Capítulo 42

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   — Abby, amor, lo siento tanto, siento tanto todo lo que pasó —tomo su mano, la cual se encontraba cálida y flácida—. Me parte el corazón verte así, pero sé que eres fuerte.

   El doctor nos dijo que Abigail se encontraba estable. Había sufrido una fractura en el cuello y por eso ahora tenía un cuello ortopédico. No le habían sacado la mascarilla para respirar porque aún se encontraba dormida. Habían logrado estabilizarla, pero no pudieron hacer que despierte aún.

   — Abby, si me escuchas. . . —Freno tratando de deshacerme del nudo de mi garganta—. Por favor aprieta mi mano.

   Era inútil, estaba dormida, no me escucha y dudo que reaccione. . . ¡Oh, santo cielo! Su mano, se cerró sobre la mía. No puedo evitar soltar lágrimas, sin duda me oía.

   — Permiso —Nicolás entra con un susurro—. ¿Puedo? —Pregunta mirando la silla vacía que se encontraba al otro lado de la cama de Abigail.

   — Sí, claro.

   Toma asiento al lado de mi niña y le toma la mano, llevándola a sus labios. Con su mano libre acaricia sus cabellos, y fue ahí cuando noté que tenía un pequeño corte sobre su ceja izquierda.

   — Abby, sé que el tiempo que compartimos juntos no fue mucho, de hecho, dudo que te acuerdes —le habla con una sonrisa—. No le digas a tu madre, pero fuiste mi primer amor —le guiña un ojo, por lo menos logró hacerme sonreír—. Te prometo que cuando despiertes, vamos a pasar el tiempo padre e hija que nunca tuvimos. Te voy a felicitar, te voy a alagar y, en ocasiones, te voy a reprochar —noté como sus ojos se llenaron de lágrimas—. No seré quizás el padre que quieres, pero sí seré el padre que necesitas.

   Algunas lágrimas se me escaparon, pero no quise que él las note. Me levanté de la silla y busqué en mi cartera un paquete de pañuelos descartables.

   — Creo que debo irme, de seguro quieres pasar tiempo a solas con tu hija —susurra Nicolás poniéndose de pie.

   Voltea, pero antes de que pueda moverse, la mano de Abigail se cierra sobre su muñeca. Veo como voltea con esperanza, y como se le llenan los ojos de lágrimas al verla.

   — No te vayas —susurró con voz ronca—, quédate un rato más conmigo.

   ¡¿Despertó?! Sí, despertó. No puedo creer. Juro que soy capaz de matar a Elliot si algo le llegaba a pasar a mi hija. Y luego moría yo. No me imaginaba una vida sin ella. Despertar sin sus sonrisas, o pasar tiempo sin escuchar sus chistes tontos o irme a dormir con un abrazo de ella suelen ser mis peores pesadillas.

   Nicolás me dirige una mirada confundida, a pesar de ser su padre, creyó necesario pedirme permiso. Vi el gesto como algo innecesario, pues, claramente podría quedarse el tiempo que quiera. Sin decirle nada, le hago saber con un asentimiento que podía quedarse.

   — Cariño, ¿cómo te sientes? —Pregunto acercándome a ella.

   — Confundida —rasca su cabeza—. Tuve un sueño. . . Papá decía que yo no era su hija —si voz sonaba rasposa, seca.

   Nicolás y yo nos miramos atemorizados. ¿Cómo le explico? ¿Y si no soporta la realidad y le pasa algo malo? ¿Qué hago? La amo, pero ¿amarla en este caso sería mentirle porque amo verla bien o decirle la verdad porque amo ser sincera con ella? Creo que decirle la verdad es una muestra de amor más valida en este momento.

   — Amor, no fue un sueño —tras mirar a Nicolás, vuelvo mi vista a ella, tomando todo el aire que me fue posible—. . . Verás, Elliot no es tu papá, él solo te cuidó desde que eras muy chiquita. . .

   — ¿Y entonces quién carajo soy? —Me interrumpe con una alteración que me hizo desear, por un momento, haberme mordido la lengua.

   — Tú. . . Te encontramos con Nicolás, él es tu padre —prosigo tomando su mano.

   — Pero papá siempre decía que cuando me encontraron él fue el primero en cargarme —expresa con confusión.

   — ¿Eso dijo? —Nicolás se mete en la conversación.

   — Sí —bajo la mirada—. Yo le pedí que lo haga —balbuceo con los ojos clavados en el piso.

   — ¿Por qué? —ambos parecen atónitos.

   — Verás hija. . . Luego de la boda fallida entre Nicolás y yo, no quería que sufras sabiendo que tu padre y yo no estábamos juntos  —esa respuesta no le convenció, pero fue lo mejor que tenía en este momento.

   — ¿Ustedes dos estuvieron a punto de casarse? —Mira a él con sus ojos por demás de abiertos.

   — Fue hace mucho —me justifico.

   — Abby, por favor no te enojes con tu madre por esto, ella solo quiso lo mejor para ti —la voz de Nicolás parecía acariciarla emocionalmente, mientras su mano le rozaba la frente.

   — No estoy enojada —responde convencida—. Lo único que nunca voy a perdonar es que, teniendo a un hombre como él —señala a Nicolás—, te hayas casado con un hombre como pap. . . Elliot —se sonroja ante su error. La comprendo, toda su vida le dijo papá al hombre incorrecto, y no se va a acostumbrar en unas horas a esto.

   Veo a Nicolás, tenía una sonrisa cálida, amorosa.

   — Disculpen la interrupción, pero debo hacerle estudios a Abigail para verificar que siga estable —un doctor aparece en el lugar.

   — De acuerdo —asiento—. Volveré pronto —le susurro a mi hija.

   Le hago una seña a Nicolás para salir de la habitación. Ambos nos ponemos de pie y salimos con pasos lentos de allí.

   Una vez afuera, me sirvo un vaso de agua del dispensador, y me siento en una de esas incómodas sillas de plástico a beberlo.

   — ¿Puedo? —Pregunta Nicolás señalando la silla a mi lado.

   — Claro —respondo tomando un trago de agua.

   — Qué lindo, ¿no? —Pregunta luego de sentarse—. Digo, que nuestra hija hable así de mí. Se ve que la educaste bien —sonríe.

   — Todo lo que sabe lo aprendió sola. Los sentimientos no son algo que uno aprenda a identificar leyendo un libro, uno no aprende a sentir. Cuando sientes algo, solo lo sabes, sin estudios, sin libros —alzo mis hombros—. Supongo que Abby no se equivocó contigo.

   — ¿Y tú? —Su pregunta me toma por sorpresa.

   — Yo tampoco —le sonrío, apoyando mi cabeza sobre su hombro.

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