él, se alegrará de verte —sonríe señalando con la mirada una puerta balcón de marco blanco que daba a un hermoso patio.

   Con un asentamiento de cabeza, salgo de allí. El patio era, en pocas palabras, enorme. Tenía un sendero de tierra, que te llevaba a través de una plantación de árboles de manzana. Sigo el camino de tierra, dejándome llevar por los maravillosos colores. El camino parecía interminable y, por un momento, vi la suerte que tenía Williams de vivir en una casa como esta. Sigo caminando hasta llegar a un espacio verde, donde se encontraba una fuerte de agua repleta de hermosas piedras blancas. Había un árboles que se destacaba de todos los manzanos. Allí, a unos escasos metros de la fuente, había un cerezo, repleto de flores rosas, las cuales caían en una bella danza sobre el césped. Y por allí, recostado en el piso con un cuaderno y un lápiz en la mano, pude ver a Williams mirando las flores de aquel árbol con nostalgia.

   Me quedo por unos instantes escondida tras el gran tronco del manzano, viéndolo pasar el lápiz con movimientos suaves por el cuaderno. No quería que me vea y se detenga. Sin duda alguna, estaba conociendo una faceta de Williams que nunca le había mostrado a nadie, y no quería arruinarlo. Podía apreciar que, en ese momento, no era el hombre duro y frío que solía mostrar, y eso me agradaba.

   — Buenos días, Ginebra —dice cerrando el cuaderno con su dedo en medio, para evitar perder la página. Yo, en lugar de responder, me escondí detrás del tronco, no quería que piense que lo había estado espiando, aunque es verdad—. Sé que estás allí —exclama.

   — Lo siento, yo. . . Pasaba por aquí y. . . —Hablo mientras salía de atrás del árbol.

   — Tranquila, después de lo que hiciste anoche, no puedo enojarme contigo —sonríe—. Dime, ¿me porté muy mal? Lo siento si dije algo. . . Malo.

   — Descuide, creo que lo peor es que intentó coquetear con Giulia, pero eso ya no es tema mío —sonrío acercándome a él.

   Me siento estilo indio sobre el césped, a su lado. Él deja el cuaderno en el piso y luego apoya ambas manos tras su cabeza.

   — ¿Sabes? A veces creo que soy un estúpido —dice mirando el cielo— intentando llenar el vacío que dejó mi madre con alcohol. Y no es así, porque eso no me sirve de nada, y lo sé, créeme que lo sé —siguió hablando con un nudo en la garganta—, pero no puedo. . . Nada la reemplazará.

   — Lo entiendo, es muy duro perder a un ser querido —digo arrancando un césped del piso y haciéndolo pedazos.

   — Era más que un ser querido —dice para luego quedarse callado.

   Me recuesto a su lado, poniendo un brazo detrás de mi cabeza y el otro extendido al costado de mi cuerpo con la palma de la mano hacia arriba. Un silencio escalofriante se hizo presente, solo se oían los pájaros piando y el viento pasando entre las hojas amarillas de los árboles. De pronto, siento la mano de Williams entrelazarse con la mía. Dirijo mi vista hacia nuestras manos, sin atreverme a apartarlo de mi lado.

   — Gracias Ginebra. . . No cualquiera tiene el valor que tienes tú. No cualquiera se habría atrevido a enfrentarme de la forma que tu lo has hecho. Ni tampoco nadie nunca había permanecido a mi lado tanto tiempo a pesar de mi trato —voltea su rostro para poder conectarse con mis ojos—. Creo que eres una amiga que de verdad vale mucho.

   — Debo admitir que eres una persona difícil, pero te quiero Williams Georfield —río, provocando que él haga lo mismo.

   Se oyen las hojas secas quebrarse debido a unos pasos rápidos y pesados. Suelto su mano, sobresaltada, incorporándome con rapidez.

   — Disculpe señor, su hermano está aquí y no se lo ve muy contento —informa Giulia apareciendo en medio de los árboles de manzana.

   — Iré a ver qué pasa —me dice para luego ponerse de pie.

   Giulia y él se van, dejándome sola ahí sentada. Estaba por ponerme de pie cuando veo el cuaderno de Williams en el piso. Me daba curiosidad saber qué hacía cuando estaba solo, es decir, cuando era realmente él.

   Abro el cuaderno, quedando impresionada. Williams no era el hombre frío y calculador que yo creí, es más bien sensible y reservado. Le gusta dibujar, poniendo en sus dibujos pedazo de su tiempo y corazón.

   El primer dibujo estaba hecho en lápiz negro y era el rostro de una mujer. Se lo notaba algo arrugado, pero tenía unos bellos ojos rasgados y cabello corto. De su cuello colgaba una medallita que decía: Net. Doy vuelta la página y encuentro algo escrito en el reverso que decía: " Retrato de mi querida madre, Marinette (Net para mí). Mamá: sé que te fuiste de muy joven, pero siempre te imaginé así de ansiana". Una lágrima rodó por mi mejilla, cayendo sobre las letras. No podía entender cuánta tristeza es capaz de esconder un ser humano dentro. En otra página, había un dibujo de un árbol deshojado, completamente desnudo. Y, como en la otra página, en el reverso tenía también algo escrito, y decía: "Así me siento, no sé si sea normal, pero me siento como un árbol desnudo. Mis hojas, que son lo que me protegen y me hacen fuertes, se han caído todas, dejándome completamente solo. Así se siente la muerte de una madre". Luego había bocetos en gris que no había alcanzado a terminar y, por último, estaba el dibujo de unas bellas flores de cerezo que caían lentamente. Esto debe ser en lo que trabajaba cuando yo llegué. Observé el dibujo con detenimiento. Estaba el árbol de cerezos, las flores cayendo, el piso rosa repleto de flores y, pude ver, detrás de un tronco, mi cuerpo asomándose. Me costaba creer que esto sea un dibujo, parecía una fotografía por la cantidad de cosas que pudo captar. Y yo allí atrás, me había visto y me jugó una broma. Doy vuelta la hoja, pude ver que en el reverso decía: "El frío y el invierno pueden ser tristes, pero no hay que olvidar que siempre llega la primavera. El invierno y la soledad se van, dando paso a la calidez de estar junto a las personas que amas. Sí, Ginebra, sabía que ibas a leer esto, y estoy hablando de ti. Te quiero, demasiado." No pude evitar carcajearme al leer eso. La profundidad de sus palabras me había llegado al corazón como una flecha con veneno en la punta, y se había instalado allí, cambiando todo en mí. Estoy muriendo lentamente, ¿estoy enamorándome?

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