Capítulo 41

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   — Ginebra, qué suerte que has vuelto —exclama Elliot al verme entrar a su casa.

   — Quiero el divorcio —fue lo único que pude decir al verlo.

   — ¿Qué? No puedes hacerme eso —niega frenéticamente con la cabeza.

   — ¿No entiendes? Ya lo he hecho —cruzo mis brazos.

   Hace apenas unas horas volví del viaje con Williams y, lo primero que hice fue pasar por mi casa, darme un baño, ponerme una ropa más cómoda; algo así como un jean azul oscuro, una blusa celeste y unos tennis. Y, luego de eso, vine a la casa de Elliot. No quería que mis hijos estén un segundo más a su lado.

   — Ah, y los niños vienen conmigo —aclaro al ver a Anya venir de la cocina con un tazón de cereal en sus manos que casi cae al piso al oírme.

   — ¡No, ni modo! Ellos se quedan aquí —da una pisada fuerte que hizo retumbar el piso.

   — No, papá, yo quiero irme con mi mamá —mi hija toma valor y, aunque no debió, se mete en la conversación.

   — No sé por qué no me sorprende. Ella, la protegida de su madre. . . —La mira enfadado—. No eres más que una traidora —la pequeña suelta el tazón, haciendo que caiga al piso manchando la alfombra de leche y cereal para luego acurrucarse bajo mis brazos.

   Su respiración comenzó a agitarse y sus piernas temblaban. La apreté contra mi pecho, no quería soltarla, no quería alejarme de ella, nunca.

   — ¿Escuchas lo que dices? —Ruego con las lágrimas al borde de mis ojos—. Estás completamente loco —grito acariciando la espalda de mi hija.

   — Sigue defendiéndola como siempre lo hiciste —reprocha—. Siempre fue tu protegida, tuya y de. . . Nicolás —exclama cruzándose de brazos. Anya al oír eso, se separa de mí.

   — Esto no te importa a ti. Nicolás no habría tenido que intervenir si tú hubieras estado para hacer tu papel de padre —miro a mi hija a los ojos, se encontraba perdida, desorientada.

   — ¿No, no me importa? Yo creo que sí, porque, te recuerdo, acepté hacerme cargo de una niña que no es mi hij. . . —mi mano vuelva hacia su mejilla antes de que termine de hablar.

   — ¿Qué? —Abigail grita desde arriba de la escalera.

   Da un paso, para bajar el primer escalón, pero sin que yo pueda preverlo, pisa el borde del escalón.

   — ¡Abby! —Grito corriendo hacia ella, pero ya era tarde, su cuerpo se encontraba cayendo escaleras abajo.

   Llegó al piso boca abajo, y así quedó tendida sobre el frío mosaico. Me agacho a su lado, tomándola entre mis brazos.

   — Abby —susurro, tratando de que reaccione—. . . ¡Abby! —No había respuesta alguna—. ¡Abigail! —Mis lágrimas caían sin freno sobre ella. No mostraba indicio alguno de reacción.

   Sin pensarlo, la cargo en mis brazos para subirla al auto. No sin antes tomar mi cartera.

   — ¿Dónde crees que vas? —Interroga Elliot cuando estuve a punto de cruzar la puerta.

   — ¿No es evidente? —Contesto sin verlo.

   — Yo te llevo.

   — No, iré sola —reprendo.

   — No te lo estaba preguntando —responde tomando las llaves del auto y subiendo al lugar del conductor antes que yo pueda hacerlo.

   Gracias a Anya, que prometió, debido a la gravedad del asunto, cuidar a Alex, pude irme con Elliot. Iba sentada atrás, sosteniendo a Abigail contra mi pecho con fuerza. Debo llamar a Nicolás, él es el padre, debe saber sobre esto. Saco mi celular de la cartera y marco su número.

   — ¿Qué crees que haces? —Cuestiona Elliot mirándome por el espejo retrovisor.

   — Llamando a Nicolás, debe saber sobre esto —respondo sin darle lugar a apelar algo más de su parte.

   Aprieto el botón de llamar y llevo el celular a mi oreja. Espero tres tonos cuando por fin contesta.

   — Ginebra, ¿está todo bien? —Fue su respuesta al atender el teléfono.

   — No, no lo está —me lamento—. Abigail cayó por las escaleras. No quiero que te hagas cargo ni nada, pero eres el padre y creí que merecías saberlo —le informo, tratando de guardar mis lágrimas.

   — Cálmate, ¿la llevaste al hospital?

   — Estoy yendo.

   — En un rato voy para allá —dice antes de cortar la llamada.

   Al terminar de hablar con él, decido que decirle a Samanta sobre la situación sería bueno por dos razones: prometí llamarla y los niños están solos en casa. Marco su número y, en menos de medio tono, me contestó.

   — ¿Te llevo el test de embarazo o lo vienes a buscar? —Oigo que alguien pregunta del otro lado con una risa.

   — ¡¿Qué?! —Respondo en casi un grito.

   — ¿Crees que no me enteré que te escapaste con Williams? —A pesar de no verla, supe que se estaba riendo—. ¿Y, dime, lo hace bien?

   — ¡Samanta, concéntrate! —Exclamo sofocada—. Con Will no pasó nada. Te llamo porque Abigail cayó por las escaleras y Anya se quedó sola en mi casa con Alex.

   — ¡Abby! Santo cielo —la oigo lamentarse—. ¿Quieres que vaya a tu casa y controle todo por allí?

   — Por favor.

   — De acuerdo —se "despide" para luego cortar la llamada.

   Guardo el celular en la cartera al ver que habíamos llegado al hospital. Elliot estaciona el auto y yo bajo con la niña en brazos corriendo como loca.

   — ¡Doctor! ¡¿Hay algún médico por aquí?! —Grito sosteniendo la cabeza de la niña.

   — ¿Cuál fue la causa de esto? —Me interroga un grupo de enfermeras mientras ponían a la niña en la camilla.

   — Se cayó por las escaleras —respondo con la respiración agitada.

   — Le haremos estudios. Quédese aquí, cuando tengamos resultados vendremos —y, sin decir más nada, se llevan a Abigail con una mascarilla para respirar en su rostro.

   Estaba devastada, hecha trizas. Me dejo caer sobre una silla, tapando mi rostro para que la gente no me vea llorar. Sentía que todo mi mundo comenzaba a caerse, sentía que, poco a poco, quedaba sola. La ira que crecía en mi interior era inenarrable, pero no solo estaba enojado con Elliot, sino también conmigo misma por haber sido tan estúpida.

   Entre tanto dolor, una mano cálida acarició mi espalda. Levanto la cabeza lentamente, volteando sutilmente.

   — Hola —su voz sonaba rasposa, sin fuerzas.

   — Nick. . . Gracias por venir —suspiro.

   — No iba a dejarte sola —responde sentándose a mi lado—. Ni a ti, ni a ella.

   Lo miro sonriendo. Estoy empezando a recordar lo que me hizo amar a Nicolás hace unos años atrás. Lo veo antes, y lo veo ahora, y me doy cuenta que nunca me abandonó en realidad. Siempre estuvo ayudándome con todo, siempre me consoló cuando lo necesité y nunca me pidió nada a cambio.

   — ¿Por qué lo haces? —Lo miro seria—. . . Me refiero a esto, siempre estuviste cuando te necesité, y nunca pediste nada a cambio.

   — Nunca dejé de amarte —acaricia los mechones que caían de una cola sobre mi hombro—. Pero descuida, entendí con el tiempo que tu felicidad no estaba a mi lado y que, si yo te amaba, iba a amar la idea de que seas feliz. . . Aunque no sea conmigo —parpadea, dejando caer una lágrima silenciosa sobre su falda.

   — ¿Familiares de Abigail? —Aparece el doctor, cortando el momento.

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