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                                                                        OCHO: Amor eterno

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                                                                        OCHO: Amor eterno

   Ciertamente había escuchado algunas historias. Podría considerárseles aquellos relatos que los niños, muy tarde en la noche, pedían a sus padres antes de dormir. Aunque ella nunca lo hizo, proclamándose demasiado mayor para creer en cuentos de hadas.

   Durante su infancia se limitaba a asentir vagamente, mientras su hermana los oía con total atención.

   Aún así, no lograba sacarse de la cabeza las palabras de su madre, quien entre susurros, como si fuese algo muy preciado, musitaba:

   "—Un Patronus solo cambia cuando se trata de amor eterno, inmutable, parte de ti para siempre."

   Y es que, para siempre, era un largo trayecto. Tal vez lo que le asustaba más era la inmensidad de esas palabras, como si ya no existiese retorno de la situación.

   "—Por consiguiente, este solo se transforma una vez en la vida, adoptando esa apariencia cada vez que se conjure...aunque no siempre es correspondido"

   Continuaba la Señora Goldstein, antes de darles un beso de buenas noches.

   Queenie. Siempre era Queenie quien guardaba esos mitos, y después los discutía, presagiando que eso le ocurriría a ella cuando fuese mayor. Nunca se imaginó el escenario opuesto.

   —¿T-Tina? —preguntó Newt, algo cohibido al comprender el escenario. Entonces se acercó lentamente al lugar donde la chica yacía, en medio del inmenso claro. Tenía que verle a los ojos, solo así sabría que no era una broma, o un sueño.

   Guardar las distancias ahora carecía de sentido. De manera que, olvidando la conversación de la noche anterior, junto con todas las metas que se había propuesto minutos atrás, tomó su mano, y la giró en su dirección.

   Fue entonces cuando notó lo fría que se encontraba la joven, al igual que la pálida piel de sus mejillas, sin rastro del color que poseían normalmente.

   —¡Por Merlin! —exclamó— ¿Te encuentras bi...?

   Pero, antes de que pudiese completar la frase, Tina se soltó de su agarre, y corriendo desapareció entre las jaurías sin dejar rastro.

   —¡Espera! —gritó el magizoólogo. No tuvo tiempo de pensar, simplemente empezó a seguirla por toda la casa.

   Al final los dos terminaron en el segundo piso frente a la habitación de Newt. La bruja al verse acorralada, pues minutos atrás había destruido su cuarto, decidió forzar la aldaba mediante un conjuro, cerrando la puerta en su cara.

   Éste último se quedó allí, estupefacto, divagando entre las diferentes explicaciones que podía tener el cambio de forma del hechizo de la auror. Pero, una y otra vez, solo llegaba a la misma conclusión.

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