Capítulo 39

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   Me termino de subir el cierre, para poder lograrlo tuve que contorcionarme. Volteo, mirándome al espejo de un antiguo tocador marrón de patas torneadas. El vestido era hermoso y, no quiero presumir, pero me quedaba perfecto, como si me hubiera estado esperando en el baúl todos estos años.

   Al ponerme los tacos, dejé de ver mi cabeza en el espejo. Me acerqué, sentándome en un banquito de patas torneadas y lomo de terciopelo rojo. Acomodo mi pelo, al cual se le habían hecho ondas sin motivo alguno, atándome una media cola y dejando dos mechones delante sueltos, los cuales estaban más cortos que los demás.

   Ya había pasado el mediodía y gran parte de la tarde, y Williams aún no aparecía. Una parte de mí me decía que dude, pero la otra aún lo quería esperar.

   De a poco se fue haciendo de noche y la inquietud era algo que me carcomía. No podía esperar más, debía salir.

   Abrí la puerta dejando pasar un hilo de luz del pasillo, y asomé la cabeza para ver. El pasillo estaba vacío, me daba la impresión que pronto pasaría una planta rodadora del lejano oeste. Aprovecho aquella soledad para salir completamente de la habitación. No quería bajar porque, si era verdad que Williams estaba planeando algo, no quería arruinar la sorpresa por lo que lo mejor sería deambular por aquí. Hay un lugar en específico que llamó mi atención desde que llegué: el balcón. Mi paso se encamina por el pasillo, hasta la arcada de donde provenía una luz amarilla tenue. Paso por allí, poniéndome en contacto con el exterior.

   Me acerco al borde del balcón, quedando impresionada con la vista que se me presentaba. La playa de noche era preciosa. No sé si era la forma en que la luna alumbraba el mar, o el sonido de las olas que golpeaban contra la orilla, o las luces de las luciérnagas; pero había algo que le daba el toque mágico que nunca antes había visto.

   Apoyo los antebrazos en el borde del balcón, dejándome hipnotizar por la vista. Sentía el viento acariciar mis cabellos, los cuales se movían ingrávidos. Entre el frío de la brisa sentí una mano cálida apoyarse sobre mi espalda. Volteo con lentitud, viendo a mi amigo con un traje negro.

   — Lo siento. . . Por salir de la habitación —bajo la mirada sin siquiera saber por qué.

   — Estás bella esta noche —susurra acariciando un mechón de cabello que caía por mi hombro.

   — ¿Por qué susurramos? —Pregunto en un susurro para luego reír.

   — No lo sé —responde mi pregunta del mismo modo que yo. Luego de eso, ambos comenzamos a reír.

   Cuando nos compusimos, salimos de allí para que pueda ver la sorpresa de Williams. Comenzamos a bajar las escaleras, las cuales noté que estaba repleta de pétalos blancos y en el borde de cada escalón había bases de espejo redondas con un vaso alto repleto de agua con bolas de hidrogel y una vela flotando sobre estas.

   — Ven, con cuidado —cuando él terminó de bajar, se paró al pie de la escalera a esperarme.

   — No hacía falta nada de esto, ¿lo sabes? —Aclaro al llegar al piso.

   — Lo sé —toma una rosa de arriba de una mesita alta que estaba en el rincón ese con el único motivo de decorar, y me la da.

   — ¿Qué pretendes? —Le dirijo una mirada sospechosa.

   — Ya lo sabrás —sonríe de costado.

   Me lleva, pasando el living, a una arcada que permitía el paso a un comedor. El comedor tenía un estilo moderno y contaba con una mesa donde caben ocho personas dejando un buen espacio de por medio. En cada punta de la mesa había un individual de cuero blanco, y sobre estos, vajilla de plata y copas de cristal; noté que en cada plato estaba la cena servida, una especie de pechuga de poyo rellena con jamón y queso, bañada en una especie de salsa blanca y acompañada con papas noisette. En el centro de la mesa había un candelero con cinco velas prendidas y, eso más las tres luces amarillas que se encontraban en la pared, conformaban la única iluminación de la sala. También había pétalos de rosas rojas esparcidos por toda la mesa, excepto sobre los individuales. Al costado de la mesa había un mueble donde, por lo que vi, se guardaba tanto vajilla que solamente se sacaba una vez al año en las fiestas, copas y vasos de cristal y botellas de vino de colección.

   Retira la silla hacia atrás para que pueda sentarme. Le agradecí con una sonrisa, acomodándome en mi lugar. Antes de ir a sentarse, reivindica su rumbo hacia el mueble y abre la puerta que contenía las botellas de vino. Saca una botella que, por el diseño de la etiqueta, apostaría que es muy costoso.

   — ¿Me permites? —Se pone a mi lado, tomando mi copa para verter vino en ella.

   — Gracias —bisbiseo con una sonrisa tímida.

   Luego de cenar, y de tres copas de vino, Williams me hizo levantar para seguirlo. Durante la cena habíamos estado hablando sobre temas triviales, pero se dificultaba por la distancia en la que eligió sentarnos. Nos dirigimos hacia afuera, aconsejándome antes de salir que me quite los zapatos para caminar con mayor comodidad sobre la arena.

   — Sostén esto, llévalo contigo —me da un cuadrado de alambre, forrado en papel barrilete dorado que tenía una manija para agarrarlo. Me pregunté qué utilidad podría tener eso, pero decidí dejar que me sorprenda.

   Presentía que me iba a arrepentir luego, pero en este momento esto es lo que quería. . .

   Y, en este momento, puedo admitir una cosa que, hace unos segundos ni se habría pasado por mi cabeza: creo que amo a Williams Georfield. Y no, no es por que posea un yate, o una mansión, o por todos los buenos tratos que tiene conmigo, sino porque ahora que lo pienso, nunca dejó de intentarlo. Aún sabiendo que yo era una mujer casada, me trataba con respeto y no perdía oportunidad en decirme lo buena amiga que era. ¿Y Elliot? Pues, él solo se lamentaba que haya perdido la memoria, alegrándose indirectamente por no recordar que tenía una doble vida. Williams siempre me advirtió de él y yo me enfadaba pensando que solo quería separarnos, cuando lo único que quiso siempre en protegerme.

   Aunque, no puedo negar que tengo miedo. Miedo de confesar mis sentimientos y arruinar la amistad, miedo de que no sienta lo mismo, miedo de que me odie para siempre. Antes habría aceptado un rechazo de Williams, pero ahora no me imagino un día sin hablar con él. No me puedo imaginar una mañana sin sus saludos, ni sus palabras de aliento cuando siento que todo se desvanece, ni los chistes que a veces me hacía. . . No creo que pueda.

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